El graffiti es una palabra que proviene del idioma italiano y que significa, en su definición ortodoxa, arte de escribir sobre paredes. ¿Por qué ésta definición tan simplista?. Porque los primeros grafiteros que son reconocidos como tales en la Historia son los escritores que expresaban sus ideas, de manera anónima, en los muros romanos durante la época del Imperio. Pero si pensamos un poco más sobre la identidad interna de los graffiti, el último sentido de sus mensajes e incluso su filosofía proyectiva hacia la sociedad urbana podemos señalar como los primeros grafiteros a los cavernícolas de la Prehistoria; aquellos que dejaron grafismos identificativos en el interior de las paredes de las cuevas. Teniendo esta idea como primaria magnitud del ser grafitero yo recuerdo la aparición de los primeros graffitis en la ciudad de Madrid. Era en los primeros años de la década de los 80 del siglo XX. Un día estaba esperando al autobús número 50 (el que sube por la calle Segovia y llega hasta la Puerta del Sol) cuando mis ojos tropezaron con una firma escrita sobre un cartel publicitario que estaba pegado en la marquesina. Era la firma de Muelle.
Muelle fue el iniciador de los grafiteros de Madrid. Fueron todos ellos nominados despectivamente como “los flecheros de Madrid” pero, realmente, la definición más válida para aquellas peñas o grupos de artistas ilegales y contraculturales debería ser la de grosoristas ya que como primera acción visual colocaban sus firmas (en los primeros años abundaban las flechas del tipo de Muelle) y luego las iban transformando al engrosarlas con diversos colores provenientes del aerosol. Por tanto es necesario señalar que no todos los tags o firmas grafiteras tenían flechas; así como que existen dos tipos de graffitis: los que sólo son imagen y los que están acompañados de texto escrito.
Lo que sí es cierto es que el movimiento contracultural de los grafiteros madrileños no tuvo su origen en las influencias del graffiti neoyorkino que habían iniciado en los años 70 los célebres Vaughn Bodé y su propio hijo Mark, sino que fue un movimiento totalmente espontáneo y original. No era por tanto, en un principio (y me refiero a la primera ola de grafiteros de la capital española) un producto de la cultura del hip-hop ni tenía relación con el rap ni con ninguna referencia cultural concreta salvo las relacionadas con los movimientos punk. Pero la grafitería madrileña, en un espacio de 4 años (1980-1984) se convirtió en un verdadero referente para toda España, Europa y gran parte del mundo. Por eso la figura de Muelle es tan esencial para la historia de este arte nacido de los barrios y localidades situados en las periferias de la gran ciudad.
El nombre real de Muelle era Juan Carlos Argüello, que residía en el barrio de Campamento, y que llegó a pintar en todo Madrid y gran parte de España. Muelle fue el iniciador de la primera oleada de grafiteros; aquella que contó con nombres también muy simbólicos de este arte popular, como lo fueron Black la rata, Glub, Remebe, Juan Manuel, Max 501, Rafita, Josesa Punk…
Muelle comenzó a exponer sus firmas en las calles públicas realmente comprometedoras (por el peligro de ser descubierto y multado) como la Gran Vía y Callao (en la calle Montera, 32 aún queda un ejemplo de su arte ya casi todo perdido y borrado por los limpiadores municipales). Su M en espiral con una flecha debajo era sinónimo de metáfora metalingüística y su personalidad (verdaderamente acentuada) llegó a crearle una gran cantidad de seguidores y admiradores y, por el contrario, otro gran número de personas que los llegaron a denostar y hasta odiar (en el metro vi una pintada que decía “al que firma Muelle lo vamos a matar”). Nadie mató a Muelle. Muríó de cáncer cuando apenas tenía 29 años de edad. Y el cáncer se llevó todos sus proyectos de futuro como eran los de crear su propia escuela artística y su propia galería o sala de arte, poder triunfar con su grupo de música rock, comercializar su firma (para la cual tenía declarada sus derechos de autor), etcétera. Muelle fue un personaje esencial de las famosas movidas madrileñas de los años 80.
Así que los primeros crews de flecheros madrileños eran verdaderamente autóctonos (abundaban las procedencias de lugares como Alcobendas y Alcorcón y lugares del sur de Madrid) y luchaban sanamente por pintar muros, carteles de los andenes de metros, trenes, paredes de solares… todos los espacios libres posibles excepto los monumentos y lugares artísticos reconocidos como tales; porque los grafiteros tenían su propio código de conducta: además de respetar los monumentos y lugares artísticos llevaban muy al pie de la letra el respetar las pintadas echas por otro y el no copiar o plagiar.
A esta primera ola de los años 80 (los contemporáneos de Muelle) le sucedió una segunda oleada en los años 90 que sí estaban ya muy relacionados con el hip-hop (Talk, Sha2, Fire, Nex, Chino501, Flowers, Gosh, Justiciero… y una verdadera legión de otras firmas) porque fue la época de la fiebre del graffiti en Madrid. Hasta que en 1994 acabó por morir y lo que queda en la actualidad es algún que otro artista grafitero (la tercera oleada, la del siglo XXI) pero ya sin fuerza evocativa, sin poder de atracción suficiente para ser considerados representantes del arte popular castizo de la contracultura madrileña. Las movidas han terminado… aunque aún quedan algunos bombarderos que intentan resucitar el movimiento de los flecheros (más correctamente llamados grosoristas).
Muchos se preguntaron y se siguen preguntando si el graffiti es verdaderamente un arte o una simple gamberrada juvenil. Sólo puedo aportar la idea de que el graffiti tiene una amplia y bien consolidada propia filosofía artística. Es una “conversación” colocada en un mural o un cartel, que posee su propio punto de vista sociológico y psicológico. Es una especie de “naif” temporal (siempre queda barrido por las limpiezas municipales). Es un arte que tiene mucho de transgresor (pero no de violencia como han querido señalar muchos críticos de la juventud) que partiendo de una filosofía individual (tags) llega a una filosofía grupal y colectiva (crews) a través de unos mensajes contraculturales de lucha contra el poder establecido por los didactas de la comunicación (witers) y que implica una actitud transgresora (legal o ilegal es una de las mayores polémicas que ha suscitado) que posee conceptos de territorialidad y de competitividad entre sus autores.
Evocadores de la trasgresión, rebeldes que se enfrentan a la tiranía de los didactas del papel escrito, buscadores de reconocimiento popular e identidad propia, los flecheros y groseristas (que son expresores artísticos de lo que antes sólo eran garabatos escritos en las paredes de los baños) ellos buscan salir del anonimato de la masa alienadora y dejar constancia de una forma de vivir y entender el arte expresivo. Una forma, por otra parte, de sentir la vida.
Leo y grafito la lectura en un muro blanco de mi pensamiento. Tu texto es un espacio que me llega al ánimo de la lectura. Transgredir los parámetros de las autoridades académicas es algo sustancial con el sentir que la juventud es una etapa que va más allá de la tiranía. Buen texto por lo que tiene de reivindicación para los flecheros. A veces fui un groserista de mipropia firma.
Dejamos huella en las cavernas.¡Qué tentación lujuriosa dejar las manos para otras eternidades!Siempre he creído que nacemos con vocación de llenar paredes, muros, inmensos ladrilleros, lugares olvidados, como la huella fuera algo más que una seña de identidad. Un texto magnífico, Diesel. Volvamos a la cultura, porque se nos escapa de las pocas manos que nos quedan para sostener las bolsas de compra. Saludos.
Si, recuerdo su firma, la movida madrileña, fue una época estupenda, nada que ver con la de ahora, gracias por recordarla.
!Azento, azento… profundo pensamiento!.