La noche del Tesauro (33): Novela

– !Voy a buscar a Lina!.
– !Voy contigo!.
– !No!. !Usted deber hacer algo importante!.
– !!Pero es mi hija y tengo derecho a buscarla!!.
– !Déjese ahora de gaitas, Doctor!. !Haga lo que le digo!.
– ¿A dónde vas a buscarla?.
– Al subterráneo…
– ¿Pero estás seguro de que hay un subterráneo aquí?.
– Totalmente seguro.
– Nunca he oído hablar de dicho subterráneo y eso que he estado siempre atento a escuchar todo lo que se ha hablado aquí durante estos cinco largos meses.

– Olvida usted que se lo hice confesar a Judas El Cero.
– Por lo menos llévate una superlinterna y una pistola láser.
– No las necesito para nada.
– !Las vas a necesitar!. !Y además también vas a necesitar, estoy seguro, alguna carga de dinamita!.
– ¿Dónde hay por aquí dinamita?.
– !Justo detrás de ti! -sonrió nuevamente el Doctor Álvarez.
– No es cosa de broma, Don Armando.
– No estoy bromeando. Mira detrás de ti.

Efectivamente, detrás de él, había un gran montón de cartuchos de dinamita con sus mechas correspondientes.

– Bien. Cogeré uno.
– ¿Tienes para encender la mecha?.
– Siempre llevo mi mechero con mis cigarrillos. ¿Quiere usted un cigarrillo para calmar sus nervios?.
– !Si!. !Por favor!. !Dáme un cigarrillo!. !Estoy totalmente nervioso!.

José sacó uno de sus “pallmalls” y se lo entregó al Doctor.

– Yo nunca fumo pero hoy voy a hacer una excepción. !No tengo candela!.
´
José encendió el cigarrillo a Don Armando.

– ¿Tú no fumas?.
– Ahora no tengo tiempo para gastarlo en tonterías.

El Doctor Álvarez dío una larga calada a su cigarrillo y comenzó a toser…

– Perdona… es que no estoy acostumbrado…
– No se trague el humo y dejará de toser.
– Gracias por el consejo y hablando de consejos te aconsejo que busques una superlinterna y una pistola láser.
– No veo nada de eso por aquí…
– !Yo sé dónde podemos encontrarlas- y Don Armando volvió a toser convulsivamente al dar otra calada al cigarrillo.
– !Le estoy diciendo que no se trague el humo!.
– !Está bien!. !Es que no estoy acostumbrado!.
– !Venga!. !No perdamos más el tiempo!. ¿Dónde puedo encontrar una superlinterna y una pistola láser?.
– Espero que en el Despacho de “Gadaffi”.
– De acuerdo. Vayamos allí…

Ambos salieron del pequeño templo de las calaveras, pasaron por la Sala Neonazi y salieron a la galería. La puerta del ya fallecido Manésh seguía abierta y entraron sin tener que hacer nada. José comenzó a buscar mientras el Doctor Álvarez, medio mareado por culpa del cigarrillo, se sentó en una butaca sin parar de fumar y toser.

– !Me está poniendo nervioso!. !Salga a fumar a la galería!.
– !Está bien!. !Dejaré de fumar! – Y Don Armando tiró el cigarrillo a la vacía papelera metálica que había a su derecha.
– !Ya está! -exclamó el joven José- !En este armario hay un montón de folios blancos y sobre ellos hay una superlinterna y una pistola láser.
– Esos deben sor los folios donde imprimía textos bahais, budistas, moones y de la Nueva Era… !seguro!… -afirmó el Doctor Álvarez.
– ¿Todo eso hacía el miserable de Manésh?.
– Sí. Todo eso.

José cogió la superlinterna con la mano derecha y con la izquierda tomó una pistola laser mientras en el bolsillo izquerdo de su pantalón estaba el Medallón “Memphis”.

– !!Insisto en que, como padre de Lina yo debo ir contigo a buscarla!!.
– Y yo insisto en que no… en que usted tiene que hacer algo muy importante.
– ¿Qué tengo que hacer yo que sea más importante que buscar a mi hija?.
– Mire… usted ya está en edad muy madura para caminar por sótanos o subterráneos. Además es cierto que tiene que hacer algo sumamente importante. Tome mi móvil -y sacó su móvil del bolsillo derecho de su pantalón vaquero de color negro mientras introducía en el mismo bolsillo una carga de dinamita con mecha incluída. El encendedor lo llevaba dentro del bolsillo interno de su chaqueta de cuero.

– !Pero te vas a quedar incomunicado!.
– No importa… es mucho más importante lo que tiene usted que hacer…

Don Armando estaba asombrado de la valentía y el arrojo que le echaba a la vida aquel joven enamorado de su hija…

– Bien. Eres un cabezota pero acepto. ¿Qué tengo que hacer?.
– Ese móvil sólo tiene un teléfono grabado. Apriete sencillamente en su centro y se comunicacará con Arthur Andersen.
– ¿Quién ese Arthur Andersen?.
– Un agente secreto al servicio de la Interpol además de un amigo.
-¿Y qué hago después?.
– !Hay que darle todo echo a usted, Don Armando!. Si le digo que es de la Interpol debe darse cuenta, en vez de preguntarme tanto y hacerme perder el tiempo, que lo que le estoy pidiendo es que le diga todo, absolutamente todo lo que hemos descubierto por aquí.
– ¿Todo?.
– Es usted demasiado lento Don Armando. !Claro que todo!. !Para que la Interpol actúe rápidamente y detenga todo el proceso ideado por Chichinoski!.
– Está bien… perdona… son los nervios que no me dejan pensar…
– Pues llame a Arthur y desahogue todos los nervios que quiera con él… pero déle todos los datos que hemos descubierto. De esta manera, en breves horas, estará todo bajo control de la Interpol. !Ese Emilian Emilianov Chichinoski ya está más muerto que vivo!.

Sonrió el maduro Doctor Álvarez.

– No es broma ni chiste, Don Armando… déjese ahora de sonrisas y actúe con total rapidez.
– !Insisto en que yo debo ir contigo!.
– !Y yo insito en que llame a Arthur, váyase tranquilamente después a su domicilio y
tómese una buena copa de coñac antes de irse a dormir!. ¿De acuerdo?.
– No estoy de acuerdo pero obedeceré todas tus órdenes.

El Doctor Álvarez abrió la comunicación con Arthur Andersen mientras el joven José, al cual todos, excepto Lina y ahora su padre, conocían como Arthur, comenzó a bajar las escaleras hacia los oscuros sótanos. Su reloj marcaba las tres y media de la madrugada.

– Tengo que encontrarla antes de que llegue el alba… o la habré perdido para siempre…

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