La hora de los infinitos

Hola, amigos y amigas del Vorem. Todos los seres humanos somos como puntos concéntricos de un variado y múltiple sentir. Según vamos viviendo siempre hay un momento en que encontramos la hora de los infinitos. Esa hora en que, en verdad, nos hacemos eternos. No estoy hablando de la Muerte ni tampoco de lo que puede haber después de la Muerte. Estoy hablando de la Vida. De ese encuentro con el eco de nuestra propia voz que se convierte en luz de plena consciencia. Es esa hora única en que hallamos el porqué de nuestras existencias en los vacíos supremos del espejo cotidiano en que nos contemplamos cuando queremos vernos por dentro. Ningún filósofo, ningún pensador, ningún poeta lo ha podido explicar jamás… pero hay un hora única (que a pesar de ser única se repite continuadamente), en donde hallamos la explicación de nuestras enigmáticas búsquedas. Nos ocurre a todos. No importa quiénes seamos. Nos ocurre a todos ineludiblemente de vez en cuando^. Pero es imposible traducirlo en expresión comprensible para los demás.

Es la hora de aquellos infinitos en donde las líneas paralelas de nuestra personalidad (el sí y el no de nuestras esencias) se unen en un punto de luz. Pero no podemos explicarlo porque nos agobia el peso de su presencia. Sin embargo, todos somos capaces de sentirla muchas veces en nuestra vida. Es la certera virtualidad de saber que hemos podido comprneder comprender momentáneamente. La respuesta a nuestra inquietante interrogación vital. Después, esa hora se hace fugaz y etérea, se pierde en el ámbito de nuestro pensamiento y somos incapaces de poderla retener para poder explicárselo a los demás. Y seguimos viviendo olvidándonos de ella hasta que de pronto, en algún otro momento, se nos vuelve a hacer luz. Es el continuo juego de ser un ayer convertido en un mañana.

Sé que estamos designados a desaparecer en el momento en que el Destino así lo tenga determinado pero mientras tanto, mientras vivimos nuestra eternidad signada por el enésimo segundo de nuestro presente, estamos siempre persiguiendo y percibiendo ese eco de luz, esa hora de los infinitos en que lo podemos comprender todo acerca de nuestra personalidad. Lo que sucede es que no podemos, por más que lo intentemos arduamente, atraparla en una expresión verbal, gestual o escrita que sea completa; y por eso no podemos hacer comprender a los demás la verdadera intensidad de nuestro propio yo. No hay vocabulario oral, gestual o escrito que contenga todas las palabras, los gestos o los signos posibles para poderlo describir.

Vivimos un presente continuo que instntáneamente se nos escapa por la espita de nuestra composición extracorporal. Yo tampoco sé expresarlo, sino simplemente sentirlo. Es la hora de los infinitos que se nos cruza varias veces en el camino de nuestro discurrir. Y es imposible que algún pensador, algún filósofo o algún poeta lo pueda atrapar y lo consiga sustentar en un fragmento real. Es por eso por lo que el ser humano, el hombre o mujer que hay dentro de nosotros, no puede ser explicado por nadie sin caer en determinismos y errores de interpretación. Nosotros mismos, que entendemos esa hora en que encontramos nuestra verdadera personalidad, somos incapaces de poder mostrarla en plenitud. Todos somos algo. Todos somos alguien. Y sin embargo todos somos incapaces de definir con total exactitud lo que somos. Y nos debemos conformar con las diversas, múltiples y muchas veces contradictorias aproximaciones que de nosotros mismos ven y observan los demás. Por eso todos los seres humanos somos, en cierto modo, ampliamente desconocidos.

Pero en esa hora de los infinitos, esa hora que no podemos atrapar en su plenitud, es cuando deberíamos detener la marcha de nuestras inquietudes y, despojándonos de todo revestimiento circunstancial, poder romper la incomunicacióny poder decir a los demás lo que realmente, profundamente, hondamente somos.

Sentimos la necesidad profunda de vivir hasta agotar el último de nuestros momentos, pero la pregunta incesante que en estos instantes se me plantea es saber responder con acierto qué es, verdadermaente, lo que somos. ¿Somos ciertamente una realidad tangible o solo una ilusión, una ficción, un sueño más o menos profundo?. ¿Somos verdaderamente una creación de algo o de alguien o somos simplemente un reflejo irreflexivo que proviene de la Nada?. Esa hora de luz, esa hora de los infinitos que abre, en algunos momentos de nuestras vidas, nuestras mentes hasta hacerlas lúcidas, capaces y locuaces con nosotros mismos, me hace pensar que somos ciertamente trascendentes. Y sin embargo me queda latiendo la sempiterna duda de si es veraz o quimérica tal trascendencia.

Lo que al final llego a determinar, aunque no sé si es una equivocación del pensamiento, es que necesitamos seguir existiendo dentro de nosotros aunque los demás no puedan comprendernos totalmente. Y que es importante seguir experimentando con los fragmentos reales e irreales de nuestra existencia para poder hallar una configuración personal tangible y fungible que pueda darnos a entender la validez de todo esto que nos ocurre, incluyendo particularmente esa hora de los infinitos en que, al fin, descubrimos el eco de nuestra personalidad. Posiblemente radique ahí, en ese enigma de comprensión e incomprensíón alternativas, el verdadero motivo de querer vivir, el verdadero interés de nuestra existencia, el verdadero porqué de todas nuestras luchas internas y externas. Si algún ser humano puede atrapar indefinidamente la hora de los infinitos y explicarla con verdadera nitidez es que ese ser humano es Dios.

Mientras tanto, mientras no llegue ese momento histórico culminante que convierta a la historia humana en una comprensibilidad absoluta, debemos seguir gozando con la comprnsibilidad relativa de cada uno de nosotros mismos. No es conformismo. No es tirar la toalla ante lo inexplicable. Es, por el contrario, la verdadera emoción y emotividad de la vida, la verdadera dimensión que nos hace repetirnos una y mil veces que somos algo y somos alguien. Y que, por consiguiente, somos capaces de sentirnos ampliamente verdaderos en esos momentos en que la hora de los infinitos nos ilumina con su destellante presencia.

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