Hombres de buena fortuna, de bien ganada fama, acrecentadores de su peculio y de su hacienda; moralmente me veo obligado a advertirles del peligro que corren al acercarse a una dama, ingenuamente (sé que sólo pueden ser ingenuos en su presencia) que pasea el frescor de sus veinte años por todos los salones elegantes de esta ciudad.
A esta muchacha le dicen “la tarántula”.
Hay una especie de araña de igual apelativo que habita en los alrededores de Tarento. Antes se creía que su picada generaba una grave melancolía de la cual se salvaba el afectado si se le agitaba con fuerza. La tarántula que yo conozco ataca con una dote sobrenatural que le otorgara al nacer cualquier rutilante estrella, de las muchas que brillaron aquella noche, dichosa para ella, maldita para sus víctimas.
Y los defectos del ataque son semejantes, pero mucho más duraderos y desastrosos, según veremos. Sin embargo, es posible darse cuenta del peligro, y a la tarea de prevenirlos me entrego con todo gusto.
Si usted se detiene a conversar con esa joven no podrá advertir de inmediato los riesgos. Su belleza física es un inmovilizador de voluntades. Esa voz, combinación perfecta de lo autoritario y lo delicado; esos gestos que enfatizan cada frase; esa piel, cuya suavidad se puede palpar con una simple observación, son los elementos que completan la hipnosis inicial. Usted no tardará en resentirse por el golpe decisivo.
Aún embriagado por las delicias del primer encuentro, se sentirá usted presa de una parálisis mucho más aguda. Es el instante en que ella ha dejado la mitad de su alma en su cuerpo para introducir la otra mitad en el vuestro, y contemplarse a sí misma con la mirada de usted. Sé que es difícil representarse tan asombrosa escena, sobre todo si reparamos en lo poco externo de su evidencia, pero lo cierto es que con una parte de su espíritu explorando cada rincón de vuestro pensamiento, pronto la tarántula captará la idea que usted se ha hecho de ella, y lo más importante, comprenderá cómo quiere usted que sea ella.
Esta parte inmaterial de su ser que se ha introducido en la vuestra transmitirá esos deseos y secretos, dominados por los atávicos mecanismos de la moral, a la otra parte que desde el inicio del proceso ha permanecido en el cuerpo de la muchacha. Basándose en esos datos, ella se apresurará a corregir los defectos de su postura y expresiones, amoldándolos a vuestro gusto, y le mostrará resquicios de su encanto que le hayan impactado desde el comienzo. Al final, anonadado por la abundancia de impresiones agradables que de una vez le ha sido impuesta, ella lo conducirá a lo que se llama “un lecho de amor”, que puede ser lo mismo una cama imperial, mullida y de maderas preciosas, o una dura y rústica mesa de taberna. Una vez en pleno contacto físico, la unión espiritual entrambos se habrá completado, aunque es de sospechar la tiranía de la tarántula sobre vuestra empobrecida alma.
Cuando usted regrese del prolongado desmayo provocado por los mágicos artificios de su pasajera amante, se verá imposibilitado de arrancarse los fragmentos que de sí ella ha dejado en vuestro espíritu. Entonces comprenderá en toda su dimensión el resultado mortífero de la acometida de la tarántula. Con un pedazo de esas delicias corroyéndole los rincones de la conciencia, usted iniciará la búsqueda desesperada de la causante de su desazón, no tendrá reparos en rogarle que vuelva a su lado, no escatimará esfuerzos para prodigarle regalos, no tardará en humillarse con la esperanza de que algún podrá mostrar a todos la belleza que le acompañó una noche.
Bien vale la pena sacrificar fortuna y bienes a semejante premio, me dirá usted. Pero el hecho es que el éxito jamás será el resultado de su esfuerzo, porque la tarántula sólo espera de usted una felicidad que no le será devuelta. Y en ese batallar por lo imposible usted se irá arruinando hasta perder todo aquello por lo cual se originó el proceso.
Y para que no tomen estas líneas por una espesa murmuración sin significado, los invito a repasar mi personal estado económico pues soy una víctima experimentada que, para colmo, tuvo que soportar antes la picada de una viuda negra…Pero esa es otra historia.
Adriel Gómez
Enhorabuena por el texto. Una prosa muy cuidada y realmente poética en el significado. Me ha gustado el ritmo en la narración, el interés que va despertando por lo sorprendente de los hallazgos literarios que se van descubriendo. Una aproximación muy elegante al eterno asunto de la mujer fatal…