La familia Cebolleta
Primera edición Serializada en “El DDT”
núm. 1 a 702
(1951 a 26/10/1964
Editorial Bruguera
Periodicidad Semanal
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Tradición Escuela Bruguera
Género Cómico
Personajes Rosendo, Laura, Diógenes, Jeremías, abuelo
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Creador(es) Manuel Vázquez
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La familia Cebolleta es una historieta creada por el dibujante Manuel Vázquez, la cual apareció por primera vez en las páginas de la revista El DDT en 1951. Fue una de las tres series más famosas de su autor, junto a Las hermanas Gilda (1949) y Anacleto, agente secreto (1965), llegando a aparecer en numerosas revistas de la editorial Bruguera.
Argumento:
Centrada en una unidad familiar, como posteriores series de Vázquez a las que siempre superó en fama (La Familia Gambérrez y La Familia Churumbel), se compone de los siguientes miembros:
Don Rosendo, el padre de familia siempre metido en líos;
Doña Laura, la madre y ama de casa;
Diógenes, su hijo;
Jeremías, el loro, y
El abuelo Cebolleta, que con su enorme barba blanca y su interminable verborrea (“en cierta ocasión, iba yo al frente de mis cipayos, cuando, bla, bla, bla….”), se convertiría en uno de los más recordados de los personajes de Bruguera. Obsesionado con contar batallitas, ha pasado al imaginario colectivo y a la lengua común a través de la frase hecha: “Cuentas más batallitas que el abuelo Cebolleta”.
Valoración:
Para el crítico Enrique Martínez Peñaranda, la Familia Cebolleta está emparentada con los sainetes que Antonio González Calderón y Eduardo Vázquez realizaron para Radio Madrid durante los años cincuenta, manteniendo un gran calidad hasta comienzos de 1954, en que se sumió en una larga decadencia hasta el cierre del primer “DDT” en 1964.
MÁS SOBRE LA FAMILIA CEBOLLETA:
El dibujante y guionista Manuel Vázquez aportó creaciones innumerables y variadísimas a la historia del tebeo humorístico español. Una de las series más reconocidas fue La familia Cebolleta, de larga trayectoria y gran calado en varias generaciones de lectores.
La primera aparición en público de La familia Cebolleta se dio en las páginas de El DDT, en 1951, constituyendo la gran aportación de Vázquez a la historieta española de la década, sólo dos años después de crear Las hermanas Gilda, su otra serie estrella de la época. A lo largo de su dilatada historia, el aspecto de los personajes se modificó sensiblemente, acompañando al cambio de estilo de su autor, que fue modernizándose hasta alcanzar una sencilla madurez expresiva a finales de los años 70, tras los que Vázquez no volvió a dibujarlos.
Como en casi la totalidad de las colaboraciones de su autor para la editorial Bruguera, a lo largo de la vida de la serie se produjeron entregas dibujadas por otros artistas, hecho debido en gran parte por la errática carrera de Vázquez, que abandonaba sus personajes sin previo aviso. Algunos de estos dibujantes fueron Blas Sanchis o Gustavo Martz-Schmidt.
Esta creación continúa la tradición historietística española de reflejar las andanzas de los miembros de una familia, como ya ocurría con La familia Ulises, de Joaquín Buigas y Marino Benejam, que apareció en el TBO en 1944, y La familia Pepe, de Juan García Iranzo (1947), esta última publicada en el Pulgarcito de la editorial Bruguera, donde también colaboraba Manuel Vázquez.
En este caso se trata de un grupo integrado por el cabeza de familia, Rosendo Cebolleta, calvo, con bigote y pajarita; su esposa, el ama de casa Leonor (antes, Laura); su pequeño hijo Diógenes, que cambiará radicalmente su aspecto, de calvito con gafas a travieso rubio; y Jeremías, un loro parlanchín algo cínico, que como el José Carioca (1942) de Disney, no se separa de su cigarro puro. También forma parte de la familia (y aparece en contadas ocasiones) una hija mayor, Pocholita o Lolita, ejemplo de dibujo de joven atractiva de la editorial Bruguera.
Portada de un extra de Tío Vivo donde aparece la familia (1970)
Pero sobre todo, destaca por su personalidad el recordado abuelo Cebolleta, padre de Leonor, con barba, bufanda, bastón y un pie vendado, cuyo único afán es relatar sus supuestas peripecias en batallas del pasado. Como es bien sabido, el tiempo que ocupa el anciano en hablar de sus hazañas se alarga hasta el infinito, y todos a su alrededor intentan escabullirse como pueden del torrente de palabras.
Con ser ése el recurso humorístico más recordado de la serie, ésta no se agota aquí. De hecho, y sobre todo en sus últimos años, el verdadero y muchas veces único protagonista es Rosendo, que siempre tiene problemas con su jefe en la oficina donde ejerce su trabajo administrativo (y perfecciona su afición por las pajaritas y los aviones de papel). Otra característica continuada es la casi nula interdependencia entre los miembros de la familia, que van cada uno por su lado, y que cuando se relacionan es para que surja un conflicto. Una diferencia clara respecto a otras creaciones similares, en especial La familia Ulises, que solían compartir en grupo sus desventuras.
Con estos mimbres, el ingenio desbordante de Vázquez nos presenta todo tipo de situaciones, siempre navegando entre el costumbrismo (que implica una levísima crítica social) y el absurdo (mucho más demoledor por su incensurable anarquismo), rasgos que serán comunes al resto de creaciones de la editorial. Pero que en manos de su autor, convierten a La familia Cebolleta en una de las cumbres del humor del siglo XX.
La puesta en solfa de una de las sacrosantas instituciones del franquismo (familia, municipio, sindicato) es ciertamente leve; aunque el carácter iconoclasta del autor puede hacer ver la cuestión desde el otro lado: llegaba hasta donde la dictadura le permitía. Tanto la burla de la familia como la de las condiciones draconianas de trabajo se suavizaron a partir del recrudecimiento de la censura en 1955. La atractiva hija mayor apareció por última vez en 1956, muy probablemente debido a estas circunstancias.
Una de las escasas apariciones de la hija, hacia 1952.
Pulsar para ver la historieta completa.
(Original propiedad de Jaume Vaquer)
El abuelo Cebolleta, identificado como don Argimiro de la Fosa en la historieta publicada en 1953 en el número 111 del DDT, ha quedado en la fraseología cotidiana como el ejemplo de quien tiende a ponerse pesado con relatos de sus hazañas, “las batallitas del abuelo Cebolleta”. Seguramente ha sido éste el gran aporte de La familia Cebolleta a la cultura popular. Pero sin lugar a dudas, el mayor valor es su excelente carga humorística, acompañada del incomparable trazo del maestro de maestros.
Manuel Vázquez alumbró en 1959 La familia Gambérrez, de ambientación rural, y en 1960 La familia Churumbel, nuevo clan hilarante, esta vez de raza gitana. Dos años antes, Francisco Ibáñez recibió el encargo de crear unos personajes muy similares al clan Cebolleta: La familia Trapisonda, un grupito que es la monda (1958). Pero eso es ya otra historia.
LO QUE DICE SORIA:
Son muy pocos, pero hay algunos dibujantes que tienen la fortuna de encontrar su personaje popular, ese que trasciende las viñetas y pasa a formar parte del imaginario colectivo. Manuel Vázquez acertó de pleno con “La familia Cebolleta”, clan hilarante que ahora celebra 60 años de carcajadas.
El nacimiento de la serie se retrotrae a 1951, cuando aquel grupo singular hizo su puesta de largo en la revista DDT, una publicación para adultos de la editorial Bruguera.
“Los primeros años fueron de una crítica social muy dura, atacando la idea de la familia como ese entorno agradable y pacífico que quería vender el fascismo”, apunta el experto en cómics Toni Guiral.
“Las historias eran una burla contra la estructura piramidal de la familia. El padre, por ejemplo, no era el que gobernaba, sino que todo el mundo se burlaba de él. Ni siquiera se respetaba a la gente mayor, porque al abuelo se le presenta como una persona insoportable y muy egoísta”, señala Guiral en una entrevista con Efe.
Don Rosendo era el progenitor y cabeza visible de los Cebolleta, una familia que se completaba con la esposa (Doña Leonor), los hijos (Diógenes y Pocholita), el abuelo (Argimiro de la Fosa) y el loro Jeremías, un bicho de plumas verdes y espíritu socarrón.
“Los protagonistas indiscutibles eran Rosendo y el abuelo, pero el loro funcionaba como un recurso muy interesante, porque tenía pensamiento propio y podía decir las cosas que le estaban vetadas a los personajes humanos. Era la voz crítica de la familia”, explica Guiral.
El carácter transgresor de “La familia Cebolleta” se difuminó a partir de 1956, resultado de una mayor atención hacia los tebeos por parte de la censura franquista. “Las historias se dulcificaron mucho, pero lo que Vázquez perdió en crítica mordaz lo ganó en sentido del ritmo, maestría del dibujo y dominio del gag”, asegura Manuel de Cos, editor de Cómic de Ediciones B.
La tijera hizo estragos en el seno de los Cebolleta, que de la noche a la mañana no sólo perdieron buena parte de su mala baba, sino que también dijeron adiós a su hija Pocholita, una joven demasiado voluptuosa para los estándares femeninos del régimen.
“Era una chica atractiva y dibujada de forma más realista, exagerando sus curvas. Vázquez no sabía cómo encuadrarla en el universo humorístico de aquella familia desestructurada, y, aunque no existe documentación al respecto, es posible que la censura pusiera objeción a sus formas”, considera Guiral.
Autor de “Las hermanas Gilda” o de “Anacleto, agente secreto”, Vázquez era un tipo de lo más incumplidor, y no fueron pocas las ocasiones en que dejó de entregar sus páginas de “La familia Cebolleta”. Bruguera, en tales casos, recurría a algunos de sus ilustradores en nómina para que completasen las historietas.
“Se echó mano de otros dibujantes, pero la magia de Vázquez era muy especial. Puedes coger a alguien muy bueno, pero nunca será como él. Algunos de los dibujantes que le reemplazaron eran extraordinarios, pero siempre hay un punto, un plano o una mirada que te permite saber que esa página no es de Vázquez”, analiza De Cos.
La impronta de los Cebolleta, como afirma Guiral, se ha conservado hasta nuestros días a través del lenguaje popular: “Cuando un anciano tenía la costumbre de hablar mucho, se convertía en ‘el abuelo Cebolleta’. Esto ha ocurrido con otros muchos personajes: una finca destartalada es un ’13 rue del Percebe’, una señora vieja y agria es ‘doña Urraca’, unos chavales revoltosos son unos ‘Zipi y Zape’…”.
Seguidores de todas las edades, veteranos y noveles, tienen ahora una magnífica oportunidad para reír a mandíbula batiente con esta descacharrante familia, ya que Ediciones B acaba de lanzar una antología con 43 de sus historietas más entrañables.
“La familia cebolleta” en El País.com:
Ayer 8 de febrero, en El País.com, publicaron un excelente artículo sobre La familia Cebolleta, a cargo del periodista Iván de Moneo; aquí lo tenéis para su lectura.
“Al abuelo Cebolleta le llevan al asilo”.
La familia Cebolleta, el costumbrista y castizo retrato de los avatares de una familia española durante los años más ásperos del franquismo, cumple 60 años. Ediciones B lo celebra con la publicación este miércoles de una colección que recoge las 43 historietas más célebres del serial concebido por el dibujante Manuel Vázquez (Madrid, 1930 – Barcelona, 1995) a comienzos de la década de los 50 y cuyo humor absurdo sigue vigente medio siglo después. Un tesoro para coleccionistas y seguidores de los autores que alumbró la extinta Editorial Bruguera, entre los que Vázquez ocupó un lugar privilegiado como maestro de sus compañeros de lápiz y papel.
Según La Cárcel de Papel:
Señoras y señores: genuflexión y adoración admirada ante el volumen que saca RBA. Nada más y nada menos que La familia Cebolleta de Vázquez, un fresco impresionante de la sociedad de este país con una selección exquisita de planchas que incluye casi 70 planchas del periodo 51-57 y luego una amplia selección de las diferentes etapas. Con una reproducción excelente cuando el material original es en blanco y negro (incluyendo las páginas de 1951-53, con una labor de reconstrucción cuidada) y más problemática cuando es bitono debido, con seguridad, al mal estado de los materiales (tengo bastantes tebeos de esa época y me consta). Curiosamente, las planchas peor reproducidas son las de color, que tienen en algunos casos el ya típico desenfoque de esta colección. Pequeños peros para un volumen absolutamente fundamental, ya sea porque podemos analizar con extensión la evolución del estilo del maestro o porque la serie es un testimonio imprescindible de la familia típica de la época y sus problemas. Y, como siempre, con un excelente artículo de Toni Guiral. Los pequeños defectos de reproducción de algunas planchas son ampliamente compensados por la más que buena reproducción de las planchas de los años 50. Absolutamente genial, necesario e imprescindible.
Bourgeon y Vázquez en el mismo día… ¡orgía orgásmica tebeística! (y la semana que viene ¡Anacleto!)
SEGÚN CEREZO:
La familia Cebolleta y la familia Ulises: una comparación irremediable
La colección Clásicos del Humor de RBA sigue su particular (y exitosa) singladura entre los amantes del Cómic. Ahora le ha tocado el turno a todo un clásico – perdonen la redundancia porque todos los de la colección lo son, de ahí su nombre -, con solera contrastada: ‘La familia Cebolleta’, una creación del fallecido dibujante Manuel Vázquez (Madrid, 1930-1995) para la revista ‘DDT’. En sus páginas se concitan los seis miembros de este clan peculiar: Rosendo, el protagonista; Leonor, su esposa; la hija, Pocholita, que desapareció pronto del núcleo familiar; Diógenes, el hijo; el abuelo, sin nombre propio, popularmente conocido como “el abuelo Cebolleta”, y el loro Jeremías con ciertos efluvios a profeta bíblico.
A lo largo del tiempo, los roles de los personajes van definiéndose poco a poco hasta quedar nítidamente fijados hacia 1967, uno de los momentos más brillantes de la serie. Rosendo, el padre, oficinista de profesión, sólo vive preocupado por huir del tráfago familiar, leer el periódico, especialmente la sección de deportes, y pagar las facturas domésticas; Leonor, teóricamente, conduce el hogar, pero su verdadera vocación es gastarse los duros que ingresa en casa el cabeza de familia; la hija, Pocholita, es mujer de curvas imponentes y modelitos de diseño, cuyo objetivo principal es maridar con alguien; Diógenes, el hijo, alterna blancos y negros en sus historietas: buenas notas y fracasos escolares, travesuras y bondades; el abuelo Cebolleta, con su sempiterna pierna vendada a causa de una pertinaz gota, vive instalado en el pasado y en perpetua lucha para encontrar algún incauto a quien contar sus batallitas, “y yo con mis cipayos del 7º de Borneo”. En realidad, hace lo mismo que centenares de ancianos: buscar comprensión y oídos pacientes; por último, Jeremías, el loro verde (¿borde?) de la familia, además de hablar, piensa, razona, apostilla y fuma puros. Todo un prodigio entre las aves prensoras.
Las aventuras de ‘La familia Cebolleta’ comenzaron a publicarse en la revista ‘DDT’ en 1951. Utilizando casi siempre como base de operaciones el domicilio doméstico o la oficina de Rosendo, los personajes van interrelacionándose en busca del equívoco que desencadene el chasco o la solución final. Manuel Vázquez que, por cierto acostumbraba a firmar en inglés, “© by Vázquez”, utilizaba una técnica para el gag muy similar a la de otro ilustre dibujante: Francisco Ibáñez. Incluso, diría que sus dibujos (pajaritas, pantalones, narizotas) recuerdan enormemente a los del autor barcelonés. Con el transcurrir de las historias, Rosendo amelonó su cráneo progresivamente, al tiempo que apepinaba su apéndice nasal, vulgo nariz. Quizá quien más transformaciones físicas sufrió sea Leonor, que fue rubia, morena y nuevamente rubia, mientras su perfil se hinchaba y deshinchaba como si su vida fuera una sucesión de regímenes dietéticos. En algún momento, incluso, llegó a parecerse a una de las Hermanas Gilda.
Al leer el volumen dedicado a los Cebolleta, resulta imposible sustraerse a los recuerdos. Y así llaman a la puerta de la memoria imágenes de otro linaje ilustre en el mundo de la historieta: la familia Ulises, un producto de la competencia revisteril: el TBO. Y es que, si los Cebolleta pueden considerarse como un modelo familiar un tanto anárquico y explosivo, los Higueruelo, representan todo lo contrario. Los Ulises nacieron unos años antes (1944), aunque no se consolidaron como una serie con sede fija (la última página de la revista TBO), hasta el año 1952. Los Higueruelo son el paradigma de la familia “bien” de clase media, con ciertas aspiraciones sociales. Don Ulises también, como Rosendo, trabaja en una oficina, pero tiene la cabeza mejor amueblada y parece desempeñar un puesto laboral de mayor responsabilidad. Viene a ser algo así como el hombre “de confianza” de su jefe. Ulises es persona cabal, de rectos principios, que nunca atravesó por problemas económicos, filántropo – lo que le valió numerosos timos por parte de su amigo, el sablista Fernandino –, siempre preocupado por el bienestar de su familia. Mientras Rosendo Cebolleta vive sumergido en su egoísmo pertinaz, Ulises Higueruelo existe para los demás. Sinforosa, la mujer de Ulises, juega a señora bien, aparente, una mujer de busto y formas trasnochadas, llena de virtudes frente a la derrochadora Leonor Cebolleta. Policarpito y Merceditas, retoños pequeños de los Higueruelo, son pacíficos, nada revoltosos, hasta el extremo que la niña, Merceditas, es casi un bulto trasparente. En este sentido, Diógenes tiene un protagonismo mucho mayor en su familia que sus homónimos de la competencia. Lolín y Pocholita, sin embargo, juegan el mismo rol en sus casas respectivas. Lolín, además, entre otras virtudes exhibe un recato propio del nacionalcatolicismo imperante en la época y aún después. También busca novio y no habrá manera de casarla, ni siquiera con don Paco, hombre entrado en años, poco pelo y pretendiente eterno de su mano todavía núbil. La abuela Filomena equivale al abuelo Cebolleta, aunque es una versión distinta de la ancianidad: pronuncia mal muchas palabras (hay varias interpretaciones sobre este asunto), es sabia en hierbas medicinales y rica en recuerdos de su juventud. Por último, Treski el perro de los Higueruelo, es la antítesis del loro Jeremías. Además de que no habla, resulta bobo y cobarde (en la historieta ‘Ha entrado un ladrón’, mientras la abuela Filomena sacude en la cabeza a un caco con su propia palanqueta, el chucho se limita a ladrar a una prudente distancia).
Aún quedan más puntos de interés en esta comparación, con claro matiz sociológico. Los Higueruelo salen bastante (cine, restaurantes, viajes) por la ciudad y por el campo. Son propietarios de un chalé en San Agapito del Rabanal. Además poseen coche propio, un modelo familiar que irá transformándose a lo largo del tiempo. A los Cebolleta no se les conoce más vivienda que la suya y carecen de vehículo de su propiedad, ni siquiera un modesto utilitario como se les llamaba entonces. Por otro lado, los Cebolleta observan un comportamiento bastante individual, escasamente comunal, mientras que a los Higueruelo resulta frecuente verlos pasear en manada o reunidos en torno al televisor, ese aparato que apareció a finales de los cincuenta en España, del que el fallecido escritor, Luis Carandel, escribió en su libro ‘Las habas contadas’: “Mirar la televisión es como mirar el fuego. Hacer ‘zapping’ es como atizar las brasas para remover el interés de la película”.
Resumiendo, que es gerundio: ‘La familia Cebolleta’ es un nuevo tanto que se apunta la editorial RBA en su intento por recuperar la memoria de nuestra infancia a través de los personajes de la extinta escuela Bruguera. Un volumen altamente recomendable, independientemente de la calidad, sin duda mejorable, de la reproducción de alguna de las historietas. Y al artífice de la colección, Antoni Guiral, una vez más gracias por devolvernos aquellos años en que supimos de la existencia de los Cebolleta. Este agradecimiento no es gerundio, pero sí es verdad.
MI COMENTARIO:
Reconozco que pasé mi infancia, ¡feliz infancia por cierto!, entre tebeos de todas las clases habidas y por haber en aquel entonces. Ellos fueron los que, junto a los libritos-pulgas, me sirvieron como mis primeras bases para la lectura, la escritura y la interpretación imaginativa. Entre todo aquel marasmo de tebeos de todaas clases es cierto que la tira cómica titulada “La Familia Cebolleta” es bien recordada por mí. También reconozco que yo era un niño a veces muy travieso pero jamás, como algunas personas han creído, un hijo hiperactivo. Yo era el hijo “sánduche” nada más y por eso me viene esto de la observación de detallles que mis otros hermanos (mi hermana incluída) no son capaces de descubrir.
En cuanto a La Familia Cebolleta a mí el personaje que más me gustaba, por lo de irónico que era, fue el lorito Jeremías. Esa forma de hablar y de contestar al resto de la familia (y reconozco que mi familia era muy parecida a la Familia Cebolleta para mi entender) se me ha quedado impreso en el subconsciente creo yo. Yo era un niño no hiperactivo (a veces me pasaba mucho tiempo quieto y en silencio) pero que hacía “trastada” tras “trastada”. Y el lorito Jeremías era muy similar a algunos vecinoa que teníamos en la vivienda. Por eso me rde risa viéndole contestar incluso al abuelito.
Yo no tenía abuelito pero mi abuelita Rufina hacía las veces del abuelito Cebolleta porque me contaba un montón de batallitas de la ciudad de Cuenca que yo, todavía un niño y reconozco que sigo portándome muchas veces como un niño, las memoricé tanto que no me he podido despegar de ellas. En cuanto al padre Cebolleta y la madre Cebolleta también tienen puntos conexos con mis padres. Mi padre Emiliano era como Don Rosendo pero con pelo y sin pajarita; pero se pasaba muchas tardes dominicales jugando a anotar los goles que radiaba el “Carrusel Deportivo”. En ese sentido, aunque era militar, solía ser tan hogareño como Don Rosendo. De mi madre Rosario sólo decir que sí, que era sólo ama de casa de las de tradición del “porque lo mando yo y sanseacabó”, que era un punto que la separaba de la madre Cebolleta. Pero en cuanto a hilar historias tampoco se quedaba muy atrás de mi abuelita Rufina.
En cuanto a mis otros cuatro hermanos (Isabel, Emiliano, Bonifacio y Máximo) no recuerdo que tuviesen tanta afición a los tebeos y a leer libritos-pulgas como yo y por eso parecian más bien los niños de la Familia Ulises. Yo, sin embargo, no es que fuese muy divertido pero a veces sí… a veces hasta superaba al lorito Jeremías cuando me entraba la risa.
En definitiva, que yo creo que me crié en una especie de “familia cebolleta” donde el más cebolleta de todos era mi hermano mayor pero en malo y el mas cebolleta de otdos era yo mismo pero en bueno.
Personajes entrañables, como lo era también Carpanta, cuyas desventuras en pos de la comida que nunca llegaba a sus manos era el reflejo del hambre que había en la posguerra.
Las hermanas Gilda, Zipi y Zape, etc. etc. Pero el abuelo Cebolleta, con sus “… y entonces yo avancé con mis cipayos…” era el auténtico héroe.
Gracias, Diesel, por retrotraerme a mi infancia (afortunadamente, también muy feliz).
Un abrazo.
Gracias, Carlota. A veces pasábamos dificultades, como todos los niños y niñas de todos los tiempos, pero en verdad que éramos felices. Lo que me apena es ver el hambre que pasan en otros lugares del mundo. De verdad que pensando en ellos me entristezco.