Entonces

Vas y conduces. Una mano mía juega con el viento que entra a través de la abierta ventanilla del coche. Sólo una pequeña frase (entonces) acompañada de una gran imagen (entonces) basta para la ensoñación. Simple. Quizás tan simple que hasta se convierte en genial. Un toro de Osborne que, junto a las carreteras flanqueadas por árboles enormes, era (entonces) uno de los momentos más mágicos de los viajes en coche de la infancia.

Tú vas conduciendo y mi mano va jugando con un viento dúctil que agita levemente los ramajes de los árboles. Eso es lo que recuerdo de entonces. Un túnel arbóreo y, al final del túnel (entonces), como surgido por arte de magia, aparecía en lo alto de la loma la repentina figura del morlaco negro. Todo un festín para psicoanalistas.

Pero llegó la asepsia de las modernas autovías. La ausencia de los túneles arbóreos borró la magia de la ensoñación. Y toda aquella ilusión de entonces se nos esfumó con la infancia. Tú vas conduciendo y yo (todavía) con la mano jugando con el viento. Y se pierde en la isla de la memoria, en ese instante de la fascinación de la ínclita silueta, una iconografía de aquel entonces para ir consumándose, con el anuncio del toro de Osborne, una proposición de mástil al cual me ato para no sucumbir al canto de las sirenas. Nada que objetar entonces.

Sólo que hoy manipulamos hasta el juego de los cantos de las sirenas arbóreas de las multinacionales que se barajan, entre sí, nuestros instintos más básicos. El toro de Osborne (entonces) era sólo un principio. Es mejor no tener opinión nos dicen. Es mejor no tener criterio nos dicen. Pero nosotros seguimos queriendo tener opinión y tener criterio para aprender a movernos bien entre las rocas que amenazan nuestra embarcación desde la colina de los naúfragos desde donde Polifemo nos está bombardeando a pedradas. Metemos la mano en el bolsillo o metemos la mano en el corazón.

En medio de esta incógnita, tú sigues conduciendo y mi mano sigue jugando con el viento. La única manera de ser contemporáneo (entonces) es no olvidarnos del toro negro de nuestra infancia. Después de todo, tener opinión o tener criterio pasa siempre por tener que hechar mano del recurso de la ironía, lo que algunos prefieren llamar cinismo. Y es que desde la infancia (entonces) tu sigues conduciendo y yo jugando con una mano a acariciar los túneles de las arboledas donde los tejuelos del lomo de un libro conteniendo en su interior la estampa del toro de Osborne nos sigue sublimando la memoria.

3 comentarios sobre “Entonces”

  1. Sí, hemos perdido los túneles arbóreos de la carretera. Lo peor en las grandes ciudades es que hemos ganado los túneles no arbóreos, y no sólo en las autopistas urbanas.

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Entonces

Desde entonces Mario dejó
de jugar al fútbol,
compró doce calculadores
de diversos tamaños y potencias
y comenzó a dar un sentido
exacto a su vida,
en un intento fallido
de organizar su futuro,
sin tener en cuenta
a toda la muchedumbre.

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