Nosotros éramos Los Mejores. Ellos eran Los Peores. Estadísticamente eso estaba demostrado; porque en todos los Torneos del BHA (léase Banco Hispano Americano) de Madrid, nosotros nos quedábamos los penúltimos mientras ellos se quedaban los últimos. Así que decidimos llevar a cabo un partido amistoso, en la Casa de Campo, para demostrarles que no les teníamos envidia alguna (nuestras chavalas eran más guapas, más interesantes y más inteligentes que las de ellos) ni les teníamos ningún rencor sino que nos daba pena ver su situación siempre en el fondo de la tabla clasificatoria. Yo lideraba a Los Mejores. Cachán lideraba a Los Peores. Todavía recordará Cachán el día en que nos enfrentamos y que íbamos ganando por 1-0. Ordené a mis muchachos que defendiéramos a muerte aquella victoria de 1-0. A Cachán (Luis para más señas) sólo se le ocurrió decir, en voz muy alta, la estulticia de que nosotros nos conformábamos solamente con ganarles por 1-0. Ante aquella estulticia yo sólo sonreí para mis adentros, pero estaba pensando…
Y ocurrió lo que Luis Cachán no se esperaba pero que yo ya tenía planificado. Recogí un balón suelto dentro de mi campo, lo dominé con pasmosa tranquilidad y, con el balón siempre controlado, crucé la línea divisoria del medio campo y me lancé en picado hacia la portería rival mientras el portero de ellos estaba pululando por la cancha de juego sin orden ni concierto alguno. Imprimí una velocidad imposible de detener, pero Luis Cachán, herido como siempre en su amor propio como cuando las chavalas más guapas, más interesantes y más inteligentes me sonreían sin hacer yo nada malo, se lanzó en una desenfrenada carrera para evitar que yo metiera el inevitable gol que tenía pensado desde hacía muchos minutos antes. Así que cuando llegué al borde del área rival toqué ligeramente al balón y lo envié hacia la portería que ya estaba desguarnecida. A Luis Cachán, totalmente extenuado por la carrera que se metió, sólo le quedaba la alternativa de intentar llegar a tiempo para despejar el balón pero lo único que hizo fue meterlo dentro de su propia portería. No les habíamos ganado por 1-0 sino que les habíamos ganado por 2-0 ya que, minutos después, el árbitro pitó el final del partido. Así que aquel partido amistoso (el del 8-8) lo celebramos para que no perdieran definitivamente su moral siempre que miraban la tabla clasificatoria y nos veían por delante de ellos. Igual les sucedía a los locos del Leganés, a los cuales les ganábamos de tal manera (José Luis Arana todavía se estará riendo porque era nuestro guardameta) que los volvíamos locos del todo. Pero eso es ya otra historia.
Aquel 8-8 amistoso de la Casa de Campo de Madrid sólo sirvió para partirnos de risa viendo a Luis Cachán parando los balones con su pecho (fea costumbre que tenía porque quizás sufría de complejo de matrona nutricional para bebés) totalmente improductivo porque siempre que nos metían un gol les empatábamos y no pasaba nada. Al terminar el partido (8-8) no nos quisieron dar la mano a ninguno de nosotros y se fueron más mosqueados que las uvas de moscatel. Ya no quisieron volver a jugar con nosotros (Los Mejores) que, al ritmo del chachachá, les habíamos bailado por completo a pesar de que el árbitro (Morenito de la Florida) pitaba a favor de ellos. Todavía no saben cómo fue que, a pesar de todo ello, les habíamos metido 8 goles como 8 soles. Aquel partido lo celebramos para conmemorar el Día de la Amistad pero entre Cachán y yo la amistad había terminado y no precisamente por mi culpa sino quizás porque las chavalas más guapas, más interesantes y más inteligentes iban con nosotros. Porque no éramos de los de la cantidad (como ellos) sino que éramos de los de la calidad en esto de saber elegir chavalas. Mi amistad con Luis Cachán dejó de existir desde entonces.
Y es que aquel tal Luis Cachán era uno de los que lloraron cuando a mí me quisieron hacer jefe del BHA (léase Banco Hispano Americano) cuando me negué en rotundo a serlo y preferí a Mi Princesa, mientras que a él le suspendieron en el examen técnico. Y eso que él se pensaba el más guapo de los Autónomos… o se creía el más guapo de los Autónomos… o no sabía ni lo que decía (cosa que es lo más probable) porque de Autónomo no tenía nada más que los escondidos deseos de llegar a ser jefe de Banca. Al final consiguió serlo pero perdió su independencia y al perder su independencia perdió también su libertad.
Quizás todavía recuerde aquel partido en que se creía que nos conformábamos con ganarles por 1-0 y que les ganamos por 2-0. Quizás todavía lo esté recordando. Y eso que él jugaba con Cazorla y yo jugaba con Los Pitufos. Por cierto, hasta el comisionista Agüero (que era imparcial) dijo que yo era mejor que él jugando en el Campo de Gas de Madrid. Cosa que pueden confirmar los obreros de la construcción que nos veían jugar subidos en los andamios mientas se comían tranquilamente sus bocatas y, entre trago y trago de la bota, soltaban sus carcajadas.
En cuanto a las carreras de fondo, mientras Luis Cachán iba solamente por el kilómetro 2 (porque era más lento que una tortuga de escayola) yo ya iba por el kilómetro 22 (porque era más rápido que una liebre perseguida por el Cazafantasmas). Por lo menos. Y ahora que recuerdo todas estas cosas estoy muy feliz encendiendo un Davidoff Genéve número 3 que me ha regalado la guapa ATS del Hogar de Molina de Segura. Verdadero. Todo esto es Verdadero. Como es verdadero que el Mágico Solitario de esta tarde primaveral es el número 5; o sea el líder que juega en el puesto de líbero al fútbol sala. No es orgullo. No es vanidad. No es soberbia. Es realidad. Más claro agua. Parece “increíbol” (como se dice en inglés) pero es chachi lerendi (como se dice en castizo madrileño). O sea, que es verdad.