La fuente donde bebí en aquel fuerte verano estaba situada en el corazón mismo de los gitanos de Vallecas de Madrid. Bebí para saciar yo mis ansiedades y para calmar un poco el dolor mientras las gitanas, a mi alrededor, hablaban con su jerga caló, de aquel extraño viajero payo que cruzó el desolado campo de los desamores. Allí bebí agua fresca del caño de la pequeña fuente de piedra. Los gitanos me observaban desde el interior de las chabolas con las navajas abiertas para afeitarse sus sucias barbas mientras las gitanas se les escapaban por todos los rincones para salir a ver al extraño viajero.
El descampado y desolado campo de la seca arena había quedado atrás y yo sólo bebí un poco de vida para continuar, campo a través, aquella maratónica jornada calurosa. La fuente de piedra donde bebí se me había convertido en un sueño de esperanza y el frescor del agua me sirvió para borrar el sudor de los desamores. Todo lo demás me era ajeno por completo. Todo me sabía a agua fresca y reconfortable.
En el bario, los corazones de los gitanos que se estaban afeitando sus sucias barbas, se habían quedado paralizados y ellos, con las navajas abiertas en sus manos, no se atrevieron a salir a preguntarme por qué había ido yo a beber agua de aquella fuente. Solo les quedó el remedio de afeitarse y aceptar mi Libertad; porque las verdaderas cicatrices no eran las de ellos, muy terroríficas sólo para los niños por cierto, sino aquellas que yo sólo conocía. Yo, aquel joven payo que las llevaba grabadas dentro de su corazón.
Las gitanas sólo salían para verme beber, con total serenidad, mientras ellas llenaban sus botijos en el mismo círculo central del duro barrio vallecano. Había atravesado yo el desierto de arena, piedra y suelo duro, y me lavé la cara en el espejo de mis sueños. Los gitanos, desde el interior de las chabolas, sólo podían guardar silencio mientas se afeitaban con sus navajas abiertas y se quitaban las máscaras de sus falsas cicatrices.
Y después seguí mi camino hasta llegar al centro del propio corazón de la ciudad de Madrid, para olvidar los dolores del alma mientras allá, en el barrio gitano, se escuchaba, por la emosora de radio, el baile de Carmen Amaya, la gitana de Barcelona, acompañada de una voz que cantaba un taranto:
si tú me quieres dímelo
y si no dame veneno
y sal a la calle y di
yo maté a mi dulce dueño
con veneno que le di.
se me partió la barrena
emboquillando un barreno
yo le dije al compañero
ya se sienten las caenas
creo que viene el relente.
Y quedaron muy atrás, en mi memoria, unos gitanillos jugando al fútbol mientras los churumbeles lloraban de hambre…