El arte de leer lo invisible,
oír en el vacío,
entender en el caos.
Frecuentaba bares imaginarios donde conocía harpías imaginarias,
sus vicios eran caros,
sus manos eran bastas,
su amor inconfundible,
sus dos caras, sus dos cruces.
Olía a parque,
a madrugadas despiertas;
trataba de ser discreta pero fumaba tabaco malo.
Se ganaba la vida conociendo a medias,
durmiendo mal,
en una continua borrachera de paz.
Jamás se detuvo a amenazar,
cumplía ordenes dictadas por el azar.
Le brillaba el pelo, pero de triste caoba,
era siempre el segundo de la cola.
Pensó en irse lejos y comer a solas,
pensó en dormir solo y joder,
tuvo suerte.
Era uno de los que se aprecian,
de los que se aman,
de los que nunca lloran.
Siempre la tuvo en sus retinas,
grabada,
y ella siempre conforme,
contentada.
Quiso quererla y juro que lo deseaba,
quiso estar al lado de alguien que le echaba.
Su sexo era perfecto
y el techo espectante,
voyeur,
maldijo esos gritos,
ese colchón medio roto.
Pero después, pese a todo,
llegó ese pensamiento a su cabina, llamándolo un joven llamado “Instinto”.
Y colgando,
guiñando el ojo izquierdo,
se escupe en los zapatos sin decir “hasta luego”.
Porque todo es perfecto hasta que la mente se perfecciona a si misma,
por mis sombras y tus luces,
por juegos de rallas y cruces,
cuídame.
Porque soy juicio y perversión,
soy el asco del mundo mezclándose con ron,
Y quizá me haya vuelto loco, pero no de los de atar,
porque, qué sería de mi sin una duda en mente,
¿si ni quisera recordarte?
Nos pusiste en peligro corazón:
Me calco en tu mente tal y como soy,
después,
me añado los detalles a placer.
Atentamente, un color entre miles.