La palabra poética y el yo (corregido y reeditado)

La poesía contenida en el alma de un ser humano es, por aproximación metalingüïstica, una cercanía a la realidad de los días que se viven sucesivamente por etapas de emoción; algunas veces es una realidad de calma y meditación… otras veces se desgrana en una pasión desbordante… pero siempre es una representación casi metafísica de la existencia, del destino o de la confusión de nuestro propio mundo interior con el que gravita el mundo exterior que los poetas contemplan y asumen como materiales de reflexión. De ahí (de su existencia, destino o confusión) surge el compromiso personal de quien expresa la propia trayectoria de su yo vital gravitando en la concepción de su universo poético.

Este universo poético siempre muestra (aún en los momentos de rechazo), el gozo de la vida a pesar de las angustias, los temores y las amenazas que nuestro tiempo (“tempo”) presente nos prodiga sin contención alguna. El gozo liberador de la palabra poética nos enriquece la expresión lingüística aunque en los poemas expresemos gestos cotidianos. Sí. Los gestos cotidianos que elevan su lenguaje diario, casi coloquial, y le otorgan categoría poética y no prosaica. Una categoría poética inmarcesible, superadora de su propio origen habitual. Es lo que diferencia a la poesía del resto de las categorías literarias.

Las expresiones de todo y de todos los días se ennoblecen por las virtudes inherentes que conllevan los mundos poéticos emblemáticos, simbólicos, ambiciosos, abarcadores y envolventes del poeta y el lector que entiende al poeta. Un poeta o una poetisa que trata, por todos sus medios expresivos, de integrarse en la virtud de la palabra acogedora.

Nos iniciamos en la poesía de nuestros yo con un amanecer; con una albalda integradora de nosotros con la actitud que anunciamos en nuestros poemas con tono de diario personal, cancionero íntimo, con el que expresamos los temores y las reflexiones de nuestro yo surgido de la observación de una realidad amada y gozada, temida o rechazada, pero siempre inquisidora. El poeta inicia su andadura cotidiana mirando a su alrededor y viendo las cosas y los seres que le son habituales, desde un ángulo introspectivo mientras se refugia en su propia palabra poética ante el temor de que llegue a producirse, en su realidad cotidiana, un desentendimiento de ese ahora que comienza durante todos sus días y con el que convive para estar más cómodo como ser humano. El poeta y la poetisa se inician siempre con el yo apalabrado en la poética concepción de su existencia.

Uno de los subgéneros literarios líricos a los que se acude con mucha frecuencia cuando el poeta o la poetisa ya llevan un buen rato fomentando su palabra poética es el retrato de su subconsciente (autorretrato interpretativo) que descubrieron hace ya tiempo los poetas simbolistas para presidir sus pensamientos constructivos y como tales en tanto que espíritu fragmentario (como puede ocurrir con Rubén Darío o los hermanos Antonio y Manuel Machado).

El poeta y la poetisa, en su autoanálisis vital o autofotografía introspectiva de su yo existencial, vuelve su mirada hacia atrás para hacer observación, comparación y exploración de sus signos vitales, de una vida que se inicia en la infancia y sus recuerdos (… yo soy aquel que ayer no más decía…) y entonces el poeta y la poetisa están capacitados para reconocerse en su propio tiempo (“tempo”) y analizar su propia trayectoria que concluye en el pasar de los recuerdos y de la memoria, en un presente formulado con consolidaciones y también dudas propias de los avatares que siempre anidan en el yo del alma poética.

No es extraño, por lo tanto, que siendo tan consistentes en la palabra poética haya poemas dedicados ampliamente a las palabras escritas con la intención evidentemente metapoética, pero cuyo contenido e intención real va mucho más allá de las propiedades, los principios y las causas primeras de esas mismas palabras. Del campo exclusivo e inclusivo de la poesía se trasciende, por elevación del yo personal, a la expresión más universal de la existencia propia y de todos al mismo tiempo.

Dicen que el filólogo es el que ama las palabras, aunque en realidad se dedique a entenderlas y explicarlas. Pues bien, el yo del poeta y la poetisa hace de las palabras reflexiones filológicas intensas que van desde esas mismas palabras adecuadas y eficientes al estudio más íntimo de sus sentidos y sus virtudes. Las palabras de la poesía llevan el nombre de las cosas y permanecen sobre el tiempo y a lo largo de la vida, mientras nos salvan de la muerte. Pero siempre queda el nombre poético (como señaló Jorge Guillén). Esa es su virtud y su fuerza. Y el poeta y la poetisa (artesanos de las palabras) trabajan con ellas porque saben que es cierto lo que dijo Guillén.

Interesan siempre algunos símbolos (imágenes de la vida poética del yo de cada autor) de los que el poeta y la poetisa se sirven a veces de manera más ávida y evidente y otras veces de manera más recóndita e incardinada en la propia intimidad del yo escritorial; pero siempre como una reflexión del transcurrir de la vida y del tiempo… de esa vida y ese tiempo contrastados con la vida y el tiempo universal. Por eso la unívoca profundidad del poeta y la poetisa siempre destaca sobre la generalidad de lo prosaico.

El símbolo poético viene a ser, a veces, como un ángel de la guarda rebelde y contestatario que se hace cotidiano a fuerza de ser desconsiderado e irreverente para con los prejuicios propios y ajenos. Otras veces es una mítica caja de Pandora que permanece abierta como antídoto de los conflictos sin fin del yo de los seres humanos. Pero siempre es el símbolo poético un motivo casi irracional del yo escritural, de origen metafísico, que nos hace poder convivir con la realidad cotidiana a través de la transformación de una solidaridad no reglamentada sino expresamente explícita y liberadora; con sus imposibles incluídos.

Se cierra la vida poética de un yo con los poemas de la despedida diaria, los poemas del destino problemático de la muerte de todo lo que se escribe, ese aire de fatalidad de todo lo inspirativo que tiene el alma humana. Terminemos por señalar que la palabra poética es la presencia en nuestro yo de la omega de lo lógico y el alfa de lo surreal. Final y principio continuos.

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