Los flechazos de Arturo

Todavía seguía sin poderlo aceptar. Sí. Tenía ya 55 años largamente cumplidos y se había enamorado como un quinceañero de una jovencita de 20. Todo eso era verdad. Pero también era verdad que su amor era profundo y que por primera vez, en su larga vida, él creía haber encontrado la felicidad. Sentía mariposas en su estómago. En definitiva, se había enamorado por un flechazo de Cupido. Y por eso, simplemente por eso, todos le estaban tachando de hombre inmaduro, hombre incompleto, hombre infantil… ¿y qué más?… No. No estaba de acuerdo. No lo aceptaba. Él tenía derecho a ser feliz por primera vez en su vida y dejar de ser el solterón al que los demás le habían condenado.

¿Inmaduro por renunciar a todo menos a ella?. ¿Incompleto por sentir que ella le había robado la razón?. ¿Infantil por creer en los cuentos de las mil y una noches con los que ella le había conquistado en una sola?. ¡No!. ¡Para nada!. Él se sentía maduro, se sentía completo y se sentía adulto. Y sin querer pensar en nada más subió al automóvil y se fue a buscarla.

Eran las siete y media. Había llegado demasiado pronto a la cita que habían establecido a eso de la nueve de la noche; así que decidió entrar en el bar y sentarse tranquilamente a esperar. Tenía hora y media por delante. Suficiente para unas copitas y un buen café. Saboreando el placer de sentirse enamorado, contemplaba a la gente pasar de un lugar para otro casi corriendo, como queriendo atropellar al tiempo. El mundo, en general , ese mundo que tanto le hablaba a él de lo antinatural no era muy natural a la hora de vivir. Así que prefería no hacer caso al mundo. La vida sólo consistía en una cosa para él: el flechazo de Cupido en medio de su corazón.

Y así, pensando en ella, se quedó profundamente dormido sobre la mesa del bar.

– ¡Don Arturo!. ¡Don Arturo!. ¡Que lleva usted cinco horas durmiendo y ya tenemos que cerrar el local!. !.
– ¿Eh?. ¿Qué pasa?. ¿Dónde está Diana?.
– ¿Diana?. ¿Quién es Diana, don Arturo?.
– La Diosa.
– Don Arturo… ¿está usted bien o todavía sueña?.

Arturo se frotó los ojos.

– Perdón, Matías… no quise decir Diana… quise decir Afrodita… ¿dónde está mi Afrodita?. ¿Habéis visto a mi Afrodita?.
– Pero don Arturo… ¿ya ha bebido otra vez más de la cuenta o se ha pasado con la heroína?.
– ¡Eso es!. ¿Dónde está la heroína de mis sueños?.
– ¡Don Arturo!. ¡Este local es muy serio!, ¡Aquí nada de drogas!.

Arturo volvió a frotarse los ojos.

– ¡Ay, Venus!. ¡Mi Venus!. ¿por qué no llegas todavía?.
– Lee usted mucha mitología, don Arturo. Es bueno desarrollar la imaginación pero a su edad si sigue así va a terminar peor que don Quijote…
– Casiopea… ¡En realidad estoy esperando a Casiopea!. ¡Tengo una Casiopea muy dentro de mi corazón!.
– ¡1Don Arturo!!. ¡!Déjese de tonterías!!. Lo que usted tiene es una medio pea muy dentro de su cerebro. Debería usted de dejar ya tanta ginebra…
– ¡Ginebra!. ¡Eso es!. ¡Ginebra de mi alma!. ¡Aquí está tu Arturo para amarte en lo bueno y defenderte en lo malo!.
– Bueno,,, don Arturo… ya está bien… ya no le servimos más ginebra… ¡es hora de cerrar el bar!.

Arturo se frotó la cabeza. Esa cabeza que un día fue muy joven y brillante, muy ágil para pensar, y que ahora estaba llena de arrugas, con el escaso cabello que quedaba muy canoso y pesada, enormemente pesada.

– Pero… ¿no ha venido mi joven Dulcinea?. ¿No habéis visto a mi bella Dulcinea?.
– ¡Ah!. ¿Se refiere usted a una chica veinteañera que dijo llamarse Eloísa?.
– ¡Si!. ¡Eloísa!. ¡Ella misma!. ¡La que está durmiendo debajo del almendro de mi corazón!.
– Déjese de teatro don Arturo y vayamos a lo real. Mientras usted dormía la mona llegó una señorita que decía llamarse Eloísa y al verle en el estado en que se encontraba me entregó una nota escrita y se marcó. Dijo que la nota era para usted.

Arturo tomó el papel que le entregaba Matías. Y leyó:

“Querido Arturo: He acudido a la cita pero no estabas en condiciones. Estaba tan dormido que me dio lástima tener que despertarte. Además lo que te venía a decir es mejor hacerlo así, por escrito, ya que hace menos doloroso el momento. He pensado mucho en lo de ayer. He decidido que lo nuestro es sólo una locura, Una inmadurez. Algo incompleto. Un asunto totalmente infantil. Verás. Ti tienes ya 55 años largamente cumplidos y yo recientemente cumplí los 20. lo nuestro no puede ser. Tú deberías tener 15 menos y yo 15 más y quizás con tus 40 y mis 35 podríamos formar una feliz pareja. O dicho de otro modo si deseas entenderlo a tu manera: tú tendrías que ser mucho menos espíritu y yo mucho menos materia. Adiós. Es mejor dejarlo”

De pronto Arturo lo comprendió todo. Cupido había vuelto a clavarle la flecha demasiado a destiempo. Pero no. Seguiría insistiendo. Seguiría buscando a su Ginebra mientras la verdadera ginebra le atormentara su cerebro haciéndole ver fantasmas femeninos mitológicos de 20 años de edad de los cuales él se enamoraba perdidamente. Algún día el flechazo de Cupido sería real y verdadero y ya no tendría que ordenar a su secretaria que se presentase en los bares y le dejase notas escritas mientras él dormía profundamente sus borracheras.

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