La noche del Tesauro (36): Novela.

El humilde locutor radiofónico, que emitía su voz a través de su sencillo micrófono de una pequeña emisora situada entre las calles Eldorado y Paraíso de la pequeña villa de Madrid, en el Estado de Alabama, seguía con su discurso: “Si queremos una Nueva Humanidad tenemos que reconocer que el corazón que late al unísono de dos personas sólo puede ser de un hombre y una mujer amándose tiernamente. No existe el espacio vacío. Existe la aventura y el misterio. La aventura del vivir y el misterio de sentir la vida”.

Para José Uribe Del Real la aventura había terminado al encontrar la alcantarilla que le invitaba a entrar en el subterráneo y el misterio comenzaba en aquel mismo lugar.

El locutor radiofónico de la emisora de Madrid continuaba incansablemente: “Albert Einstein, uno de los mayores genios de la Humanidad, que había nacido en el humilde pueblo de Ulm, en la región alemana de Baden-Württenberg, mientras miraba a las aguas del río Danubio y observaba las estrellas por la noche, llegó a decir: “Cuando la Ciencia abre una puerta siempre me encuentro con Dios”. Sólo Dios sabe qué Destino tiene la Humanidad; pero yo, desde este pequeño rincón de los Estados Unidos de Norteamérica, proclamo al mundo entero un “prefiero ser el primero en este pueblo que el segundo en Roma” una frase que el escritor Plutarco, sacerdote de Apolo en Delfos, atribuyó a Julio César al atravesar un miserable pueblo de los Alpes. En fin, yo, ahora, lo doy a conocer porque siento que el orgullo de ser unna persona es mejor que la ambición de ser un mito. Alguien, no sé dónde ni en qué lugar, me ha entrado en el corazón y me he dado cuenta de que todos y todas necesitamos un poco de ternura; sólo un poco de ternura para aprender a amar. Yo, como dijo Jesucristo, también afirmo que el Amor lo puede todo. Y afirmo también que en algún lugar de la Tierra dos seres humanos, un hombre y una mujer, están luchando por ello”.

José Uribe Del Real comezó a bajar, cautelosamente, por los peldaños de hierro que constituían la bajada al subterráneo del Salón Tesauro. En su mente, la imagen del bellísimo rostro de Lina no le abandonaba nunca. Bajaba con cautela pero con firmeza al mismo tiempo. !Aquella hermosa mujer no podía estar muerta!. !En realidad ninguna mujer hermosa debería estar muerta!. Esos eran sus pensamientos…

En la humilde villa de Madrid, en Alabama, el sencillo locutor de radio estaba terminando su discurso: “!Fe!. !Esa es la palabra!. !Fe!. !He ahí la cuestión que podría haber escrito muy bien William Shakespeare!. !Un sólo gramo de Fe basta para mover una montaña; pero tal como están las cosas en este mundo actual eso es algo que los adultos no entienden… aunque los niños y los que son como niños lo comprenden totalmente!. Tenemos que meditar. Debemos de meditar. ¿Merece la pena o no merece la pena el Amor?. ¿Merece la pena o no merce la pena amar hasta eL infinito?. Siento en mi interior que alguien, en algún lugar de la Tierra, me está afirmando que sí… que merece la pena amar hasta el infinito”.

Al llegar al suelo del subterráneo, José encontró un espacio estrecho lleno de neblina. Había un reflejo de luz y podía distinguir con bastante claridad haciendo ciertos esfuerzos. Sus ojos, sin embargo, le escocían debido a aquella extraña neblina que producía efectos como si de un polvillo atmosférico se tratase. Por un momento se sintió transportado a otro tiempo, a otra edad, a otro momento de su vida. Se vio a sí mismo, niño todavía, contemplando las estrellas en una noche de luna llena. ¿Tenía la culpa la Luna?. ¿Tenía la culpa la Luna de la muerte de Lina?. ¿Tenía la Luna la culpa de la frustración de Peter Smith Thompson?. Se frotó los ojos y volvió a la realidad. Allí estaba él viviendo el misterio. Lo mismo que Vespasiano (el emperador romano Titus Flavius Vespasiano del año 64 después de Jesucristo) quien conservó la serenidad hasta el último día de su vida y, en el momento de espirar, hizo un esfuerzo para levantarse diciendo “Un emperador debe morir de pie”… José Uribe Del Real pensó. “Un amante debe morir amando”. Y siguió adelante en medio de la niebla hacia el lugar donde su proverbial sentido de la orientación le guiaba. Había dejado en manos de Dios su propio Destino.

Ya no tenía ni super linterna ni cuchillo, pero mantenía, en su mano la pistola láser por si era necesario utilizarla; aunque aquello, verdaderamente, parecía totalmente abandonado y solitario. Pensó que todo su esfuerzo había sido baldío, una completa nulidad y una pérdida de tiempo. No. Nobleza obliga (y pensó en esta máxima del Duque de Lévis para indicar que cada uno debe hacer honor a su cargo y a su reputación). ¿Cuál era el cargo de José?. Sólo el de un amante. ¿Cuál era la reputación de José?. Sólo la de un amante. ¿Cuál era el Destino de José ?. Sólo el de un amante… y la fuerza del amor hizo que atravesase la cortina de niebla hasta que advirtió !por fin! de dónde venía aquel reflejo de luz. Buscaba ubicarlo con total exactituid y descubrió que procedía de un recodo situado a su derecha…

“Quisiera no saber escribir”… terminaba diciendo el locutor de la humilde emisora de Madrid… “Vellem negaire littera, como dijo Nerón en los primeros tiempos de su reinado cada vez que debía firmar un a sentencia de muerte. Y yo puedo decir también que no quisiera saber escribir ni tan siquiera saber hablar”. Era el final de la aventura. Ya sólo se oía La Voz del Silencio.

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