Era tarde, esperaba y esperaba, pero no cogías el teléfono.
Luego… ¡por fín! llegaste, te oí, pero ya era tarde. Y como debe ser, por la puerta entraste.
¡Y vaya un buen portazo a la puerta arreaste!
Entraste rabiosa, apresurada, directamente a tu habitación allí entraste. Ni siquiera un monosílabo de bienvenida, de recién llegada, alguna pequeña frase anunciando un soy yo, o algo parecido.
Por la mañana temprano, bien temprano, desapareciste con la misma compostura. ¡Vaya portazo!
Te pude ver de refilón, de espaldas, saliendo por esa resignada puerta a la que tienes amargada a golpes de soberbia y altivez; cualquiera te daba los buenos días.
Presumo que estarás todo el fin de semana fuera; y este mismo domingo por la tarde me voy de viaje por una diminuta temporada.
¡Espero que a mi vuelta, se te haya pasado, se te haya ido, lo que sea que tengas cogido!
“Los hombres olvidan siempre que la felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias” (John Locke).
A veces lo que necesitamos no es silencio sino una frase que nos devuelva el sosiego perdido. ¿Qué te pasa? ,si la respuesta es airosa y altiva entonces si es mejor esperar a que la marea se calme pero si lo que recibimos es una mirada suplicando ayuda es mejor tender la mano a esperar, porque ¿estás seguro que vuelve?.
Saludos navideños desde Tenerife.
En ocasiones cómo esta, es mejor no decir nada y esperar..esperar.