La soledad llegaba para enroscarse en las entrañas de Paúl. La vieja soledad. Su mejor amigo le abandonaba… pero él lo podía comprender. ¿Qué podía ya contribuir a que Peter arriesgase su vida por una mujer que le había rechazado?. No era para Paúl un argumento válido pero comprendió que su amigo también tenía sus límites. No podía exigirle nada y él no era quién para juzgarle. Quizás la verdadera y profunda amistad debería ser otra cosa pero… ahora se encontraba solo ante lo desconocido. El camino que tanto ansiaba experimentar, el de la desgracia o el de la felicidad (todo dependía de la voluntad de Dios pensó en esos instantes), estaba abierto para él. O tiraba también la toalla al menos hasta recibir la llamada de ella… o se lanzaba a la peligrosa aventura, sabiendo que ya la muerte también jugaba parte de la historia. Dudaba. ¿No sería mejor irse al hotel y esperar acontecimientos?.
Decidió, rotundamente positivo, ir hacia adelante. Se adentró por la zona más peligrosa de la ciudad; por aquel largo y estrecho callejón llenos de cubos de basura por todas partes. El silencio era espesamente fantasmal. El sol empezaba a ocultarse y allí, en aquel oscuro callejón, no penetraban sus últimos rayos del día. Oyó un ruido. Algo se movía entre sus pies. Era una rata gris que levantó el hocico, olisqueó el aire y salió como desesperadamente disparada por un resorte. Volvió el silencio al callejón. Paúl tensó ahora todos sus sentidos. De pronto escuchó unos ligeros pasos. Alguien rondaba por allí…
Recordó el cuerpo del taxista envenenado, aquel que había rsdultado no ser el padre de Bianca. La recordó momentáneamente mientras aún rememoraba, en su interior, esa oculta verdad que no había contado todavía a nadie. La amaba. Sencillamente la amaba y por eso iba en su ayuda.
El silencio seguía siendo sobrecogedor. Aguzó aún más sus sentidos para moverse en aquella profunda oscuridad. Todo lo que pudo hacer con su alta fisonomía corporal. La luz brillaba allá, al otro extremo del callejón. Era como ese túnel que dicen que han visto los que han vuelto de la muerte. Sacó el cuchillo que siemrpe llevaba colgando de su cinturón y contuvo la respiración…
Pául observó entre las rendijas del cubo metálico de basura, tras el que estaba oculto, la sombra de un hombre gigantesco. No había lugar a dudas. Allí había una persona buscándole entre los materiales de desecho. Llevaba una pistola en la mano derecha y apuntaba hacía los cubos. Se fue acercando lentamente. Paúl seguía conteniendo la respiración. El sudor, frío en principio, se había hecho ahora caliente y le surcaba la frente. La niebla, espesa, era un elemento que le ayudaba en la labor de estar oculto a los ojos del siniestro personaje que le buscaba para descerrajarle los sesos con un disparo fatal. Pensó en Bianca y cerró ligeramente los ojos mientras el cuchillo le temblaba en la mano diestra…