La leyenda de la orquídea negra (6)

Alberto espiaba desde lo alto de una pequeña loma, agazapado entre unos arbustos que crecían entre las piedras. Con sumo cuidado se deslizó hacia abajo, hasta llegar al lado de Javier. De sus ojos refulgían lenguas de fuego avivadas por la envidia al verlo con la orquídea en la mano. ¿Quién diantres le había dicho donde estaba el escondite de la flor?

Sin pensárselo dos veces de un salto se colocó delante del chico, que asombrado y perplejo por la visión de su enemigo no pudo reaccionar en un primer momento.

– Dame esa flor que es a mi a quién pertenece- Dijo mientras blandía amenazante un cuchillo en su mano.

– Antes pasarás por encima de mi cadáver -contestó Javier, ya repuesto de la primera impresión

Ante esta negativa Alberto se abalanzó intentando clavar su arma en algún punto débil del cuerpo de su oponente y así conseguir abatirlo, más no era fácil.
Forcejearon, intercambiaron puñetazos, rodaron por el estrecho sendero que a sus pies se dibujaba, lleno de guijarros puntiagudos y un barranco muy profundo en la linde.
Javier se defendía con uñas y dientes sin soltar en ningún momento la flor de sus manos. Por nada del mundo quería perderla, en ella estaba su felicidad, su futuro junto a su amada, no dejaba de pensar en su chica, ello le daba fuerzas para salir airoso de la encarecida lucha en que estaban inmersos los dos.

Por un instante parecía que Javier saldría indemne de aquella feroz pelea, pero no fue así, a punto estuvo de que la flor se le escapara de las manos, al intentar asirla de nuevo perdió la atención en la batalla, fallo que aprovechó su enemigo para descargar un fuerte golpe con una gran piedra sobre su cabeza (había perdido el cuchillo durante la lucha). Una profunda herida propiciaba que la sangre fluyera a borbotones inundando sus ojos y nublándole la vista. La última imagen que vio fue la cara sonriente de su amada en el interior de la orquídea. La oscuridad le invadió, sus ojos se cerraron mientras en su cara esbozaba una sonrisa. Detalle este que Alberto no entendió ni tan siquiera pensó más en ello.

Decidió que tenía que deshacerse del cuerpo del chico, borrar toda huella que hiciera sospechar lo que allí había sucedido. En el fondo del barranco se divisaba una laguna bastante profunda, sus aguas tenían un color verdoso que les confería un gran misterio ello se debía a las algas que nacen en sus profundidades. Se dice de esa laguna que es un oscuro ojo que desemboca en el mar. El lugar idóneo donde nadie buscaría nunca el cuerpo del chico.

Le costó lo suyo arrastrarlo hacia el precipicio, se sentía cansado del viaje y de la contienda sufrida, antes de lanzarlo al vacío le quitó la flor de su mano, cosa que se le hizo más fácil de lo que imaginaba.

– ! Hasta nunca!- Profirió mientras saboreaba su victoria mirando la caída en picado hacía el vacío interminable de aquel pobre cuerpo inerte. Borró toda huella que pudiera acusarlo y emprendió el regreso.

Mientras tanto en la ciudad Lucia le hablaba a su madre.

– No sé que me pasa madre, tengo un mal presentimiento y mi cuerpo lo siento extraño, me mareo y las nauseas se apoderan de mí.

– No será nada hija mía, solo son los nervios -contestó- En cuanto vuelvan todo habrá terminado. La felicidad entrará en esta casa después de muchos años, de eso estoy segura.

De pronto a Lucia le vinieron unas imperiosas ganas de vomitar…..

Continuará.

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