Sentada en la habitación 113, al lado de la enferma que ocupa la cama número 1. Escuchaba sus quejidos, sus lamentos con una parsimonia asombrosa intentando buscar un atisbo de consideración hacia ella. Escudriñaba en el interior de mi mente por ver si la piedad se instalaba en mi corazón.
Nada. No había nada, ni un pequeño rescoldo de sentimiento hacia ella. Era tanto el daño acumulado durante años que la frialdad heló mi corazón.
Hice una recesión a través de mi, buscando el o los motivos que me llevaron a ser tan impasible ante el sufrimiento de ella.
Viajé hacia atrás en el tiempo y llegué hasta la edad de 5 años.
La habitación era oscura, tétrica, triste y fría, los azotes que recibía en mi cuerpo, aquel puño que se hundía en mi mollera no eran el motivo por el que se me inundaran los ojos de lágrimas, el verdadero motivo era la falta de cariño, el amor maternal que se supone ha de recibir una hija por parte de quién le dio la vida. No lo había.
A lo largo de mi vida nunca supe lo que era recibir un beso, un abrazo, un “Te quiero hija”. Cada día se repetiría la misma escena hasta llegar a la adolescencia. A esa edad el daño ya no era físico. Era mucho peor, psicológicamente estaba acabada, me sentía una verdadera basura culpable de todas las desgracias que rodeaban a aquella mujer.
¿Qué se supone que debía sentir al verla en aquella cama del hospital? La miraba como si de una extraña se tratara, no sentía compasión por ella. Lloraba, solo lloraba y se quejaba. Pero no por estar enferma. No. Tan solo tenía una pequeña afección respiratoria nada importante. Era una quejica, todos los miembros de la familia estaban un poco hartos de ella, pero a ninguno le montaba las escenas que ante mi representaba. Quería que sintiera lástima. Ella sabía de sobras que no la tendría. Me volvió dura, fría e insensible.
Quise llorar, castigarme por sentir tanto desprecio hacia ella pero no me respondí mi mente. ¿Soy mala?..¿No tengo conciencia?.
No lo se, tan solo puedo agradecerle que me haya dado la vida.
Y aquí me hallo, cuidando de un cuerpo extraño para mi, la compañera de habitación me inspira más lástima. Y no me siento mal por ello. No siento ningún sentimiento. Nada. Tan solo me siento extraña, muy extraña.
Gracias a las tres por comentar. Deciros que la vida pasa y a día de hoy me ha regalado tanto que todo lo aquí dicho queda en el olvido.
Besos
Són situaciones que van marcando huella de por vida.Realmente es muy doloroso encontrar un hecho como este…la mejor manera de afrontarlo es aferrandote a tu própia familia,la que has engendrado tu.Sintiéndote orgullosa del acto que le haces.
Desgraciadamente en los tiempos en que vivimos,se ven cosas inexplicables pero están ahí…Un besooooooooo ayyy!
Amiga wersemei, yo como tu no sé lo que es el cariño que debe recibir un niño, ni un beso, ni un cuento de buenas noches, solo me he sentido un estorbo, nada mas, pero pasa el tiempo, y tanto sufrimiento te hace que roces la verdad y la verdad es dar a cambio de nada, yo ahora con mi madre me siento muy bien la doy mucho amor y asta a aprendido a besar, pero me a costado muchos años de amor y desinteres, no te des por vencida, todo se supera y se consigue, dá antes de que te den veras la recompensa, un besazo muy grande
Tanto el afecto como la falta de él en la infancia nos marcan de forma indeleble de por vida. Se me ocurre que tu vacío de sentimientos para con ella por su estado implica que no existe en tí algo tan negativo como el odio. Te puedes felicitar por ello, creo que te lo debes a tí misma. Ha sido, la pasada, una experiencia más de la que estoy segura sacarás provecho. De hecho, ya lo has sacado escribiendo este texto.
Te comprendo y siento, no lo de ahora, sino lo que pasó tanto tiempo atrás y que tanto duró.
Muchos besos, Wersemei.