El autobus empantanado en un taco de verano. Pocos pasajeros. Un payaso sudado repite los chistes de diez veranos atrás. Pocos prestan atención. Nadie ríe. Interrumpe el sonido de un celular. Algunos revisan sus ropas, sus carteras. Pero el llamado escapa de uno de los coloridos bolsillos del payaso. Coge el Teléfono. Alcanza a pronunciar dos o tres palabras. Se deja caer en un asiento vacío. Algunos se vuelven en sus asientos al oír sus sollozos. Entre lágrimas, su cara se deshace entre blanco, mentira, noche, sangre, sudor, hueso y carne. Y todos buscamos una moneda para pagar semejante espectáculo.