LA TAQUILLA

Al entrar en la sala los primeros rayos de sol se colaban por los grandes ventanales, dispuestos en una continuidad casi perfecta iluminaban toda la habitación. Siempre era más agradable poder sentir aquella luz que la de los fluorescentes instalados, siempre parpadeante, artificial y acompañada de ese casi inaudible zumbido de los cebadores, pero constante y presente.
Al mirar hacia aquellos ventanales, casi se podía adivinar la totalidad del cielo si no fuera por la interrupción entre ventanas separadas por los marcos, aun así parecía que aquella imagen se tratara de un tríptico de un cielo hermoso como lo era el de aquel día, largo día…como lo fueron todos y cada uno de los días de los meses anteriores. Pero aquella bella imagen no podría replegarse en sus laterales para conservarla mejor y poder disfrutar de ella tantas veces como uno quisiera, cada vez que el cielo se dibujase con tonos grises, poderse regalar aquella fantástica instantánea tan efímera con tan solo admirarla.

El silencio reinó entre los hombres que allí se encontraban haciéndose el amo de la estancia en la que en otras ocasiones, los lunes por ejemplo, se llenaba de voces graves y risotadas. Como en las clases de los niños, nerviosos a primera hora por contarse todo lo que habían hecho el fin de semana que tan distanciados les había mantenido; a no ser por el tamaño y la altura no había nada más que les hiciera diferentes de aquellos de los que ahora eran progenitores. Las rutinas eran incitadoras de conversaciones entre unos y otros, y les hacían pasar la semana sin pena ni gloria casi en un ambiente tan fraternal que algunos echaban horas de más para seguir compartiendo tiempo entre ellos.
Aquella mañana empezó sin más prisas que las justas, los saludos con los compañeros, el café en la máquina del pasillo, algún que otro despistado al que se le pegaron las sábanas y llegaba a la carrera. En fin, todo era igual que cualquier otro día exceptuando que una de las taquillas no se abrió ni volvería a abrise jamás, mientras ellos formaran parte de ese equipo y estuvieran allí, así sería.
Según fue pasando la mañana las caras de quienes se saludaban se tornaban compungidas pues lo que el alma no puede esconder se refleja en una mirada de soslayo que no puede mantenerse frente a quien habla o una sonrisa a medias, casi forzada intentando disimular entre lo que debiera de ser algo normal y lo que no debió de ser. No entre quienes quisieran que todo hubiera seguido igual.
Llegado el mediodía todos dejaron de hacer su trabajo y se dirigieron hacia el pasillo ante la entrada de la sala de personal de mantenimiento, donde encontrarse para acompañar a la mujer que llegaba todavía con el dolor en el rostro pero entera. Materia extraña la que constituye y dota a las mujeres de hacer frente al dolor con tanta entereza. Enfrentándose a él cada mañana, cuando pierden un hijo, un marido, un padre, un hermano. Están hechas de otra pasta que a todos asombra tratándose de saber que ya nunca más volverán a ver a quienes amaron, es como una condición asumida e impuesta desde que nacen.
Se acercó a los allí presentes saludando a aquellos que conocía bien y a los que recordaba haber visto en los pasillos del hospital o el funeral. Titanes que se acercaban al enfermo y le ofrecían la mejor de sus sonrisas, sus palabras, sus bromas; para luego desplomarse de angustia nada más poner un pie fuera de la habitación, deshacerse en lágrimas abrazados unos con otros. Uno de los hombres se ofreció a acompañar a la mujer hasta la sala de “Personal de Mantenimiento” donde estaban las taquillas e indicarle cual había pertenecido a su marido. Quiso hacerlo ella, dio por hecho que siendo sus cosas ella sería la indicada para sacarlas por última vez de allí. Que nadie las tocara más que ella.
Ya en la sala, junto con el compañero de su marido abrió la taquilla, desplegó una bolsa que sacó del bolso y fue metiendo poco a poco lo que había en el interior del pequeño armarito. Lo hizo con tanta ternura que cada vez que sus manos tocaban alguna de las pertenencias de su marido, su pulso hasta entonces firme, se deshacía entre cada una de las caricias regaladas. Su mirada andaba perdida, mecánica aceptaba las órdenes que su cerebro imponía a manos y piernas. Entonces sin más se sentó en el banquillo situado tras ella y rompió a llorar sin consuelo alguno.
El hombre junto a ella la abrazó y cruzaron palabras ininteligibles entre los sollozos de ambos y el no saber qué más decir para ahogar la pena del no querer creer que eso estuviera pasando en realidad. Era como una pesadilla pero era el último paso a dar por así decirlo, pues la vuelta a casa le haría seguir en pie cuando recibiera el abrazo de su pequeño y único hijo, el legado más preciado que su marido pudiera haberle hecho antes de morir en el poco tiempo como tuvo para amarle.
Después de unos minutos, se secó las lágrimas con el dorso de la mano, mordiéndose los labios de rabia para evitar que ninguna otra más pudiera escaparse, no iba a darle más gusto a la muerte que el necesario. Se puso en pie y continúo vaciando la taquilla. Cerró la bolsa con cuidado y salió de la habitación en la misma forma como había entrado, despidiéndose de los allí presentes y agradecida por todo lo que habían hecho por su marido y por ella.
Cada uno a su manera seguiría con el digerir despacio de la ausencia de quien ya no está, con el pasar por las estancias en las que todavía se nota la presencia y no volver atrás la cabeza creyendo haber oído su voz llamando o creyendo haberle visto entre la gente.
Los días harán que no se cuente por semanas, por meses, la distancia del no estar y la negación al olvido completo. Eso es imposible. Pero todo llega, lo mismo que el momento en el que darse cuenta de que cada día que levantamos es como volver a nacer, por eso es que la vida hace que cada instante que hayamos de vivir, simplemente sea único.

Un comentario sobre “LA TAQUILLA”

  1. Sencillo y muy humano. Tienes alma de sentimiento. Eso es hermoso. Sigue adelante y practicando literatura porque puedes lograr grandes cosas con momentos verdaderamente sencillos pero completos.

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