Nací en el barrio de San Juan. Recuerdo las hogueras como si hubiesen nacido conmigo.
Durante años tuve la suerte de que las hicieran frente a mi casa, así que cuando de pequeña me mandaban pronto a la cama, seguía mirándolas tras mi ventana.
Los chabales del barrio, según edades éramos los encargados de traer leña y sólo los mayores disfrutaban de las hogueras. Qué rabia e impotencia me causaba éso a mí. Lo chulicos que se hacían mis hermanos mayores.
Me encanta el fuego,mirarlo me transporta a mundos fantásticos, sólo el calor que casi quema mi cara me hace volver a la realidad.
A las chicas no nos dejaban saltar, pero yo aquél año dije que la saltaría, y la salté. Buena soy. Toda la noche pa tras palante, pa tras palante, me daba miedo, pero no podía resistir las ganas de volar en el fuego.
La salté. Al fín. Sentí un orgullo como pocos he sentido en ésta vida. Luego vino el tortazo de mi hermano, el chibatazo a mis padres y por supuesto aquél verano castigada. Pero no me importó. Yo había saltado.
Después vinieron muchos años de saltarlas y disfrutarlas.
Hoy entiendo a mis padres, tiemblo al saber que mi hijo estará allá mirando al fuego, embelesado, echándole un pulso como se lo eché yo. Qué voy a hacer, nada, ahora es su momento, que lo disfrute tanto como yo.
Que esta noche os traiga la magia a vuestros corazones, y no se os olvide pedirle al fuego un deseo. Lo cumple. Doy fé de ello.
Un beso. Alaia
Hay en tu relato-recuerdo un sentido de personalísima rebeldía por lo que considerabas injusto en las alegrías de la noche de San Juan. Y me gustan las personas así, las que defienden a base de persistencia, sus deseos de ser libres para saltar las hogueras de la vida. Por eso entiendes a tu hijo… y por eso te felicito Alaia.