El camino había sido complicado para Javier, de noche y sin más luz que la que emanaba de aquella luna blanca. Era noche de plenilunio y desde lo alto refulgía en todo su esplendor alumbrando la ruta a seguir, justo al despuntar el alba llegaba a la entrada de la cueva gracias a las indicaciones que su madre le dio antes de partir.
Aquella oquedad en la pared de la montaña era invisible a los ojos de los viajeros que por allí pasaban de ruta. Tan solo quién conocía de su situación era capaz de ver que allí había una entrada que conducía al interior de un “cofre” de piedra natural, acogiendo en su interior el tesoro más hermoso jamás imaginado, la orquídea que brillaba con luz propia. Todos la querían, todos la soñaban, todos la deseaban, salvo la persona que guardaba el secreto que desde tiempos inmemorables pasaba de padres a hijos.
Retiró con sumo cuidado las ramas, troncos y piedras que escondían la entrada de la cueva, una procesión de insectos y pequeños animalitos surgió ante sus ojos de improvisto. Al remover toda aquel amasijo de materia compuesta de pedruscos, ramajes y hojarascas desató una estampida de seres asustados a los que había molestado sin querer, a punto estuvo de sentir en su mano derecha la picadura de la araña mas venenosa y peligrosa del planeta, una armadeira, (Phomentria). Su veneno era letal y rápido, pero pudo zafarse gracias a sus reflejos.
El bichejo tenía su nido justo en medio de la entrada, era la guardiana del lugar por así decirlo. Al fin dentro se guió de su instinto y de lo que le dijo su madre.
El lugar olía a humedad, era oscuro, el caminar por sus galerías se hacía penoso, las piedras le dificultaban el camino. Por un momento se sintió desorientado y aturdido, pronto se dio cuenta de que aquella sensación era consecuencia de algo maravilloso que le rodeaba sutilmente, no podía descifrar lo que percibía, tan solo sentía una sensación de paz como nunca había soñado. Apremió sus pasos por aquel pasadizo. Sin saber como ni en qué momento vio una luz al fondo, era tan brillante que parecía que el sol estaba encerrado en aquella cueva.
Y allí estaba en mitad de la estancia la más bella flor del planeta. Una orquídea con los colores más bellos que hasta el arco iris tenía envidia de ella, de su interior brotaba una brillante luz, algo impensable para mortal alguno, ni en sueños se podía imaginar su belleza. Estuvo contemplándola durante mucho tiempo, no se atrevía a cortarla, se alimentaba solo con verla. De pronto recordó a qué había venido y con sumo cuidado cortó la bella flor. A medida que salía al exterior iba menguando su resplandor, en cambio su belleza iba en aumento, no se preocupó por ello, sabía que ocurriría.
Una vez fuera de la cueva y con su trofeo en las manos decidió descansar y reponer fuerzas dando cuenta de los alimentos que llevaba en su bolsa, en cuanto se sintiera aliviado del cansancio y la emoción retomaría el camino a casa, nada le impedía ser feliz con su amada, tenía en su poder el tesoro que le habían pedido para tal fin.
Lo que no sabía Javier, era que le estaban vigilando de muy cerca. Alberto acechaba……
Continuará.