Desde el año 1994 hasta el año 2000 (después de Jesucristo ambas fechas) los conocí muy bien conocidos en la República de Ecuador. En la ciudad de Quito tuve ocasión de jugar al fútbol (por supuesto que cuando ellos querían y no cuando yo lo necesitaba porque necesitarles nunca los necesité ya que había jugado yo ya tanto fútbol en mi vida que me dejasen jugar o no me dejasen jugar me era totalmente indiferente) en los potreros de hierba, en las campos arenosos, sobre las duras losas pedregosas de patios de iglesias o sobre las durísimas aceras de las calles.
Todos ellos se llamaban cristianos, “angelitos” cristianos, que hablaban del amor a los demás, del pacifismo como forma de manifestación humana, ejercitando el “fair play” o juego limpio, como entendimiento de lo que debe ser el compañerismo en un deporte colectivo como el fútbol. Sorpresas. Me llevé muchas sorpresas con estos “angelitos” cristianos que tanto acudían a la Iglesia de El Verbo para aprender cómo ordena Jesucristo comportarse con los demás aunque sea solamente jugando al fútbol.
Sin piedad de ninguna clase se atacaban los unos a los otros con tal coraje, virulencia violenta, agresividad y hasta una mezcla de venganza y odio… que se aplastaban los unos contra los otros estrellándose contra las paredes de los patios, estrujándose contra las paredes de las aceras, sacudiéndose patadas a diestro y siniestro de una manera que saltaban las chispas incendiarias, los golpes bajos dados a traición, las patadas a seguir propias del rugby y no del fútbol, las faltas de respeto de uno para con el otro, la chulería de reírse del rival…
Estaba, por ejemplo, aquello de decir, antes de iniciar un partido de fútbol, que el que perdiera era el más indio; lo cual es expresión racista incluso aunque la diga todo un pastor evangélico de El Verbo, como aquel tal Antonio Pástor que bailaba chulescamente, mofándose de los rivales, cuando metía un gol con el menor esfuerzo ya que sólo se situaba en sus lugares favoritos y obligaba a todos los demás que le pasaran el balón haciendo todo el esfuerzo para él. Y eso que predicaban continuamente, los “angelitos” cristianos que los pastores, los líderes, los maestros, los ancianos… deben ser los servidores a los demás y no los servidos por los demás. Y en el fútbol aquello de que el que perdiera era el más indio lo decía el pastor mientras todas sus “ovejitas” reían como ratas el chiste racista menos, supongo, que el humilde indígena otavaleño, de nombre Humberto, que se estaría acordando del padre de todos aquellos que se burlaban de él.
Y estaba lo de jugar ansiosamente el primer partido, el segundo partido, el tercer partido, el cuarto partido… mientras yo, sentado fuera del campo, esperaba a ver si había un poco de suerte y se celebraba un quinto partido para tener ocasión de jugar unos cuantos minutos aunque sólo fuera para hacer acto de presencia y demostrar a todos aquellos “jugones angelitos cristianos” cómo se debe jugar bien a este deporte. ¿Sería por eso por lo que no me dejaban jugar apenas y cuando me dejaban jugar no permitían, madre mía que amables y amorosos eran, en mi lugar verdadero de número 8? ¿Sería por eso que, cuando jugaba sin que ellos tuvieran prejuicios contra mí -cosa muy rara por cierto pero que ocurría de vez en cuando- les daba toda una verdadera lección de lo que es jugar al fútbol con inteligencia y no a la manera de bárbaros rompe huesos?. ¡Y eso que se llamaban cristianos!. ¿Será por eso que aquel pésimo jugador al que llamaban Pavel -que hasta nombre de checo en vez de chico tenía- me dejó un día sin poder jugar porque le demostré en alguna ocasión cómo juega al fútbol un hombre y no un imberbe “chulito” como era él aunque no se comía ni una rosca ni en lo del fútbol ni en lo de las chavalas guapas?.
Apunto todos estos datos en mi Diario personal porque en los “angelitos” crsitianos de El Verbo de Quito, no encontré jamás rasgos de amor hermano, ni de compañerismo (había que pedirles hasta “poniéndote de rodillas” que te pasaran el balón; había que ir a buscar el balón los demás cuando lo había lanzado fuera del campo el que no iba a por el balón, había que subir y bajar todo el terreno de juego mientras los más “destacados” cristianitos del Verbo se tocaban los cataplines y se quedaban allá, perdidos en la portería de los rivales cuando habían perdido el balón por culpa de su individualismo. ¿Y eso es el cristianismo de El Verbo? ¿Es la educación del individualismo más egoísta en lugar de jugar como compañeros, amigos y hermanos. lo que se enseñaba en aquel colegio evangélico?
Termino diciendo que tanta repulsa me daba a mí jugar con ellos que siempre que estábamos esperando a que hubiese jugadores suficientes para jugar 11 contra 11, yo me alegraba enormemente cuando llegaban los rechazados y repudiados “chicos de la calle” que saltaban las vallas porque no tenían dinero para pagar la entrada y, si les faltaba alguno para completar el equipo yo me iba de inmediato a sus filas. Era cuando realmente yo, fuera cual fuera el resultado, jugaba feliz. Con los “chicos de la calle”, con los que nunca iban a las iglesias que se creen santificadas por orden y mandato del grupo de sus ancianos en vez de por Jesucristo, con los más mal vistos por aquellos “angelitos” cristianos. Era mucho más feliz cuando jugaba con los que ellos llamaban “los condenados”. Y es que a la hora de medir los pecados, mientras los “angelitos” de El Verbo tenían de todo menos de ejemplo para los demás, los humildes y pobres chavales de la calle eran, al menos, ejemplo de cómo ser verdaderos compañeros para lo bueno y para lo malo… que es lo mínimo que se debe pedir a los seres humanos que predican el amor…