Los guantes nacieron en la Edad Media, como una revelación de fuerza o categoría de la mano que lo usaba. Había, así, guantes de hierro (espantables como garra de las manos de los guerreros armados); guantes episcopales de croché (ejecutados en hilo de oro como señal de poder omnímodo sobre las almas); guantes sacerdotales (austeros y sobrios) de cuero negro y tan duros como la vida de aquel entonces; guantes burgueses, de piel de ciervo…
Más tarde… !guantes maravillosos del tiempo de los Dux de Venecia!. Aquellos tiempos en que las damas venecianas lucían guantes preciosos, cuajados de oro y pedrería, duantes de piel pintada con la acuarela, cion representaciones de paisajes, amorcillos y escenas galantes, algunas veces perfumados por la coquetería y otras envenenados por la ambición y el odio.
Durante los rigores estivales, las damas de la Dulce Francia usaban guantes levísimos de piel de gallina, al mismo tiempo que los halconeros se defendían de las cruentas garras de su compañero cazador con guantes confeccionados de gruesa piel de ciervo.
En el fastuoso siglo de Luis XIV las damas, para poder lucir a un timepo la belleza de las manos y la elegancia de los guantes, inventan los largos mitones de seda que, de manera tan gentil, descubren las partes de los dedos. Y hubo guantes de caballeros, de elegancia francesa, holandesa o germana, que se ajustaron a una moda que hizo fama en el siglo XVII: la de adornarlos con el retrato, pintado sobre la piel, de algún personaje.
En el siglo XVIII, bajo el reinado de Luis XV, los guantes alcanzan una fantástica suntuosidad, un raro y curioso primor. En las cortes de Europa se dice que, para la perfección absoluta de un guante, es preciso que tres reinos hayan contribuido a su confección: España para dar y preparar la piel; Francia para cortarla; Inglaterra`para coserla…
Hacia mediados del siglo galante, una dama que se estimara no puede dejar de cambiarse 5 o 6 veces los guantes diariamente. Luego la Revolución Frnacesa cubre sus manos con guantes estrafalarios, mezcla de refinamiento y extravaancia, cuajados de figuras simbólicas, que no denotan sino un desmedido afán de innovación y ganas de singularismo.
A principios del siglo XIX, en Inglaterra, los discípulos del bello Brummell crean el “Club del Guante” y otro célebre dandy, Mr. d’Orsay, al establecer ciertas reglas del perfecto gentleman, condena a todo caballero que no cambie de guantes, por lo menos, 6 veces al día.
!Cuántas cosas en torno al guante!. Y sin embargo… pocas todavía porque otras muchas podrían contarse hasta llegar, por ejemplo, a los guantes de los motoristas de hoy o a los guantes empleados para estar entre la nieve. Y es que las manos son lo más noble y expresivo del humano cuerpo.
Son nuestras manos según dicen algunos (más que nuestros pasos, o nuestras miradas, o nuestras palabras) las que revelan nuestra personalidad. Por eso hay muchos hombres y muejres que se enamoran, primeramente, de las manos.
Vehículo de nuestras acciones, las manos juran, las manos prometen, las manos saludan y bendicen, acarician y castigan, brindan la copa de la amistad y del amor, consuelan las aflicciones, curan las heridas, detienen, piden, trabajan… !y dan!. Por el trabajo y por la caridad, las manos son santas…
Cualquiera de estos actos excluyen al guante, porque es la mano desnuda, la mano franca, la que debe realizar nuestro acto más noble.
Tuve una compañera en la Universidad que usaban guantes de lana de mil colores. Cada dedo era un color distinto. Eran guantes muy juveniles pero…. cuando se los quitaba…. aparecían unas manos tan hermosas que yo me enamoré profundamente de ellas. Por eso prefiero la mano desnuda con la que puedo escribir algo en plena libertad…