Tengo 20 años de edad. Está finalizando la época de los guateques (aunque todavía sobreviven de manera aislada) y ha comenzado la fiebre de las discotecas. Es el inicio de las movidas madrileñas. Hablo en plural porque hay 2 movidas diferentes: la de las fuerzas del bien (la nuestra) y la de las fuerzas del mal (las suyas). Me introduzco en el ambiente de las discos (entiéndase discotecas). La Universidad puede esperar porque antes tengo que cumplir otras misiones de aprendizaje para mi existencia. Aquí dentro hay mucho olor a aromas de pachulí. Épocas de hippies y comienzan los “rayados”. ¿Qué es una “raya” en el argot de las drogas? Nada más y nada menos que las dosis de cocaína y heroína que muchos empiezan a meterse para el cuerpo. Mucho slogan “atractivo” para hacer adictos: “Menos porras y más porros” es uno de los más populares de las fuerzas del mal. Yo sólo observo, en la oscuridad de las discos, cómo comienza el declive para muchos que se creen más listos que “Pedro Botero y su Lucifer”. Las luces alternativas empiezan a afectar el cerebro descerebrado de muchos que se están entregando al éxtasis de lo psicodélico. Escucho muchas “historias” de “cómo morir antes de tiempo”. No sólo las escucho sino que voy empezando a ver su trágica y triste realidad.
En las discos a mí no me emociona nada pero me emociona entrar en las discos. Yo sé que no voy a bailar al son estertóreo de los rockeros. Ni me viene ni me va. Sólo sé que dentro de las discos se puede fumar mientras se observa el cutre panorama de lo que antes fue la felicidad. Sigo escuchando “bellas” historias. Mucho viaje a Marruecos. Mucho viaje a la India. Mucho viaje al Nepal. “Doble cero” nepalí por ejemplo. Muchas “chinas”. Y mucho “chocolate” de variadas especias. Yo sigo prefiriendo el chocolate casero con churros o porras o simplemente solo. A solas con mis pensamientos y mis ideas, yo sigo soñando dentro de las discos mientras desfilan los hippies con sus falsas promesas de “cambiar el mundo”. Si ves la cantidad de billetes que llevan dentro de sus carteras (como yo observo continuamente) te das cuenta de que son más falsos que los dólares de madera. Están convirtiendo en madera los corazones de la juventud porque saben que, al final, ellos volverán a los acaudalados hogares paternos y terminarán siendo “yupies” mientras quienes creen en ellos están empezando a morir. Parece una tragedia de Esquilo pero es la gran verdad de toda esta gran mentira que nos están vendiendo a precios de ganga cuando, en la realidad, solo es la “mierda” que están metiendo en las discos los del negocio: esos viejos avarientos que quieren ser supermillonarios de la noche a la mañana aunque siembren el camino de millones de muertos.