Y yo te llamo Padre y tú a mí me llamas hijo. Pero miro entre las hileras del cielo y no te encuentro. Busco en cada poro de mi piel, en lo profundo de mis entrañas, en los recovecos de cada átomo de mi piel…y no te hallo. Veo las guerras del mundo cernirse sobre nuestras cabezas y debilitar un mundo que creaste para el hombre, y no te oigo. Escucho los rumores de la muerte acercarse a cada individuo, unos mas rápidos al declive y otros, mas afortunados, esperándola con calma en cada casa y…no te buscan.
¿Acaso, Señor, el mundo se ha olvidado de ti? ¿No conciben que el viento y las mareas, el cielo y la tierra, los animales y las personas, fueran creados por ti?
Sí, es probable que el hombre esté fatigado de las penurias de este mundo, exhorto en las ciudades de acero, donde la vida pasa rápido y uno no es capaz de detenerse a pensar sobre su propia existencia. El hombre lucha sin sentido por porciones de tierra que tú nos regalaste a todos. Pero tú estas ahí, Señor, esperando a que la fe nos abrace a cada uno.