Existe una remota isla a medio camino entre Ciudad del Cabo y la Antártida. Un lugar hallado por casualidad, habitado por unos seres extraordinarios.
Unas millas antes de avistarla el agua se va encrespando lentamente, incluso en los días en que el mar parece aceite y el día es todo lo claro y despejado que puede ser, el cielo se cubre de un manto de nubes negras, muy bajas, a lo que sucede una espesa niebla que no deja ver a más de un palmo de distancia. Si no fuera por que tu cuerpo tiembla presa del terror y el bello se eriza sobremanera, pensarías que tu ser se ha esfumado.
Uno de los barcos que se encontró en tales circunstancias no pudo sortear la tormenta y embarrancó en la costa de la misteriosa isla. La violencia del impacto hizo rodar por los suelos a toda la tripulación. Al poco rato se alzaron y se reunieron en el puente para hacer recuento. Faltaban dos. Al mirar a su alrededor en busca de los desaparecidos advirtieron que la niebla se había disipado por completo. Las nubes negras seguían allí pero habían reducido considerablemente su tamaño, extendiéndose ahora a dos millas mar adentro del límite de la costa.
Uno de los tripulantes lanzó un grito desgarrador. Sus compañeros siguieron la mirada del marinero y descubrieron los cuerpos de los desaparecidos reventados contra la pared de un altísimo acantilado. Tras unos segundos la estupefacción se multiplicó al ver a un grupo de hombres de unos dos metros y medio de alto, desnudos, que descendían hábilmente por las rocas, cogieron los cuerpos y subieron por donde habían bajado.
El primero en reaccionar fue el capitán. Dio instrucciones a los hombres para que cogieran cuerdas, armas, algunas provisiones y lo que creyeran necesario para salir al rescate de los cuerpos robados.
Escalaron sigilosamente el acantilado por el que habían desaparecido aquellos extraños seres. Al llegar a la cumbre vieron un centenar de ellos devorando los restos de los marineros muertos, descuartizándolos y arrancando enormes bocados de carne humana.
Los gigantes seres advirtieron su presencia y se lanzaron sobre los marineros como si fueran la misma oscuridad.
Continuará…
Ariadna Puig