Es jueves 18 de junio de 2009. El reloj marca las diez y diez de la mañana. El aire acondicionado está encendido. Hay un clima confortable en esta hora del pensamiento. Por la mirilla del termostato revolotea una mosca (me acuerdo de Obama aplastando a la de la Casa Blanca). Esta es de inferior calidad. Mucho más pequeña. Y no sale en ningún programa de televisión.
Pongo las piernas en posición de relax. El color de la pared es beige. El televisor está encendido. Hablan de no sé qué sobre revueltas populares en Irán y revueltas populares en Sevilla (la primera va contra el político Ahmadineyad y la segunda es la de los del Bestis Balompié).
Saltan y saltan las letras del teclado de mi computadora. A veces me pregunto por qué y para qué escribimos los hombres y las mujeres de la Tierra.
Observo a una anciana de ochenta y tres años con su lento caminar. En su juventud todos dicen que fue una belleza despampanante. Suena el móvil…
– ¿Sí?.
– Hola Diesel…
Se corta la comunicación sin saber quién me ha llamado y sin saber qué quería decirme. Pero vuelve a sonar…
– ¿Hola?.
– Diesel… ¿por qué y para qué escribes?.
Contesto a mi propio nombre…
– ¿Por qué y para qué escribimos, José?.
Al otro lado de la calle un automovilista parece haber perdido el sentido del equilibrio. Se salta el bordillo de la acera pero, en un acto de prodigioso reflejo felino, vuelve a su posición inicial y sigue su camino.
Quizás sólo escribamos para eso; para crear palabras con las que mantener el equilibrio. Los escritores y escritoras somos los equilibristas de las letras…
Recuerdo a mi viejo y ya fallecido profesor de infancia (Don Florencio):
– Muchas veces escribirás solo para señalararte un camino, trazarte una ruta y anegarte en un mar de palabras que te compondrán en lugar de ti porque suplantarán a tu propia personalidad. No te asustes. Nos pasa a todos.
Muy buenos consejos te dieron en tus años mozos.
Y que bien los has seguido.
Un abrazo Diesl amigo.
Yo escribo para pensar que así sé que pasa dentro de mi.
Y algunas veces escribo para no olvidar que he pensado.
Que he imaginado algo y por un momento todo ha sido diferente.
Diferente y especial. Alegre. Como la vida misma.
No sé… es lo primero que se me ocurre pensar. Pero si siguiese escribiendo… ¿quién sabe?, supongo que hay infinitas razones para ser escritor. Escribir para no sentir necesidad de escribir. ¡Mejor paro de pensar!