Este cuento podría ser otra cosa, pero se me antoja que sea cuento, pues es mera ficción, ficción de la que difícilmente haya partidario. Y aunque esta noche pudiera escribir los versos más tristes… (escribo este cuento)
Había una vez, en un país fantástico, un cierto zagal que se quejaba de haber desaprovechado las oportunidades de demostrar su heroísmo, con una mezcla de resentimiento y desilusión. Tal vez hubiese sido un mejor él de haber seguido la receta de sus padres, ingeniosos hidalgos, o la buena nueva del ministro, beato inspirado, o los mecanismos de la vida, tan misteriosos como sabios, y con esto, se ilusionaba sobre sí mismo.
Aunque bien cierto es que dicha afección se presentaba siempre y cuando él tuviese tiempo, tiempo de una clase realmente extraordinaria, es decir, tiempo libre. Aquel en que no perseguía cosa alguna y se sentía por esto, por lo ya dicho y por otras ignotas razones, estancado.
Aquí sería necesario comprender qué era para el mozalbete una oportunidad para demostrar su heroísmo, pues pesa sobre las mentes el demoníaco hechizo del consabido hechicero maligno; y que ahora surge como obvio impedimento, obligándonos a creer que creemos lo mismo que él cree, que esperamos idénticos afectos y que somos totalmente transparentes a los demás como a nosotros mismos.
Entonces podrá proseguir, acompañando al desconocido héroe autoreprensivo, autoreprendiéndose y escribiendo, por cuenta propia, aquello que sólo interesa a usted mismo en un patético soliloquio.
Y así, querido lector (sic.), alcanzar la cima y contemplar la suma de cierta literatura suburbana.
El Zagal no poseía hazañas pero daba a entender que una virtud propia era el autoanálisis, lo que ya le hacía héroe.