De pronto miré hacia los costados
y los charcos habían desaparecido.
No podía encontrar aquel reflejo
-el de ayer-
Dos o tres gotas simularon
convencerme de que en algún
momento fueron una enormidad cristalina.
Alguien confundido en la pisada
-en la huella-
desbordó el charco de ayer
sobre la mitad del perfil
ensombrecido por las nubes descompuestas.
Quién iba a pensar que aquella
tempestad nunca había existido.
Solitario, andaba caminando por ahí
el reflejo del hombre que fue tormenta
que desató el caos
que partió la tierra que voló ciudades.
Una sola cabeza miraba con frescos
colores de marco gris
el silbido de un pintor que se salvaba.
Y algo más que la frescura
insólita de la inocencia
dejó brotar dos promesas
de mis ojos apolillados
por el óleo, el tiempo
y el café.
!Qué forma de humanizar la pintura envolviéndola en un acto que de tan terráqueo como es se vuelve hasta superior a lo mismo!. Excelente. Hablas de gotas y nubes, de humedades y de lienzos. De caos y de inocencias. Todo ello muy bien entrelazado (porque es difícil saber entrelazarlos así). Te felicito.
Te ha saliod una pintura al óleo fresca y madura a la vez. Un beso.
Me has transportado Celeste a un rincón mágico, donde tiempo y especio, realidad y fantasía confluyen, resultando sólo la esencia de las cosas, muy bonito, un abrazo