“Envenena sus estómagos de la amargura mas áspera y dolorosa, que se les queme la boca al nombrarte, que se les caigan los dedos cuando te señalen y que enloquezcan cuando te piensen.”
Sus bocas eran moscas.
Haces el ultimo de los intentos, pero no puedes mas, pierdes la velocidad cristalina, suave danzarina negra, estas medio muerta en el aire, y espías sus pensamientos, pero no todos, solos los que te piensan, los que te son dedicados como un puñal o una bandera, esos pensamientos de enjambre, los juntas, se pegan y encuartelan entre tus hilos pensativos pero se salen y chocan en elipses marítimos, entre tus ideas. Llenas de tormentas sus músculos minuciosos, los estiras de sorpresa, los contraes en el recelo mas intimo, abominables seres los que observan tu muerte porque ahora tu los inventas en el sacrificio, los fundes a tu estrellato, a la pavura de los concebibles, eres heredera de sus complexos, vanidades, sus poderes y sueños.
Te ven caer desmoronada hacia lo inimaginable, entonces no saben que caes con sus almas a cuestas, cabalgando en la caída del fuego, no saben que caes sobre ellas mismas, sobre su indiferencia al futuro, sus monstruosidades, sus formas malignas. Y las cuelgas a tu cuello, sus millones de miradas, entre ellas las absortas, que ruedan por tus cascadas de carbón, las espantadas, que se revuelcan en tus ideas más frías y afiladas, las imprevistas, que de pronto se hallan encalladas en tu tormenta cerebral, de paciente observadora.
La verdad es más cierta cuando caes, cuando mueres en el aire. Solo cosas como esas son las que lees, como palabras retorcidas, derretidas aun, en sus minúsculos cerebros verdes. Buscas que te envidien, aunque sabes que es así siempre, que vuelas y mueres al mismo son de sus giros, de sus millones de ojos que giran contigo, con tu trashumancia de moribunda aérea, con la transparencia peligrosa, infierno de alas tegumentarias. Muerta te armas, eres mas mosca que nunca, y ahora que buscas sostener el vuelo, una bolsa en un torbellino, te enamoras de ti misma, de tus pelos que gritan en los rincones, que se abrasan, se acuestan y se levantan rápidamente, como buscando dormir y no ver nada, no ver como te estrellas. Hacen memoria de cuando te asoleabas por la mañana, sobre el marco blanco de esa ventana manchada por las hojas y el sol. Espiabas al mundo sin ser vista, un cometa hecho de sombras, eras una soledad, más bien una pequeña soledad mutante, el resentimiento irresoluto de las sombras que se retraen bajo las cosas.
El sol empapaba de luz tus visiones, por cada rama de tus alas eran conducidos los fluidos luminosos de la gloria vespertina, esa que traspasaba en voluntad nutricia los tejidos de la vida. Emana de tus movimientos celosos el escándalo que te has hecho con los minutos, ahí, detenida sobre aquel paso de luz extraterrestre, anuncias los placeres que rechaza el hombre, los lanzas sobre su plato, en forma de retazos orgánicos, goces húmedos, ideas tan áureas como siniestras. El los observa y los desea, huele su hedentina aguda, soñolienta, no la prueba, no soporta el placer que aspira por los ojos, y estos saltan, vibran y se llenan de leche, al tanto que su boca se abre como ano satisfecho, se inquieta su lengua, un instrumento feroz, torturante en estos momentos de tragedia, que se revuelve en su lecho de babas, contradiciendo la entereza de los dientes, blancos, formados y firmes. El hombre fallece, no se mueven más sus órganos, y se queda ahí, sentado, con la mente torcida hacia el quinto infierno, las manos artríticas, el pecho hendido, apretando al corazón, que lleno de sangre, de sangre trancada, con esa untuosidad de juez mortuorio, que inquieta a sus poetas, los enfrenta contra un oscuro pasadizo, su misterio púrpura, esa profundidad seductora que poseen los líquidos vitales, el bajío de la vida en lo mas espeso de la sangre.
Y tu, mosca negra, mecanismo de demonios, que traes montada la cura para todos los dolores, solo te paras sobre el marco blanco de esa ventana, frente al mundo, que pende de un pellejo, que cuelga desentrañado por un gancho curvo, goteando su tiempo por las narices, con la vista posada en algún recuerdo feliz.
Siempre ha sido el tiempo, la hora, el momento sospechado, pero has sido misericordiosa, solo has observado, y aunque ahora mueres entre tus hogares de aire, entre el palacete de las almas penantes, haces de los demás una fiesta, haces de sus miradas un réquiem deshonesto, la impresión de cementar sus corazones o la de subir una escalera ardiendo hacia tu pecho. Por que te mueres con todos esos ojos adheridos a ti, porque son tuyos, las flores en tu entierro aeronáutico, derramas sobre la muerte sus gestos y su vibra.
No te inquietes mosca negra, amada mía en estos momentos de misterio, únicamente te pido seas la sombra que destemple al mundo, que robe sus ojitos celestes, su sonrisa desierta, inútil, con la que envenena mis sienes cuando duermo, cuando deseo. Y así como untabas con tu figura despiadada, de hermoso ejemplar del miedo, los paraísos con que admiro los objetos, siega mis visiones de toda realidad practicable para hombre o mujer de este mundo. Hazte mi camino y mi luz, el sendero hacia lo inconcebible por mente maestra que habite cabeza en la tierra. Y no me perdones jamás si te fallo.
Te prometo coger al cielo por los cabellos, arrastrarlo a la deriva de lo tuyo, de lo más nuestro entre pocos, y ahogarlo en la orilla del mar, que se llenen sus parpados de nuestra arena, te juro respiraciones desesperadas, aletazos sobre el agua, estrellas sobre la alfombra, que se enarbole su corazón en un grito de espanto contra la arena húmeda, que reviva las napas, que florezcan y se extiendan arrodilladas hasta ti y tus articulaciones dionisiacas, de parto fantástico entre todas las especies.
Y te prometo además, el genero de las luces, un vestigio etéreo, te prometo la dama celeste, un astro posado en la tierra, que toma forma de dolor y pasión como los ojos cuando se cierran y regalan sus parpados al mundo, eso puede ser ella para ti, un artefacto mentado por el tiempo, que va con los ojos cerrados esperando confiado estrellarse con los tuyos, una amor aleatorio.
Entonces tú vuélcale la vida, el vaso de leche sobre el vestido de princesa
Chúpale cada una de sus patas, lucen el petróleo más alucinante, el grito más nocturno
Solo por ti, por el toro alado que las seduce. Hazla nave sanguinaria contra el mundo
Que avecine tempestades con sus jugos, con su vientre que insulte a la omnipotencia en sus palacios.
Roba sus niños, hipnotízalos desde sus lechos, que se rompan sus caderas en la humedad más placentera, en la fruición de sus cuerpos con el dulce canto de tu mosca herida.
Besa sus ojos como a sus mujeres, embadurna su frente de los humores despiadados, de los asombros primaverales, de espejismos crepusculares, de mucosidades flameantes. Y jamás olvides tus millones de reflejos, jamás olvides el tornasol de la moribunda enamorada.
Jódela como a la belleza, que suda tus colores tremebundos cuando se enferma, ahí, sola sobre su camastro, esperando ser tuya una vez más, humedeciendo su cuerpo, y este atornillándose en tu delirio mientras el sol se alienta de no ser visto, por los visillos negros de la ventana con marco blanco en que te paras…Y ya no puede mas la belleza. Se inunda de gemidos su cesera amplia, de planicies y océanos, sus bracitos blancos se derriten como la cera, sus pechos se desinflan y sangran, ella sangra entera, por los ojitos negros, por las uñas, y nadie hace nada, los objetos la celan y la odian por haber sido tu carne, tus manos, tus millones de ojos.
Y la que ahora es tu carne, ese atado de placeres que bombeas bajo tu vientre, quiere ver, distanciarse hasta una esquina de la pieza, ver que le hacen el amor a otra mosca, a su madre, a su hermana, a la orquídea del florero, o al florero. Pero ni siquiera puede ver, sus ventanitas se apagan con el mundo, con la realidad, para ser reemplazadas por destellos rojos, algunos anaranjados, y formas que se fusionan y dan paso a otras formas, aun más impredecibles e indefinidas.
Tú aleteas sobre tu nave, encausas los cirros hacia sus portales majestuosos, la llenas de muerte vaporosa, de esa que entró con las plagas en los lechos pueriles de Egipto, pero ella no muere, algo que no es sobrenatural en tu mundo, allí la muerte es un placer más, y para ella es la transformación, una metamorfosis dolorosa, mágica. Por eso lo haces con amor, con caricias atormentadas de tu obra, que ya se apaga para brillar como nunca, que ya no bate el tórax, que se desploma por pata, que tuerce rendida su trompa, sus alas se relajan y cierran.
Un diminuto cortejo surca el cielo, el cielo se queda en silencio, en el más prolífico de sus silencios. La figura muerta envenena el cielo, el aire se apaga, ya no fluye, se desploma herido en forma de escarcha invisible sobre sus cabezas, y todo sigue en secreto. Ya no hay mas rastro de vida que ese cuerpecito que cae vertical, ese carboncito apaciguado, esa ventana a mi mismo. ¿Cuándo será el momento, amada mía? ¿Cuando cesara la febril impotencia que me asota? ¿Cuándo apagaras la sonrisa que lleva el mundo entre sus manos?
¿O es que acaso me merezco esta vida de quimera?
Muy interesante. Gracias.
Profundo cuento de metafísica filosófica alrededor de la mosca de tu imaginación. Muy buenos detalles en el texto. Más que cuento es reflexión contada pero merece la pena leerlo porque en este texto hay atrapado mucho diapasón de pensamientos. Un abrazo.