La persecución

De repente, las calles de la zona antigua de Edimburgo se oscurecieron y quedaron débilmente iluminadas por la Luna. Ella, la chica, de nombre irrelevante, se sorprendió ante aquel profético apagón y supuso que sería un problema de la central eléctrica. Sobre su cabeza veía un cielo estrellado que, de haber estado en la tranquila azotea de su casa, la habría hecho sentir privilegiada. Sin embargo, la realidad era bien distinta, y al escuchar el sonido decadente de un generador cercano apagándose, su corazón aceleró.

Lo cierto era que esa parte de la ciudad era una de sus favoritas para pasar la mañana con su novio, pero desde luego no para un paseo nocturno. Por ello, la chica aligeró el paso mientras delataba su nerviosismo recogiéndose un mechón de pelo tras la oreja, tal y como lo había hecho su pareja minutos antes al despedirse.

Metió la mano en su chaqueta, palpando su teléfono móvil por si fuese necesario usarlo para una emergencia. Decidió coger aquel callejón y evitar caminar cien metros hasta doblar la esquina. Dio un respingo cuando un coche pasó a toda velocidad a su lado, giró lentamente y se introdujo en la callejuela. Silencio. Silencio y oscuridad. Silencio, oscuridad y viento, mucho viento.

Ahora, lejos de la entrada, recordó como habían secuestrado a un chico de 16 años días atrás en esa misma zona de la capital escocesa. Su respiración se hizo más pesada y sonora a medida que avanzaba por el callejón. No veía la salida, pero tampoco la entrada que iba dejando pasos atrás. Su móvil sonó indicando batería baja, de modo que ella soltó un pequeño quejido y continuó dando zancadas algo más grandes. De repente, los ladridos de un perro en una de las casas paralelas. Sudor frío. Esa asquerosa sensación de miedo la estaba invadiendo poco a poco.

Pasos. Pasos de un hombre, quizás de un joven mayor que ella, y el sonido de la puerta de un coche cerrándose. Sorprendida, se quedó mirando hacia el principio del callejón y no vio nada. ¡Seguro que era el dueño del coche que la había asustado! Se quedó varios segundos pensando y siguió su camino hacia el final de la callejuela.

Lo que antes eran pasos tranquilos, fueron cogiendo intensidad. Ella también aceleró y corriendo se quitó los tacones a toda prisa para poder correr más rápido. Tropezó y cayó a suelo, al igual que una de las decenas de lágrimas que inundaban sus ojos. Oyó cómo su persecutor, ya no tan lejos, soltaba una molesta risa. No le preocupaba que se diese cuenta de que estaba allí, porque ya lo sabía y disfrutaba de ello.

Pensó en darse la vuelta y enfrentarse a él, pero le temblequeaban las piernas así que corrió a toda prisa. Ya se veía el final. Se impulsó en uno de los bordes de la salida del callejón y su pelo se movió con violencia hacia el lado contrario. Corrió lo más rápido que pudo los veinte metros que la separaban de la siguiente esquina y tomó el camino de la izquierda. Hizo lo mismo, más adelante, tomando calle derecha y se apoyó contra la pared de agotamiento. Sacó el móvil y marcó el número de su novio. «El móvil al que desea llamar se encuentra apagado o fuera de cobertura». ¡Mierda! Lo intentaría con el número de su madre. Pero su móvil se apagó.

Sus párpados se desbordaron y comenzó a llorar en un tono muy agudo. Aquel hombre la había perseguido hasta allí y estaba a punto de cruzar la esquina. No había otra opción… Tenía que hacerle frente, por lo que se separó de la pared y se volvió, preparada para asestarle una patada en el estómago.

Allí estaban solos, ella y el más rápido de sus enemigos: su mente.

3 comentarios sobre “La persecución”

Deja una respuesta