Tus ojos hundidos,
tu silencio trasciende,
nadie lo entiende,
sólo tu marido.
Tu callada tristeza,
tu sonrisa fugaz,
el destino voráz,
engulle tu entereza.
El orgullo dolorido,
el pensamiento inquieto,
el incansable esqueleto,
del lecho se ha ido.
Tu andar solitario,
tu invisibilidad,
niegas a la sociedad,
paseando por el barrio.
Pensamiento taimado,
dolor ponzoñoso,
liberado en acuoso,
temor ocultado.
Madre y esposa,
que vives olvidada,
eres engañada,
con una simple rosa.
Siniestro dolor,
en tí alguien causa,
no hay tregua ni pausa,
ya vuelve el temor.
Temor a reir,
temor a pensar,
no se puede aguantar,
este sinvivir.
Un poema muy sentido, creo que todos conocemos o hemos conocido a alguien así.
Esperemos que esta pesadilla para algunas mujeres acabe algún día.
Un saludo.