Mayra tiembla como una copa rota. Miles de veces se está sintiendo así, reteniendo una lágrima ardiente en el pecho, notando disparos de fuego en infinita procesión y procurando ser prolija para incluir todas aquellas sensaciones apenas inolvidables. En su cielo protector hay un momento devastador que ve y vive.
Está ahora recostada sobre el piso, llorando desconsolada, comprendiendo su silencio, enferma, agonizante de soledad… pero a su lado está el milagro de la vida salvándola de los abismos, el miedo y la tristeza superados por la alegría del amor y la pasión de la gran intensidad de su llanto; sobre todo porque hay un compromiso de fe y porque la historia le comunica el sentir de los corazones en celo. Y se promete a sí misma que nunca más habrá treguas para la melancolía, pero ésta crece en ella, la confiada Mayra, para trabajar duro y enviarla un mensaje amoroso, todavía no pergeñado del todo, todavía tierno en las altas horas de su madrugada.
Mayra baja ahora, en su sueño, la colina, atravesando el bosque espeso y verde, sintiendo el corazón con su ser y su sed de mujer y confiando en superar la tristeza. Tantos son los momentos con que se conmueve; tantos son los instantes con que conoce sus límites; tantos son los tiernos deseos con que mira los primeros regalos de la pubertad… que Mayra suspira y se quita las lágrimas de los ojos.
También rememora el ofrecimiento de un amante adolescente. Es, para ella, la ternura más elevada aquel momento que, extraño a toda ella, estudia con todos sus sentidos recién abiertos mientras, al fondo, una música de Garfunkel le acompaña y ella se marcha embarcada en la enternecedora vida de niña decapitada, de feroz infante, pasando de la incomprensión al desengaño de todo su pasado. Y huye de la realidad para llegar a su última frontera, a su infinita e indescifrable imagen de placer envuelta en sentimientos sin escapatoria.
Mayra ya puede empezar a llorar de nuevo con el llanto en la mano, perdiendo progresivamente esa ansiedad de solitaria que necesita para trabajar en sus esfuerzos montados salvajemente para quedarse libre de ausencias. Lucha de niña que pasa a ser mujer. Recóndita vacilación de sentimientos que le roban la calma. Es fácil, para ella, estremecerse ahora porque se enfrenta a un relato amoroso donde la pasión es intensa, roja sangre, predestinada como está pero quedándose unida a su respiración. Irse muriendo poco a poco su pasado para nacer de nuevo como una joven promesa de bello rostro, bello pelo largo que queda flotando en el vacío, lacio, levitando, inmadura todavía, como un bebé en calma, detenida en el tiempo, con legítimas lágrimas invisibles en los ojos, matando el pasado y viviendo el futuro.
Y así, envuelta en las brumas de la crisálida, Mayra nace como vuelo de paloma, traspasa el umbral de los púber, y se produce en su cuerpo una desazón de joven reviviendo la inocencia y superando, a su vez, la ignorancia; reviviendo lo sencillo que es amarlo todo; prefiriendo vivir en la comodidad que es sentir todo lo ajeno como cosa nueva; viviendo con furor en medio del concierto diario de las rosas y los jazmines; quiirendo vida para su crecimiento corporal y conciliándose con la mujer-compañía de volar junto a sus deseos.