Desde las Cuevas de Altamira (magdaleniense medio que es lo mismo que decir fines de la glaciación de Würm, o sea 13.000 a 8.000 años antes de Cristo) hasta llegar a los sucesos del 11-S (las Torres Gemelas de Nueva York desplomándose en unos minutos de estupor en el 2001) pasando por los frescos de la Pompeya romana, la Historia siempre ha ido unida al dibujo y a la pintura. Los humanos empezaron a leer en los dibujos y las pinturas de las paredes y las piedras. Las letras se desarrollaron desde los dibujos y las pinturas. Los humanos de Altamira jugaban a escribir escenas de su vida cotidiana emplenado la diversión lúdica del dibujo. Allí aprendieron a leer nuestros primeros antepasados.
En los frescos de Pompeya, al pie del volcán Vesubio, los romanos ricos (los nobles descendientes que expulsaron a Tarquino el Soberbio del poder y fundaron la II República pero que ahora estaban al servicio de los Flavios desde Vespasiano a Domiciano) se recreaban los momentos de ocio leyendo las pinturas murales hasta que el volcán las sepultó en el año 79 de nuestra Era.
Las letras, por tanto, son la evolución de los dibujos, y las historietas de los cómics actuales no son otra cosa sino el juego lúdico de hacer reunir en el papel lo que antes se reunía en una pared o una piedra hace algunos miles de años. Ahora tengo entre mis manos cuatro cómics que tratan sobre cuatro historias de la Humanidad.
La serie “Murana” (por ejemplo) viene a ser la respuesta en cómic del inolvidable tándem tácito existente entre la novela “Yo, Claudio” de Robert Graves (el escritor y poeta inglés del cual un día aquí en Vorem nuestro compañero Onlythebestones nos comentó que había ido a visitar su tumba en la Deiá de la isla de Mallorca) y su adaptación televisiva por parte de la BBC allá por los años 70 del pasado siglo XX. El esplendor del imperio romano con sus intrigas llenas de cautelas y de astucias; con sus crímenes más o menos violentos y con más o menos derramamiento de sangre; con sus luchas intestinas por el poder (pasiones y batallas, emociones y combates) sensualmente dibujado por Delaby y narrado con pulso firme por Dufaux.
“Sambré”, sin embargo, es otra cosa. Nada mejor que una saga familiar maldita y un amor imposible (no, el de Romeo y Julieta esta vez no) en pleno movimiento revolucionario del siglo XIX francés (desde junio de 1830 hasta diciembre de 1851 bajo el reinado de Luis Felipe I y su gran prosperidad para la burguesía y la II República que terminó en sublevación obrera y favoreció las aspiraciones de Napoleón) para sentar las bases de una obra maestra del cómic. Desde los diálogos, pasando por el imponente dibujo, hasta un tratamiento dramático del color que se convierte, así, en otro elemento narrativo dentro de la histoira actual del tebeo. Estoy seguro de que si Stendhal y Rembrandt viviesen ahora serían unos de los guionistas y dibujantes, respectivamente, de “Sambré”.
Otro ejemplo es “Nuestra Guerra Civil”. Al tiempo que actualmente estamos exhumando fosas comunes y empeñándonos noblemente en la tarea de terminar de restañar las viejas heridas del pasado (1936-1939. Nacionales contra republicanos. Azules contra rojos. Católicos contra ateos) para superar también definitivamente este aguafuerte del pasado bélico español, es esta una obra maestra del actual panorama del tebeo patrio (como lo son sus dibujantes David Rubín, Fritz, Laura y Pepe Gálvez entre otros tantos hasta un total de ocho) tirando de los vaivenes familiares tan conocidos por los ya ancianos españoles (los pocos que van quedando de aquella guerra) con la intención de acallar, definitivamente insisto, el ruido de las bombas y los disparos que hicieron enmudecer al mundo casi a mediados del siglo XX y cuyos ecos ya están, por causa del tiempo, diluyéndose en los textos de las memorias históricas. El cómic como medio de recuerdo y reivindicación sin ira y como testimonio de compromiso comprometido con el tiempo de la paz.
Por último, tengo entre mis manos “El informe 11-S” (Bin Laden como trauma de los estadounidenses). Importante para la historia humana este cómic que dibuja y pone texto de tebeo a unos hechos que ya son referencia y gozne de cierre del siglo XX y apertura del XXI en sí mismo. Una espita abierta a los tiempos de la globalización universal. El cómic no podía dejar de reflejar un acontecimiento que fue compartido por y para toda la humanidad. Me deja, sin embargo, dentro del asombro el hecho de que un informe elaborado por la Comisión encargada de investigar los sucesos acontecidos el 11-S de 2001 se haya transformado en viñetas. Me asombra igualmente que el cómic sea, una vez más, un vehículo humano de expresión comunicadora.
Desde las Cuevas de Altamira hasta el 11-S, el cómic es un medio de comunicación social que interpreta la historia humana y siempre es un recurso muy impactante e importante debido a que es suficiente, por sí mismo, para elaborar todas las temáticas y tomarle el pulso a la más inmediata necesidad de nuestra actualidad contemporánea. Y es que se puede afirmar sin temor a qeuivocarse que los tebeos no son sólo para niños.
Evidentemente el comic no es sólo cosa de niños.
El comic tiene una historia y una entidad artística que va más allá del mundo de los niños.
El comic europeo tiene grandes autores que merece la pena conocer. Me vienen a la cabeza autores como Bilal, Moebius, Manara, Hugo Pratt, y tantos otros.
Merece la pena detenerse en la lectura de un buen comic, un arte que auna el placer de las letras y las imágenes.
Cierto. Los tebeos y los cómics tienen mucho contenido “filosófico literario” en su interior. Por ejemplo se puede analizar en profundidad a Moebius que ha nombrado Only. Magnífico texto, Diesel.