Se lo dije a mis compañeros de equipo antes de salir a la cancha:”¡Esta vez olvidaros de mí porque sólo me voy a dedicar a darles a todos los de Serrano de su propia medicina para que se den cuenta de lo que hacen ellos siempre contra sus rivales con la ayuda de su “querido” árbitro Sancho. Dan patadas hasta en el carnet de identidad para vencer metiendo miedo pero esta vez se van a enterar”. Dicho y hecho. Me dediqué, durante todo el tiempo que estuve en la cancha deportiva, a entrarles a todos ellos tan duro como ellos entraban a todos los demás; pero con una gran diferencia: mientras a ellos no les importaba lesionar a cualquier rival que tuvieran delante, con la aquiescencia de Sancho, yo no lesioné a ninguno de ellos ni tan siquiera era mi idea lesionar a nadie.
Aquella tarde, todos ellos (los de Serrano que abusaban porque Sancho siempre pitaba a su favor) supieron lo que es entrar duro pero con la nobleza de la que ellos carecían; incluído un tal Esteban que en vez de jugar al fútbol se liaba a dar patadas a diestro y siniestro y sin ninguna clase de miramientos hacia la integridad física de quien pillaba por delante llegando incluso a darse de hostias por una simple jugada de más o una simple jugada de menos. Fue el mismo Esteban quien, al meter un gol a Arana, se burló de nuestro portero; mas Arana no se cortó y le dijo la gran verdad: “¿De qué te jactas tú si yo no fui jugador de Segunda División porque los altos directivos del Banco Hispano Americano no quisieron que lo fuésemos cuando ya lo estábamos consiguiendo? Yo he podido jugar hasta en Primera División mientras tú, junto con todos los tuyos de Serrano, no servís ni para jugar en Regional y, además, tú no eres ni la centésima parte de futbolista inteligente de lo que es nuestro Pepe que os ha dado a todos una lección de hombría”
Aquella tarde todos los de Serrano, los leñeros apoyados por el árbitro Sancho, temblaron de miedo y se jiñaron a la pata abajo. Protestaban ante el árbitro por mis entradas pero éste no me sacó ni tan siqueira una tarjeta amarilla porque les respondió “Yo no soy Sancho, el que pita siempre a vuestro favor cuando sembráis el terror antes los rivales, y Pepe os está entrando duro pero va al balón y no va contra la integridad física de ninguno de vosotros. Entra duro pero entra noble y no como vosotros que entráis hasta por detrás repartiendo leña a diestro y siniestro. Sólo os está demostrando que el fútbol es cosa de hombres y está jugando como un hombre para que sepáis lo que e esto”.
No me importó la derrota porque a mi todos ellos (Cortés, Satur, Lorenzo, Esteban. Taqui, Chuchi, Churri, Narro, Pinino, Pedro y todos los demás de Serrano incluido Gitano), me la refanfainaban como siempre me la han refanfainado. Se creían los más guaperas del Banco cuando eran más feos que los cucamonos de mi infancia. En lugar de jugar al fútbol parecía que jugaban a las cucañas por decir algo no mal sonante. El jolgorio de los de Santa Engracia (que sí sabían jugar al fútbol y ganar sin necesidad de dar patadas ni de las ayudas arbitrales) fue de órdago a la grande. Así que cuando Esteban (el de dar las patadas hasta en el carnet de identidad) preguntó a Bonifacio por mí para charlar amsitosamente en la Casa de Campo, ya hacía mucho tiempo que yo me había ido a las Américas. Pero aquella tarde inolvidable todos los de Serrano se jiñaron a la pata abajo.