Estoy sentada en la casa de mi abuela con mi madre y mis hermanos. La televisión esta prendida, la luz tenue alumbra el pequeño cuarto en el que nos encontramos. Apenas y cabemos, lo cual parece ridículo considerando que nos encontramos dentro de una casa que abarca casi una cuadra completa. Mis ojos se enfocan en el televisor y mi cara no expresa la atención con la que escucho la conversación que flota a mi alrededor.

“ Se parece a Poncho”, comenta mi abuelo cuando un señor de unos 35 años, delgado y rubio aparece en televisión. Ese comentario desata una vez mas una conversación que circula alrededor de los miembros de la familia Guardado.
Mi mente vuela hacia la imagen de Carmina, aquella bisabuela que jamás conoci y sin embargo temo. Durante mas de cincuenta años yace colgada en una pared, en un retrato, claro esta. Desde aquel lugar venerable nos observa, y cada vez que me encuentro dentro de esta casa calcula mis movimientos, juzgándome.

Sus ojos expresan su desconcierto, descontento, cualquier sentimiento que le provoquen mis acciones. O por lo menos asi lo percibo yo.
Nunca la conocí.
Mi bisabuela tenia la misma forma que definia al clan de los Guardado: delgada, pequeña, blanca y de cabellos oscuros con manos finas y un aire que nunca se esfumaba, de solemnidad y tragedia a la vez.
El “clan” de los Guardado no era realmente un clan. No eran ni remotamente tan unidos como la palabra lo denota, mas bien eran un grupo de personas que por azares del destino llevaban la misma sangre y un apellido en común, que era lo único que los unía, ya que los lazos afectivos estaban truncados. La distancia y la frialdad eran el común denominador de las relaciones entre la mayoría de los once hermanos, asi como la necesidad de enaltecer su apellido.

Jose era un joven abogado, delgado, no muy alto, de barbas espesas que habrían de ser su principal característica a lo largo de su vida, acompañadas de una personalidad arrasadora y un carácter vivaz y luchador, indispuesto a sucumbir a las ideologías ajenas. Siempre estaba en movimiento, si era imprescindible estar quieto, sus ojos expresaban aquella energía, como si algo se moviera siempre dentro de él. Gracias a aquella maña de estar haciendo siempre algo, fue que logro convertirse de un abogado común, a uno de los mas prestigiosos de la ciudad en un corto tiempo, y lo que logro que su apellido se hiciera de importancia en aquella ciudad del norte tan preocupada con el lineaje. Fue también lo que logro que aquella joven de cabellos oscuros y aire de solemnidad aceptara ser su esposa. Para ser precisos, aquella decisión fue solo parcialmente tomada por ella, ya que eran los padres los que tenían la ultima palabra, y a pesar de que Jose no era de familia importante, el dinero y el poder con los que contaba lograban que absolutamente nadie se atreviera a comentarlo.

El once de marzo se celebro en la ciudad la maravillosa boda entre Jose Guardado y su flamante esposa, Doña Carmina de Guardado Araiza. El abogado le llevaba 16 años a su joven esposa de 18, sin embargo ambos lucian radiantes. Radiantes, pero no totalmente felices. Jose estaba encantado con su nueva esposa, pero mas que enamorado había sentido la necesidad de proteger a aquella vulnerable criatura desde el momento que la vio por vez primera atendiendo a la obligada misa de los domingos. El en realidad era ateo, pero en este pueblo tan mocho debía uno atender a la iglesia hasta para cerrar contratos. Carmina por otro lado, tenia la mirada que la acompañaría el resto de su vida: vagamente perdida, un tanto preocupada, desasociada de su alrededor. De niña siempre había sido cayada, fría, no solia relacionarse mucho con otros niños y nadie sabia porque.

* es el principio de una historia que involucra a toda la familia, que opinan?