Ha muerto Gabo. Gabriel García Márquez ya descansa en Macondo. Y en la lejanía apunta el alba de “Greta”. En el duelo de los escritores surgen las sorpresas de esa continuidad sin posibilidad alguna de poder detenerse en el camino. Sigo meditando, como siempre, en esto de los cien años de soledad que todos debemos vivir para poder triunfar.
“Greta”. Macondo en la lejanía. “Greta” aparece en el horizonte de la Literatura Universal. ¿Sueño? ¿Solamente sueño en un lugar llamado Macondo? Lo importante, al final de todo, es que la vida continúa y “Greta” aparece al llegar el alba. Entre el alba de los que comenzamos y el ocaso de quienes ya han terminado su periplo existe un nuevo amanecer. Las luces de la ciudad apagan sus destellos para dar paso a la luz del sol. Esta noche he visto a la luna llorar; pero acaba de aparecer, en el sentimiento, “Greta”. ¿Quién dijo que era imposible llegar a superar los cien años de soledad que todos los escritores debemos conocer para poder superarnos?
“Greta” me saluda desde el Macondo interpretado de Gabo. Yo interpreto el mundo de “Greta” y consigo enlazar un pensamiento al surgir de nuevo la luz del sol: “Cuando alguien se marcha hacia el infinito es que el horizonte no es tan lejano como se piensa”. Y mientras “Greta” espera a su integración con el realismo mágico universal, “El Cóndor” sigue volando hacia su propio destino. Y es que quizás, en medio de la luz tenue de una cafetería, escribir para rendir un homenaje a la universalidad de nuestros personajes sólo consiste en idearlos.
La vida continúa con sus ilimitadas sensaciones de esto que llaman escribir, en el interior de una cafetería, un cuento, un relato, una novela que nos guía a través de un paseo por la eternidad. “Greta” espera mientras “El Cóndor” regresa para conquistar lo inconquistable ¿Realismo mágico? Mucho más que realismo mágico. Yo lo llamo la magia de la realidad cuando el sueño se transforma en la sustancia de cada día. El consuelo de las lágrimas es la sonrisa eterna.