Había empezado a leer La Resistencia, allá por los tiempos de la cancha, el pescado y la hora violeta. Ninguna idea podría caber dentro de mis pensamientos que no tuviera padre: mi mismidad. Habíamos sido tantos, y tantos ningunos. Atónito frente a los gritos de la realidad, un niño contestaba sin palabras y pedía sin ofrecer. Ofreciendo.
Seguí pensando, sin pensar.
Sigue pensando sin pensar Celeste. Ernesto Sábato siempre me impresiona. Las horas violetas son las más lúcidas horas de nuestra existencia y los gritos de la realidad ya se están quedando sin palabras.