Paúl se apoyó suavemente, con la mano izquierda, en el borde superior del cubo metálico dispuesto ya a saltar sobre el gigantón e hincarle el cuchillo en el estómago. Sintió cómo se cortaba el dorso de la mano con la tapa abierta de una lata de sardinas. Un ligero dolor seguido por un hilillo de sangre. Soportó el dolor sin bacer gesto alguno. Dejó que la sangre siguiese manando de su mano izquierda. Era necesario estar sólo atento a los movimientos de aquel monstruoso personaje que le estaba buscando para asesinarle. Se centró de nuevo, con el pensamiento, en el esbelto cuerpo y el lindo rostro de Bianca.
Paúl volvió a poner en tensión toda su musculatura al mismo tiempo que medía la corta distancia que había ya entre el gigantesco monstruo y él. Estaba dispuesto ya, después de hacer un tremendo esfuerzo para concentrarse únicamente en aquel peligroso enemigo, a saltar sobre él. Después de unos segundos de tremenda dificultad para poder controlar su imaginación, estaba ya dispuesto para saltar. Observó el hilillo de sangre que corría por el dorso de su mano izquierda y se juramentó a sí mismo que aquel hombretón pagaría con su vida por ello. Pero el gigantesco personaje de mucho más de dos metros de altura estaba dispuesto a lo contrario. Era la lucha entre la inteligencia y la fuerza bruta. Los dos, en realidad, estaban acorralados mutuamente.
Repentinamente… !cómo salido de la nada!… sonó el estrépito del ulular de la sirena de un coche de policías que retumbó estrepitosamente en el oscuro callejón. El hombretón de pistola en mano salió de estampida hacia el fondo donde se encontraba la luz. Paúl se agachó todo lo que pudo para quedar oculto ante la luz de los faros del coche de los policías. El coche se lanzó en una vertiginosa persecución del siniestro gigante armando un estrépito que sobresaltó a todos los vecinos de aquel oscuro lugar que, movidos por la curiosidad, fueron asomándose a las ventanas para, instantáneamente, cerrarlas totalmente asustados mientras los niños lloraban sin parar. Los polícías perseguían la figura del gigante pero éste sabía muy bien moverse entre tanta cantidad de basura. Esa era “su zona” de la ciudad y la conocía mucho mejor que los “polis”. La noche se convirtió en un verdadero infierno de luces, lloros de niños y sonidos chirriantes.
Una vez que el coche de la policía pasó de largo sin haberle descubierto, Paúl relajó todos sus músculos y se centró en ver de qué manera conseguía hacer que aquel hilillo de sangre siguiera saliendo. Ya tenía la mano bastante manchada por culpa de eso. Así que, tanteando sigilosamente el suelo, encontró un gran pedazo de tela de color rojo. Sin pensarlos dos veces rasgó la tela con su cuchillo hasta obtener una tira lo suficientemente amplia para tapar la herida. Voviendo de nuevo a introducir el cuchillo en su cinturón, estuvo unos segundos ocupado en envolver su mano izquierda con la tira de tela roja. Lo más difícil era poder anudarla. Lo hizo con su mano derecha ayudada por los dientes. Una vez realizado todo esto se irguió lentamente y salió de su escondrijo cuando ya todos los vecinos habían apagado las luces de sus casas. El gigantón había desaparecido saltando una valla. Esto hizo que los polícías no pudiesen atraparle y el coche siguió hacia el fondo del callejón con el estrepitoso ulular de su sirena.
Paúl decidió salír del callejón por el mismo sitio en que había entrado. Ya no se oía nada. El llanto de los niños había cesado. Y, sin dejar de pensar en ella, abandonó el oscuro callejón. El Sol acababa de ocultarse y se encendieron las luces de las farolas. Ahora sólo centraba su pensamiento en cómo llegar a la Moon Street…