Había una vez un muchacho llamado Saúl que cantaba con voces de victorias en pueblos de Israel. Era alto como el monte que le vio nacer. Corría por caminos de arena y descalzo atraía a la más hermosa mujer. Sus ojos pedían agua al cielo confundidos por el mar y confundidos con azul de los ríos
Tenia pelaje de niño rebelde, sus manos pequeñas y jóvenes tocaban tambores como sabios de la inspiración.
Era mozo de buen ver hasta que un día desapareció en su cantar.
Allí viene…
¿Dónde esta el saltarín de la noche?
¿Dónde está el ruiseñor?
¿Por qué cesaron sus cantos?
Y le vieron llegar con panes y fruta.
Allí llega
¿Dónde están los ecos valientes del muchacho aquel?.
Dicen que un día se fue cuando nadie le vio marchar.
Corre y alcanza a aquella voz que un día me dio de comer en el valor del placer.
Allí viene
Con pies descalzos y panes bajo el brazo.
Allí viene.
Con mis brazos yo le abrazé, parecía débil como un caracol, y entonces le senté y le besé.
Corría como un huracán.
Allí viene.
¿Dónde esta el aquel de sus plegarias?
¿Dónde esta su cantar?
¿Dónde esta el muchacho aquel?.
En locura yo le regañé y le di de voces para pedirle…
No corras como el huracán
Cogido nos fuimos por caminos de mi ciudad, el parecía sereno, con ropas amplias y le agarré y le dije: No huyas en la victoria de tu gente.
No huyas como fruto caído del árbol.
El pueblo le escuchó bajo estrellas encendidas.
Ponle su corona que ganó en su cantar.
Ponle frutas y jugos de limón.
Ponle sábanas en la noche.