Llueve dentro del alma, con un gotear continuo que enerva la razón hacia el grado de la inconsciencia. El viejo peón caminero ya no tiene otra cosa más que un par de gatos flacuchentos que parecen moverse haciendo equilibrios en el aire. Es su hogar, ahora, una humilde chabola erradicada de los grandes mapas… en un rincón oculto del páramo silvestre.
El viejo peón caminero sólo espera… espera… espera… mientras llueve dentro del alma un continuo sopor de nieblas. Son sus recuerdos. Su perdidos recuerdos. Los que le hacen, de vez en cuando, mover la cabeza en sentido opuesto a las agujas del reloj.
Quizás sea un mini relato por el número de sus palabras pero es grande, muy grande.