¡Sí, ya lo sé, pero no me importa! Me acostumbré a pensar en alto cuando vivía solo y disfrutaba con mis soliloquios hablando a las paredes. Aquella situación me recordaba a otros tiempos, otros espacios; la misma tendencia a abrir la ventana y mirar hacia abajo. Había llegado hasta allí, casi sin darme cuenta. Me gustaba la soledad y la propensión constante a consumir verduras. Aquella tarde había comprado un hermoso cuadro; un paisaje moderno lleno de líneas y de colores provocadores. Lo miraba extasiado, como si en realidad le sobrara todo. Volví a abrir la ventana. Gente hablando, diciendo siempre lo mismo utilizando aquellas horribles frases hecha y el sonido de unt elevisor escupiendo medias verdades. Tenía ganas de abrir el frigorífico y coger frío.
Me delataban estos detalles neur´´oticos que tanto habían gustado a mi abuela. Escuché cómo el cuadro se precipitaba al suelo: roto, despedazado por su propia fealdad, me resultaba un cuerpo extraordinario. Lo metí en una bolsa de basura y lo arrojé por la ventana. Abrí el frigorífico y sentí un frío helador. Escuché el televisor y aumentó mi fe…Sólo me faltaban cinco minutos para reinventar qué podría hacer con mis verduras esa noche.
Un comentario sobre “Mis verduras”
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Me abre el camino a interpretaciones y me detengo a reflexionar el verdadero sentido de la soledad, entre otras cosas, detalles que se confabulan para decirnos algo, detalles que simbolizan algo, que nos hablan y a veces hacemos lo que nos dicen.