Los dos enrollados (Relato de Humor). Capítulo 1.

Pepe Díaz y Pepe Díez se conocieron un día de diciembre, veintisiete lunes, del año 2010 después de Jesucristo, en el Aeropuerto Mariscal Sucre de la muy noble ciudad de Quito. Pepe Díaz era alto y desgarbado, llevaba una gabardina de color gris pringada de aceite de sardinas enlatadas a la altura de la pechera. Pepe Díez, asmático desde su infancia, llevaba una esclavina de color morado, era de estatura más bien baja, tirando a enano, y tosía violentamente en medio del restaurante interior del aeropuerto; lo cual llamóle poderosamente la atención a Pepe Díaz. Esa fue la circunstancia principal por lo que se conocieron ambos.

– Perdona, colega, pero ¿puedo saber cuál es la razón, el motivo, la cuestión o incluso la causa del ataque de tos en el que te encuentras?.

– ¿Encontrarme yo?. ¡Nada de encontrarme yo con la tos sino que es ella la que me encuentra a mí continuamente!.

– Perdona, entonces, mi fatal equivocación y metedura de pata pero, en fin, yo me llamo Pepe Díaz.

– ¡Que casualidad!. ¡Casi somos el mismo!. Yo me llamo Pepe Díez.

– A lo mejor o a lo peor, según se mire del lado en que se mire, resulta ahora que tenemos algo parecido…

– Lo dudo. Tu figura y la mía, si se pueden llamar figuras a lo nuestro, no coinciden ni en el iris de los ojos porque los tuyos son de un amarillento que tiran de espaldas y los míos, que también tiran de espaldas, son verdosos.

Efectivamente, mientras el alto, desgarbado y manchurriado Pepe Díaz tenía los ojos de un color amarillo limón tipo canario; el casi enano y asmático Pepe Diez los tenía de color verde pera aunque un poco tirando a lechuga.

– De todas formas hay algo, me da en la nariz, en nosotros dos que es muy similar.

– ¡Naturalmente que sí!. ¡Además de sudar de la misma manera los dos somos Pepes!.

– Ya decía yo que tu nombre me sonaba de algo.

– ¿No te parece que de tanto calor que hace nos podemos convertir en pepitas?.

– ¡Claro!. ¡Llamándonos Pepe no sería descabellado que terminásemos convertidos en pepitas!.

– Metafóricamente hablando, por supuesto.

– Que conste que yo no me he puesto.

– ¿El sombrero con el calor que hace?.

– No. El nombre. A mí me lo pusieron sin pedirme permiso.

– A mí si me lo pidieron, pero no sabía hablar todavía.

– ¿Cuánto tardaste tú en empezar a hablar?.

– Comencé a hablar cuando mi madre puso el grito en el cielo.

– ¿Es que tu madre era tan alta?.

– No. Es que a los dos años me metí en el tubo de la chimenea.

– Yo a veces pienso cómo me habría nombrado de haber nacido niña.

– Está clarísimo que como la esposa de Napoleón.

– ¿Tú crees, Pepe Díez, que estamos locos?.

– Todos los Pepes estamos locos… pero sólo muy poco… casi nada…

– !Por lo menos no tanto como Napoleón!… ¿no crees?.

– Lo creo. Nosotros apenas si llegamos a ser nabos para alimentar a un león… vegetarianos penitentes.

– ¡Ay que tiempos aquellos en que podía comer verdura fresca sin que nadie me llamara fresco verde!.

– ¿Frasco verde?. ¿Lo dices por el color de mis ojos?.

– No. No digo frasco sino fresco… fresco verde como los lechuguinos que tanto abundan ahora.

– ¡Renovarse o morir, Pepe Díaz… que hay que estar al día!.

– ¡Pardiez, Pepe Diez!. ¡Verdad es y como es verdad esto de llamarse Pepe tiene grandes ventajas!.

– Yo no las veo por ninguna parte.

– No es cuestión de buscarlas… ¡están dentro de nosotros!. Por ejemplo… ¡mira aquella morena que hay en la Sala de Fumadores!.

– ¡Claro, Pepe Díaz!. ¡Para ligar a una chavala hay que crearla antes!.

– ¿Es cierto que los Pepes tenemos mucha imaginación o es verdad lo que dicen de que sólo somos unos realistas frustrados?.

– ¡Mira, Pepe Díez, yo nunca pierdo el tiempo con pequeñeces!.

– ¡Ya sé que soy casi enano… pero es cruel que me lo digas de esa manera, Pepe Díaz!.

– No me refiero a ti, sino que casi todo yo.. y ese casi todo yo lo digo porque es un diminutivo de mi yo… en esto de la cuestión de chavalas… pues eso… que ¡ahí te quiero ver yo a ti, Pepe Díez!.

– ¿Dónde?. ¿Dónde me quieres ver, Pepe Díaz?.

– Intentando ligar con ella.

– No estoy a su altura, Pepe Díaz.

– Eso se nota a simple vista, Pepe Díez.

– Pero yo me pregunto… que si me llamo Pepe Díez pienso contar hasta diez a ver si se produce un milagro y le cuento algo distinto a eso de que “me llamo simplemente Pepe” que con eso no se llega a ninguna parte con las altas, con las bajas y con los regulares.

– ¡No nombres a las regulares, por favor!.

– ¿Por qué no puedo nombrar a las regulares, Pepe Díaz?.

– Porque las regulares te regulan hasta el número cigarrillos por día… pero… mira… mira la manera que tiene la morena de hacer como que fuma.

– ¡Vaya preciosidad de chavala y qué linda está haciendo como que fuma!.

– ¡A esa la enfrento yo hasta con los ojos cerrados, Pepe Díez!.

– ¿Y cómo consigues saber la marca de cigarrillo que hace que fuma con los ojos cerrados?.

– Volvamos al punto de partida que nos hemos hecho un lío, Pepe Díez… tenemos una misión que cumplir antes de que nos duela la cabeza…

– A mí no me vendría mal un remedio para la cabeza… pero la verdad… no me veo yo muy guapo que digamos…

– Digamos entonces lo contrario. Tú y yo somos los más guapos… ¿vale?.

– Espero que valga la pena de esta manera. Intentémoslo así.

Pepe Díaz y Pepe Díez se levantaron de sus asientos y se dirigieron hacia la Sala de los Fumadores y las Fumadoras donde se hallaba, haciendo como que fumaba, la despampanante morena de piel trigueña y ojos de color de miel.

2 comentarios sobre “Los dos enrollados (Relato de Humor). Capítulo 1.”

  1. jajaja ¿Que pasara? Me pregunto si ella se podrá llamar como la esposa de Napoleón, Es capaz de que sí y los Pepes la hacen toda! Me imagino el dialogo… Interesante historia Diesel. Los dialogos son una loquera de ellos. Saludos.

  2. Saludos, amigo costaricense, que Dios guíe a tu país y gracias por tu amable comentario. Si. Estás en lo cierto. Ya veremos como termina y no olvides que entre broma y broma escribo verdades.

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