La herencia de Madame Canaris – Capítulo 1 (Novela)

“La multitud se arrastraba como un monstruo ciego y sin mente hacia la entrada del metro. Los pies se deslizaban hacia adelante unos pocos centímetros, se separaban, volvían a deslizarse. Howard odiaba a las multitudes”. Marlon Brandy iba pensando en Patricia Highsmith mientras esperaba la llegada del metro en la Estación de Villiers. Había decidido tomar este medio de transporte hasta la Estación de Pigalle. Ir en su propio automóvil le asfixiaba el ánimo cuando la ciudad se llenaba de tráfico. Ahora estaba inmerso en sus pensamientos. Junto a él, dos jóvenes se besaban en la boca mientras él le hacía promesas de fidelidad eterna a ella. Marlon Brandy sonrió ligeramente en el mismo instante en que la llegada del metro les hizo volver a la realidad.

– Yo también era así… -musitó en voz baja mientras la chica se le quedó mirando fijamente antes de volver a abrazarse junto a su novio.

Dentro de los próximos cinco minutos, Marlon Brandy sabía que tendría que comenzar por hilvanar sus pensamientos. ¿Qué mejor ocasión para tomar una copa de coñac en el Café de Nueva Atenas, en el número 9 de la Plaza Pigalle y recordando quizás a Edgar Degas mientras lo imaginaba pintando “El ajenjo”? De repente, mientras la chica seguía observándole sin que el novio se diera cuenta, se vio tarareando unos versos de la canción “Plaza Pigalle” intentando copiar la voz y el acento de Maurice Chevalier: “Mi manzana. Soy yo. Ella me ama como a un rey”. La joven sonrió y Marlon Brandy salió del vagón en Pigalle. Una vez de nuevo en la superficie el tiempo seguía siendo desapacible; de esos días de otoño en que las hojas amarillas caen sin remedio de los árboles y llenan los parques de pensamientos entres quienes pasean buscando recuerdos. ¿Qué recordaba Marlon Brandy? La verdad es que iba abstraído como un niño que sólo busca encontrar un pequeño rincón donde acurrucarse y pensar en silencio sobre cuándo podría ser mayor para poder besar a su novia en la boca. Marlon Brandy volvió de nuevo a la realidad y sonrió. Se encontraba ante el número 9 de la Plaza Pigalle. En la misma puerta del Café de Nueva Atenas. Abrió la puerta y entró. Una especie de olor a castañas asadas le llenó la pituitaria mientras tomó un lugar frente al mostrador.

– Hola, Charles.

Charles Saura levantó la cabeza…

– ¡Hombre, Marlon! ¿Eres de verdad Marlon Brandy?

– ¡Soy de verdad Marlon Brandy, granuja!

– Ya te daba por muerto, sinvergüenza.

– ¿Por faltar dos meses seguidos?

– Sí. No me negarás que no es normal que faltes dos meses seguidos a tu cita diaria.

– Pero no es porque me haya muerto… puede ser porque tenga la memoria en algún otro escenario…

– ¿Todavía la recuerdas?

– Todavía la recuerdo Saura…. todavía la recuerdo….

– Si fueses, como yo, hijo de emigrante español la habrías olvidado hace ya mucho tiempo.

– Pero yo no soy hijo de emigrante español y, la verdad sea dicha, me gustaría haberlo sido.

– Tonterías, Marlon, tonterías. Los amores son solamente tonterías hasta que te llega el verdadero. Un tío mío era un gran futbolista y cuando una chavala le daba calabazas jugaba mejor que nunca y la olvidaba rápidamente metiendo más goles que nunca. Era tan bueno que pudo haber sido un internacional de esos que bate récords absolutos.

– ¿En qué equipo jugó tu tío?

– Prefirió ser siempre un simple aficionado. ¿Para qué añadir a los problemas con las mujeres los problemas con los aficionados? Era muy inteligente mi tío. Uno de esos tipos que jamás se complicaba demasiado la vida.

Charles Saura le sirvió la copa de coñac a Marlon Brandy y se sirvió otra a sí mismo.

– ¿Cómo están los gemelos?

– ¿Te refieres a Émile y Camile? ¡Se encuentran mejor que nunca! Ahora mi Renata se pasa todo el día con ellos. Era necesario que estuviesen con ella y no con ninguna sirvienta.

– Tuviste suerte con Renata…

– En realidad tuvimos suerte los dos.

– Espero que no me cuentes otra vez cómo os llegasteis a conocer.

– Ya sabes que cada vez lo cuento de una manera diferente.

– Porque eres demasiado granuja, Charles.

– No lo hago por eso. Lo hago para que nadie sepa mi secreto de profesional.

– ¡Jajaja! O sea, que te dedicas a contar historias diferentes para que acudan más clientes al local y así ganar mucho más dinero…

– ¿Es eso ilegal, Marlon Brandy?

– No. Creo que no.

– Entonces bebe y olvida.

– Hoy no vengo a olvidar nada. ¿Es cierto que los hermanos gemelos son idénticos en todo, hacen las mismas cosas y sienten de la misma manera?

– Hay muchos falsos mitos sobre los hermanos gemelos, Marlon. Por ejemplo, si es que te interesa saberlo, a diferencia de lo que se cree, los gemelos idénticos no tienen las mismas huellas digitales.

– ¡Eso sí que es interesante, Charles! ¿De verdad que no tienen las mismas huellas digitales?

– Por lo menos Émile y Camile no las tienen. Y además tienen caracteres completamente distintos. Émile se parece a Balzac, siempre correcto y educado; mientras que Camile se parece a Cela, siempre malhablado y grosero. Quizás lo debió de intuir Renata cuando decidió ponerles esos nombres.

– No sabía yo que Renata Poison supiese tanto de genios de la literatura universal.

– Porque es un secreto muy bien guardado; pero mi Renata tiene, para que lo sepas, el título de Licenciada en Literatura por la Sorbona de París.

– No me lo puedo creer. ¿Es otra de las historias que te inventas para ganarte clientes o es de verdad cierto?

– Es de verdad cierto. Y en cuanto a los gemelos no existe el bueno y el malo pero no son iguales en sus sentimientos ni sienten la mismas cosas al mismo tiempo. Es falso que cuando a Emile de duela algo también le duela a Camile y viceversa. Lo que sí existe es una lazo más fuerte que en otras parejas de hermanos, por lo que tienen una mayor empatía; pero de eso a sentir el mismo dolor o la misma alegría al mismo tiempo es totalmente falso. ¿Tú de verdad te crees esa bola de que viviendo uno en Oslo y otro en Johannesville sienten los mismos síntomas ante algún asunto doloroso o alegre?. Es totalmente falso, Marlon.

– Si eso es cierto también me parece muy interesante tenerlo en cuenta.

– Hay algo que debes saber. Siempre hay un gemelo dominante y un gemelo dominado. ¿Te interesa saberlo?

– Me interesa saberlo. ¿Cómo sabes que eso es cierto?

– Todavía no lo he podido experimentar en mi caso porque Émile y Camile no han llegado a cumplir ni un año pero el tiempo me lo hará saber.

– ¿Todas esas cosas aprendéis los casados por la iglesia?

– Por supuesto que sí. ¿Tú crees que los casados por la iglesia somos algo así como retrasados mentales?

– ¡Jamás he pensado eso de vosotros, Charles!

– Pero alguna vez te lo habrás creído…

– Bueno… esto… alguna vez… quizás…

– ¿Porque te lo cuentan tus amigos de la bohemia? ¡Vaya cantidad de estupideces os contáis los unos a los otros cuando os tomáis dos copas de más! ¿Si de verdad fueseis bohemios por qué bebéis tanto alcohol para olvidar?

– Porque no somos felices, Charles, porque no somos felices.

– Por eso mismo yo vivo entre bohemios pero me casé por la iglesia y solamente con una nada más. La que me interesaba porque, entre otras cosas, era virgen. ¿Soy tonto o soy inteligente, Brandy?

– Eres muy inteligente, Saura.

– Gracias por el cumplido pero ya lo sabía. Y ahora… ¿se puede saber cuál ha sido el verdadero motivo por el que has venido aquí después de dos largos meses de ausencia? No me digas que porque me quieres mucho porque no me lo voy a creer.

– ¡Jajaja, Saura! Necesitaba tu buen humor para alegrarme un poco el día.

– Sí. Sé contar chistes mejores que los vuestros pero… ¿puedes decirme qué has venido a buscar aquí?. Ya sabes que a Renata Poison la pesqué yo y es cosa privada mía y de nadie más. Por eso ya no viene más a este Café…

– Sé que ver a Renata era un gran aliciente pero no vengo por eso ya que todos sabemos que es intocable. ¿Tú recuerdas a un tipo curioso que estuvo una noche charlando con nosotros y que decía que era investigador privado?

– Espera que haga memoria…

– Recuerda, Charles, recuerda…

– Me parece recordarle. Me parece que dijo algo de España. Me parece que dijo algo de Badajoz. Me parece que dijo algo de Madrid. Me parece que dijo algo de la Plaza de la Colina. Me parece que dijo algo de la Madre Catalina. Me parece que se tiró toda la noche entera sin beber ni una sola gota de alcohol y me parece que se tiró toda la noche con un café con leche nada más. ¡Aquel tipo si que me parecía un verdadero bohemio! ¡Con un solo café con leche toda la noche! Cabello bien cortado. Barba espesa pero cuidada aunque un poco silvestre. Sí. Dejó a todas con la boca abierta.

– ¿A todas?

– A todas. Hasta Renata pareció más contenta que nunca así que tuve que retirarla del negocio…

– ¿Y no recuerdas que te dejara alguna tarjeta de visita?

– Espera, Brandy, espera que haga memoria…

– ¡Vamos, Saura, recuerda!

– Me parece que dijo algo de investigador privado… me parece que dijo algo de una tarjeta…

– ¡Venga, Saura! ¿Te dejó o no te dejó una tarjeta?

– Si me esperas un momento busco a ver si es verdad. Siéntate donde puedas porque tengo ya muchos clientes para atender.

Marlon Brandy apuró su primera copa de coñac, tomó con su mano izquierda la segunda que le sirvió Charles Saura y se fue a una esquina del Café de Nueva Atenas. Allí siguió pensando en ella: “El olor a tela quemada flotaba aún en su apartamento, y le sorprendió, porque tenía la sensación de que había pasado mucho tiempo”

– ¡Eh, Marlon! ¡Despierta! ¡Deja ya de pensar en ella o no llegarás a vivir mucho!

– ¡Ah! ¡Hola, Saura! ¿Has encontrado algo?

– ¡Tienes suerte, sinvergüenza! ¡Aquí tienes la tarjeta!

– ¡Ponme otra de coñac, Charles! ¡Hay que celebrarlo!

La mano derecha de Marlon Brandy temblaba cuando tomó la tarjeta y comenzó a leer musitando para sus adentros como si le faltase el aire debido a la emoción.

– José Roberto Ortero de Jumilla. Investigador Privado. Calle de los Tres Hermanos, 18. Montmartre. París.

– ¿Qué tal, Marlon? ¿Algo bueno tal vez?

– Me parece que he encontrado al “Tom Ripley” que necesito.

– Cuenta, cuenta, Brandy…

– Perdona, Saura, pero como dijo ella… mi imaginación funciona mucho mejor cuando no tengo que con la gente…

– Olvídala ya, Marlon. Todos sabemos que no le gustaban los hombres, que prefería a los gatos y a los caracoles antes que a ningún donjuán porque era lesbiana.

– Ya lo sé, Saura, ya lo sé. A mí me la quitaron Marijane y el alcohol.

Marlon Brandy tomó su segunda copa de coñac, salió del Café de Nueva Atenas, llamó a un taxi y entró dentro de él.

– A la Calle de los Tres Hermanos, número 18, por favor.

– ¿En el Barrio de Montmartre, señor?

– Efectivamente, en el Barrio de Montmartre.

– Perdón, caballero, pero usted me recuerda a alguien.

– Soy el inspector Brandy de la Policía de París.

– Perdón. No quise molestarle.

El taxista puso su auto en funcionamiento mientras Marlon volvió a meditar: “Nunca había conseguido hacerle comprender que haría cualquier cosa por ella”. Pero prefirió ya no seguir recordando para no hacerse mas daño a sí mismo.

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