Mientras las adolescentes subían por la cuesta amable, con una mezcla de sonrisa y cansancio de haber estado jugando, el abuelo sonriente en la tumbona se sonreía de alegría contemplando la escena, como si fuese un cuadro con una pintura plasmada.
Su pipa estaba vacía de fuego y vacía de humo, y vacía de tabaco, ya no quería fumar más según prohibiciones de su amigo el doctor.
Influido y atemorizado por las no tan nefastas prescripciones médicas, reprimía su deseo por fumar.
Sus nietas jugaban, subiendo y bajando, correteando por el césped medio inclinado, sonreían y exclamaban de contentas que estaban. Las nietas eran entre sí, primas y hermanas.
Y el abuelo, con cierto éxtasis y orgullo, mirando por la ventana tomó con la mano una campanilla, la hizo sonar… bien poco después apareció de algún lugar un forzudo individúo que lo ayudó a sentarse en su silla de ruedas. El viejo agradecía con cierto grado de monotonía la ayuda recibida, y el forzudo asistente se retiró sin decir nada, con el rostro serio y tieso.
El viejo se llevaba las manos al pecho, lamentándose de la dificultad por respirar que le originaba el dolor que durante los últimos meses le iba y venía, su rostro sufría agobiado por el propio disimulo de no querer aceptarlo. Aquel ataque volvió a ser breve, como los anteriores.
Sus manos temblaban por el deterioro neurológico, las píldoras bailaban burdamente en sus manos, para luego acabar engullidas en una oscura y babosa garganta llena de esputo.
Poco después entró en la habitación una mujer bajita y corpulenta, con papada y piel gruesa, de caminares ligeros y dinámicos, aquella mujer colocó con frialdad, una mascarilla al hombre, luego accionó un dispositivo en la botella de oxigeno medicinal…
Sobre la mesa había un sobre. Poco después de haber salido la mujer corpulenta, el abuelo lo abrió, y al acabar de repasar su contenido, cogió el teléfono y habló con alguien sobre procedimientos legales, de vez en cuando, miraba a sus nietas por la ventana. La conversación se mantuvo unos diez o quince minutos más o menos, antes de acabar la conversación, el viejo había estado profiriendo descalificaciones e insultos mientras hablaba con su interlocutor con cierta tensión, que había estado alternando con vistazos a través de la ventana. Esas descalificaciones o agresiones verbales, parecía que iban dirigidas a una tercera persona, y no a su oyente.
En los minutos posteriores a la conversación, el viejo, visiblemente alterado y con las manos en el pecho, había podido coger de modo un tanto accidental, una fotografía que había sobre un mueble, justo detrás de él. Aquella fotografía parecía familiar, estaban sus tres hijas y su esposa, se veían tres hombres, y en brazos sostenían varias niñas lactantes.
Luego tomó otra foto en la que estaba él con tres mujeres jóvenes. La estuvo mirando con desprecio o mezquindad… En ese momento volvió a entrar la mujer corpulenta con un tazón y una cuchara.
Entonces dijo al viejo con sequedad: “¡Sus hijas no lo podrán perdonar jamás!”
El hombre estaba tan absorto con aquella fotografía que parecía no haber escuchado nada…
Tres meses más tarde, aquel criminal de guerra, fue juzgado en un tribunal… Nunca más regresó a su casa. Fue declarado culpable y condenado a la máxima pena.
A sus nietas se les ocultó durante un tiempo quien era realmente aquel individúo y también el porqué nunca más se le volvió a ver con vida.
Muy buena la intriga. Excelente. Has cambiado tu estilo de narrar con ironìa y ahora has logrado otro texto interesante pero mucho más serio que otras veces. De verdad que eres excelente narrador.