Alberto.
Me pidió su anillo y sonreí.
Yo le dije “Espera un momento, haremos una cosa”. Aquel día habíamos ido todos a la playa: Ana, Guille, Iría y los demás. Sin embargo, hacía rato, nos sentábamos ella y yo cerca de la orilla. Charlábamos. A ratos, callábamos y sentíamos como el mar nos hablaba a los dos, como en silencio.
“Fíjate en mis ojos”, le dije, “aunque quizá no te hayas fijado, hace tiempo que quieren decirte algo…”
“¿Ah, sí? ¿Y que dicen?” susurró ella. Sus ojos azules penetraban en mi cabeza y me hacían sentir desnudo, como si me abriese el alma. Aquello me hacía sentir alegre, y la vez, extraño, como si supiese en que pensaba en aquel preciso momento.
“Bueno, eso lo adivinas tú. Si lo adivinas, te devuelvo el anillo, ¿eh?”
El anillo. Ana sintió como si la bóveda del cielo se desplomara sobre su cabeza. El anillo, aquel anillo que había aceptado de Roberto, su novio, en un momento de desconcierto, porque nunca se había planteado formalizar con él las relaciones hasta ese punto. Y luego no había tenido el valor de devolvérselo…
Ana se miró en las pupilas de Alberto. Siempre se embelesaba mirándolas, porque su color verde matizado con pequeñas chispas doradas le hacían casi perder la cabeza. Procuraba evitarlo por pura auto-preservación. Esta vez la mirada se sostuvo más de lo habitual, y lo que leyó en esos verdes lagos la hizo sonrojar.
“Escucha, Alberto, es una bobada que no me devuelvas el anillo. Es mío.” dijo como si fuera una niña pequeña a quién le hubieran quitado su juguete. Alberto sonrió con ironía y tomó nota mental del sonrojo de Ana. Quería forzar un poco más la situación para que Ana dijese algo que traicionase sus sentimientos. Él no estaba seguro de que Ana le amase a él, pero sí de que no amaba a Roberto. Ese engreído.
Fueron conscientes al mismo tiempo de que el sol calentaba demasiado en aquellos momentos y que deberían caminar por la orilla del mar o quizá buscar una sombra. Se levantaron al unísono y echaron a andar. El intentó poner su brazo sobre los hombros de Ana, pero ella se zafó del semi-abrazo.
“Escucha, no estoy para tonterías. Si viene Roberto, y puede venir en cualquier momento, se extrañará de ver tu brazo en mis hombros y mucho más si ve que tienes mi anillo.”
“Así que el anillo es una mordaza, los grilletes que te unen a él… ¿Cómo dejaste que pasara?”
Ana guardó silencio. Alberto tenía razón, pero no podía, sin deshacerse de una relación anterior, meterse en más profundidades con él. Primero debía aclarar su vida, explicar a sus padres el porqué de su rechazo de un chico que a ellos les satisfacía plenamente. Y luego podría escuchar las dulces palabras de Alberto, si es que los coqueteos de hoy eran algo a tener en cuenta.
“Te echo una carrera hasta el malecón” dijo, y se puso a correr como una loca. Alberto reaccionó casi inmediatamente y la siguió. Sus zancadas eran mayores que las de ella, pero Ana estaba muy entrenada en la carrera, participaba en competiciones desde que era niña, y era difícil no ya alcanzarla sino seguirla.
Se distanció de él y en lugar de dirigirse al malecón, se metió en una zona de pequeñas construcciones y casetas alejada de la orilla del mar. Se introdujo rápidamente en una de las casetas y se sentó en el fresco suelo para tomar aliento. Sus respiraciones, lentas y profundas, la llevaron rápidamente a un estado ideal para que el pensamiento funcionase a pleno rendimiento.
Se había metido en un lío, pero no podía decir que hubiera sido sin querer. Vio desde el principio cómo su interés por Alberto crecía, al tiempo que se daba cuenta de que nada definitivo sentía por Roberto. Se podía decir que el propio desinterés hacia él había sido el germen de su atracción por Alberto. Y ella lo había fomentado, no había luchado nada en contra de esos sentimientos que habían empezado por broma, o por aburrimiento. Había un vacío en su corazón y ella había sido consciente de ello. El horror al vacío, el mismo horror al vacío de la Naturaleza…
“Tengo que deshacerme de Roberto, tengo que volver a ser libre, y luego ya veremos. Si luego las cosas se arreglan con Alberto, estupendo. Pero lo que está claro es que no quiero seguir con Roberto.”
Oyó pisadas y Alberto abrió la puertecilla de la caseta. “Ajá, con que estabas aquí ¿eh?”.
“Vamonos, tenemos que recoger las cosas que se ha hecho tarde”.
“Cobarde” le dijo Alberto. Ella no respondió e intentó salir muy digna de nuevo a la arena de la playa. Él se lo impidió cogiéndola de un brazo, atrayéndola hacia él y estampando un beso en sus abiertos labios. Como pudo, Ana se liberó del abrazo de Alberto, aunque estaba temblando. No podía dejar que la cosa siguiera adelante en estos momentos. “Vamonos”, repitió.
Aquella mañana no hubo más incidentes, Ana y Alberto se reunieron con su pandilla y todos juntos marcharon hacia sus respectivas casas. Cuando Ana entró en la suya, su madre salió a su encuentro. “Dónde estabas, que Roberto ha venido a buscarte. Al parecer no le habías dicho que ibas a la playa, y ahora acaba de irse para allá.”
Ana se exasperó. “Tampoco él me había dicho que iba a venir, y no veo porqué no puedo ir a la playa con mis amigos. Podía haberse dado cuenta de que no iba a estar aquí encerrada con el día que hace. Estoy harta.”
Y en ese momento lo decidió. “Mamá, me voy a ir a ver a la tía Lidia.” La madre la miró como si se hubiese vuelto loca de repente. “¿A Bruselas? ¿Y qué demonios vas a hacer allí, con el mal tiempo que hará?” Aquello escondía el fastidio que le producía el que Ana quisiera ir a ver a su cuñada, por la que ella no sentía ningún cariño.
“No seas exagerada, cierto que el clima no es como el de aquí, pero es estimulante cambiar unos días este calor por el frescor que hace allí. Además, me gustará estar otra vez con la tía Lidia.” Y lo dijo no sin malicia, porque conocía la poca simpatía que su madre sentía por su cuñada.
“Me voy a la ducha, mamá. Si vuelve Roberto dile que ya le veré esta tarde, no hace falta que me espere ahora.” “Desde luego… ésa no es forma de tratar a un novio. Yo nunca hubiera hecho eso a tu padre antes de casarnos.” Ana tuvo en la punta de la lengua una respuesta sarcástica del tipo “ya se lo haces pagar ahora, ya”, pero calló prudentemente. Para salirse con la suya debía aprender a controlar su lengua, su ironía, que la madre encajaba siempre mal.
Se fue a la ducha pensando en el acierto de poner distancia y conseguir, al tiempo, el apoyo de Lidia, que tanta falta iba a hacerle para enfrentarse a sus padres para deshacerse de Roberto. Mucho más tarde se enteraría de la tragedia.
Roberto había ido a la playa y la había buscado por la zona en que sabía que siempre se ponía. Al no encontrarla, volvió siempre andando hacia casa de Ana, pero en el camino entró a tomarse una cerveza en un bar donde estaba Alberto con un amigo. Roberto se acercó a ellos, le preguntó por Ana y Alberto le respondió con cierto sarcasmo “¿Se te ha escapado?”. En ese momento, Roberto se fijó que en uno de los dedos de Alberto había un anillo que él conocía muy bien. El tonillo insolente de Alberto y la vista del anillo le cegaron, y de sus labios salió un insulto. Ya le había parecido a él que las miraditas de Alberto a Ana eran sospechosas…
Alberto tenía poco aguante, así que respondió al insulto con un certero puñetazo, que dio con Alberto en el suelo, con tan mala fortuna que la nuca fue a dar contra el escalón de mármol de debajo del mostrador. Allí quedó tendido y nada pudieron hacer por reanimarle, ni Alberto y su amigo ni el servicio de urgencias médicas que acudió rápidamente al lugar.
A raíz de aquello, Alberto ha tenido y tiene muchos problemas, tanto con la justicia como con su propia conciencia. Pero el peor parado ha sido Roberto, que sigue en coma, sin que se sepa si alguna vez se recuperará.
Precioso relato Carlota. Realmente existen cadenas que nos atan y que nosotros mismos hemos creado.El miedo a hacer daño provoca siempre el doble de dolor.
Pobre Roberto, pobre Alberto y pobre Ana. La cobardía en el amor siempre tiene consecuencias…Me ha gustado mucho el relato.Un beso Carlota
Buenooooooo. Todo el mundo contra Roberto. Pobrecicio. Un beso preciosaaaaaaaa. Alaia
Aplausos Carlota. Ha sido un remake del relato con gran visión literaria. El peor parado de todos, aunque parezca increíble, me ha parecido ser Ana. Un abrazo, compañera.
Carlota ,lo has trabajado muy bien ,pero vaya final más trágico para todos…un beso
Nena, en la versión primera se apiolaban a casi todos. Aquí no muere nadie (de momento).
Luego ya verás cómo Alberto y Ana acaban uniéndose y el pobre Roberto, ah, ni idea…
Que no, que ya verás cómo Ana y Alberto, cuando acaben los problemas judiciales, se acaban uniéndose.
El pobre tontorrón de Roberto (porque acuérdate de que era un tontorrón) es el que sale perdiendo.
Gracias, muchas gracias por vuestros comentarios. Se lo debo al mal tiempo de ayer.
Saludos a tod@s.
Mmhhh… cambio de nombre del novio… me vale… usare el nombre “original” en mi versión… al fin que es perfectamente común que la gente tenga dos nombres…=)
Y me gusto el giro trágico de esa histeria. Aunque me gustaría que nuestro héroe y nuestro antagonista se hubieran agarrado a trancazos como debe ser y hubiera sido un derechazo del Alberto el que mandara a Roberto al otro mundo, como al boxeador de hace una semana o dos… y como nada me impide hacer eso…>=)
Me ha gustado el texto… lo he disfrutado. Si, como lei anteriormente, es como una novela, pero muy fuerte sentimiento y personajes muy enredados y vaya final!!. Me mantuve en la expectativa de la decisión de ella y la solución de la vida. Un abrazo Carlota.
PD: Cada hombre defiende lo suyo y la verdad es que si ella no quería a Robertico pues alla el, pero Alberto no tenía por qué responder con pedante sarcasmo a Roberto. Ya bastante tenía Roberto con los cuernos. Jajaja. Pero le fue feo. Un abrazo Carlota.
Huy, sorry, creía recordar que el novio era Roberto y no me molesté en mirarlo. No ha sido premeditado, sólo mala cabeza mía. Pero no me negarás que el nombre de Roberto le cuadra perfectamente a este pan sin sal.
¿Has puesto “histeria” por “historia” intencionadamente? La verdad es que la histeria de Roberto estaba justificada. Imagina lo del anillazo en otros dedos que no son los de su bienamada, porque creo que eso también le preocupaba a Roberto independientemente de los celos. Digamos que el anillo había pertenecido ya a su bisabuela… En fin.
Si se lían a puñetazos puede haber mucha sangre… jejeje.
!!!jajajajaja!!!…. cómo me haces reir alegremente Carlota… pues llevas razón… ese roberto es todo un tontorrón… jajajaja…. sigue así Carlota..
Si cuadra, pero ya tenemos un “berto”… o a lo mejor por eso nuestra heroína esta confundida: sabe que ama a un “Beto” pero no sabe a cual >=)
Y por supuestamente que lo de “histeria” es intencional… por otro lado, como Roberto es un tacaño de primera (¿que es eso de andar reciclando anillos?), merece que le vaya como le va, y pior >=)
¡Oh, vaya, lo que encuentro al dejaros unos días!¡El remake de la lengua de los ojos!
Me ha gustado esta aproximación más personal, menos escabrosa que nuestro anterior relato. Me gusta que profundices en las relaciones personales del trío Alberto-Ana-Roberto y la profundidad psicológica que han adquirido los personajes, sobretodo el de Ana.
El final, por no esperado, es sorprendente.
Only, tus elogios no por inmerecidos son menos apreciados.
Muchas gracias.
Querida Carlota! He leido tu remake y me ha encantado!! Jaja sobre todo por una gran coindiciencia, por que yo escribí el principio pensando en una gran amiga mía y yo tengo los ojos verdes, como el Alberto de tu historia… Y me ha gustado también por que has hecho honor al nombre del relato! Ese lenguaje visual es lo que pensaba desde un principio. La verdad es que desde que publiqué esa primera parte tenía en la cabeza un relato completo, con argumento ya hecho, asi que algun día haré mi versión! Que es como la versión que nunca me atreví a publicar o algo asi… jaja
Un beso!