Cerró la puerta tras de si, le dio dos vueltas a la llave y ajustó el cerrojo hasta el fondo. Allí quedaba bien cerrada la puerta de lo que hasta hacía poco había sido su morada. Pocos días antes la cerró pero no del todo, solo fue para cambiar de aires a otra casita al lado de la suya. Un hogar algo más pequeño y acogedor, pero no le sirvió de mucho, el cambio no fue muy fructífero, al contrario, desde que se instaló allí las cosas fueron desgranándose demasiado deprisa y con nefastos resultados.
Hacía mucho tiempo que llegó a la ciudad. Su escaso equipaje estaba formado por un kilo de ilusiones y otro de sencillez. No era muy instruida, apenas sabía comunicarse con los demás cara a cara, siempre se ruborizaba cuando se encontraba con alguien de frente y le regalaba unas palabras de halago o aliento. Muda quedaba, pobre chica, de familia tan humilde que ni hacerse entender sabía.
Fue pasando el tiempo mientras adquiría sabiduría y valor. De cada uno de los que allí habitaban recogía sapiencia, soltura y elegancia, ella misma se asombraba del cambio efectuado.
Tenía un defecto. Su empatía hacia los demás siempre le jugó malas pasadas. Llevaba la vida de todos sus allegados, de sus vecinos, aún sin pedirle ayuda ni consejo ella toda disciplente se los daba. Al principio se lo agradecían mucho, siempre reconforta el tener algún hombro sobre el que llorar, pero todo tiene su límite y ella lo desconocía.
Puede que fuera producto de su vida pasada. Siempre se vio sola sin ayuda de nadie, por ello percibía el dolor y los problemas de los demás. Todo su afán era ayudarlos, no para recibir agradecimientos, no. Sentía que la necesitaban y estaba dispuesta a todo por hacerles la vida más agradable.
Puede parecer irónico pero, tanta entrega hizo que se fueran apartando de ella. ¿Qué es lo que hacía mal?. Nunca obtuvo respuesta a esa pregunta. ¿O puede que si?
Cierto día un amigo le dejó una carta en su buzón. En ella le decía:
“No hay tiempo suficiente
Para parar la corriente de un rio,
Si lo intentaras sabrías,
que cualquier día el rio te arrastraría.
No pares jamás un rio
ni lo intentes….
Deja fluir su corriente”.
Mucho le costó entender el mensaje que llevaba impreso, no era tan difícil, pero ella era “ciega”. Cuando al fin comprendió las palabras y lo que en ellas se encerraba puso manos a la obra y muy decidida cambió su forma de ser y pensar.
Nunca más se entrometió en la vida de los demás. Hasta que un día…….
Volvió sin avisar, entre cortinas de seda se asomaba. Con una simpatía y un cariño que le era muy familiar. La persona que le hablaba había sido su mejor amiga, pero se fue sin decir nada, sin despedirse. Nunca la olvidó y ahora al tenerla de frente de nuevo la embriagó tal emoción que se echó a llorar como una niña pequeña. Saltaba, reía y gritaba. Ante ella se descubría una antigua y muy querida amistad.
Sintió que valía la pena seguir viviendo allí. Compartieron historias pasadas, recordaron a los que no volvieron y afianzaron su amistad mucho más que antes. Sin quererlo y por sorpresa en su interior fue despertando su antigua forma de ser. Demasiada protección era la que le imprimía a su amiga, demasiados consejos daba sin esperar a que se los pidieran. Parecía que quería manejar la vida de la otra persona, pero no era así. Por lo menos eso es lo que ella pensaba.
Poco a poco sentía que se iban distanciando, a cada llamada de ella el silencio era la respuesta. A cada pregunta una respuesta silenciosa. En aquellos momentos le invadió una sensación de abandono por parte de la otra persona, no cabía en su mente que el motivo sería otro. Motivo personal en el que ella no debía de inmiscuirse. Se le olvidó que no debía de parar la corriente del rio, al hacerlo provocó que todo se desbordara.
Tomó sus pocas pertenencias, cerró tras de si la puerta de su casa y abandonó la ciudad prometiéndose no hacer más daño a nadie ni a ella misma.
No te preocupes, Wersemei, hay gente así. Yo procuro no entrar en las intimidades ni siquiera de mis amigos más íntimos, salvo si vienen a tomarme como confidente, a pedir mi ayuda. La experiencia me ha demostrado, además, que algunas personas ruines te toman ojeriza, sin tú hacer nada que lo justifique, si te deben un favor grande, de los grandes de verdad. Pero para eso hay que ser ruín, como antes decía.
Dedícate a lo tuyo y compadece a quienes así obran. Te envío un mensaje privado.
Muchos beeeeeesos.
La persona en cuestión no tenía la culpa de nada . Todo fue un malentendido por mi parte , debido a la tensión o el stress . No estaba yo en condiciones de “ver” la realidad.
Al final todo ha quedado en una anecdota ain importancia. Los amigos de verdad necesitan pocas palabras para entenderse.
La aprecio mucho y ella a mi.
Pero si es cierto que en esta vida me ha sucedido algo de lo que me dices, hay de todo en la viña del señor.
Un beso y gracias Carlota.