La vida sigue ( II)

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La anteriormente mencionada suciedad de la chimenea está empezando a obsesionarme. Sólo a alguien tan poco consciente de las complicaciones y entresijos de la limpieza del hogar como yo se le ocurriría colocar estanterías de madera negra junto a la chimenea. Sólo pensaba en lo bonitas que quedarían, con mis libros alineados en ellas, cual soldados esperando órdenes de su superior. Lo malo es que el aforo de las estanterías es limitado, y los libros comienzan a amontonarse también en columnas verticales en los bordes. Eso sin contar los que aún están en casa de mis padres. Me gusta pensar que algún día mi hijo o bien los guardará con mucho amor, o hará una pequeña fortuna vendiéndolos. Por otra parte, la chimenea aún no me saca de quicio lo sufiente como para no encenderla.

He añadido nuevos habitantes a la casa. Dos peces de colores, uno gris y el otro naranja. Aún no tienen nombre. Aceptaré sugerencias, por que la verdad es que ando un poco escasa de ideas. Los peces tienen un lugar de honor en la encimera de la cocina. Mi hijo se ha empeñado hoy en intentar darles de comer pastillas de sacarina. Por suerte en ese momento su madre estaba ojo avizor y ha conseguido arrebatarle el bote al vuelo. También decidí que seguramente sería una decisión sabia empujar la pecera para que estuviera fuera del alcance del niño, pensando en la salud mental y física de los peces. Creo que los pobrecillos no van a tener un solo momento de paz, puesto que el gato entra a veces en la cocina y me lo imagino encaramándose con intenciones asesinas.

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