Nubes sobre el jardín

Estábamos tumbados ahí… todos contemplando las nubes vaporosas e interpretando, cuada cual a su manera, las caprichosas formas traslúcidas que iban creándose y descreándose a medida que el viento las hacía y las deshacía con sus antojos de travieso niño feliz. Jorge, por ejemplo, nos contaba que veía a un león africano entre dos baobabs bombáceos. Entonces fue cuando Tomás dijo que él veía simplemente una bomba a punto de estallar.

Lejos de leones y bombas aerodinámicas, yo vislumbraba a “Chester” caminando muy lentamente entre un polvo de brumas que, en forma de cadeneta, le servía de muelle donde sus patas delanteras iban disolviéndose en una bolsa de algodón y entonces una especie de aire interior hacía que moviese sus orejas hasta convertirlas en hojas de acanto, ornamentales orejas largas dentadas que me hicieron impulsar las manos con intención de acariciarlas; pero Berto me detuvo a medio camino. !No!. !No las toques!. !Sólo son agujas de mar!. !No ves que son peces marinos de cuerpo muy largo y delgado con hocico tubular!.

Estábamos tumbados ahí… todos contemplando las nubes vaporosas e interpretando… cuando Mamá Rosario nos sacó abruptamente del ensueño. !Vamos, holgazanes!. !En pie!. !Os he mandado que me arregléis todo el jardín pero no que os tumbéis como lagartos al sol!.

Tuvimos que levantarnos rápidamente y ponernos a faenar. Desbrozando y podando la maleza como podíamos, con las simples manos donde ya comenzaban a salir ampollas, levantábamos de vez en cuando la cabeza… pero el león africano y los baobabs, la bomba aerodinámica a punto de estallar, “Chester” con sus largas orejas convertidas en hojas de acanto y las agujas de mar delgadas y tubulares habían desaparecido. Ahora todo veíamos, simplemente, a un barbudo señor riéndose de nosotros. ¿Sería ese Dios del que tanto nos hablaba don Ramón en la catequesis parroquial?.

Miré mis manos ya encallecidas y me prometí a mí mismo que, cuando me hiciese mayor, construiría una avioneta para subir hasta allí y preguntarle por qué se burlaba tanto de nuestra crédula ingenuidad… a no ser que no fuese el Dios de don Ramón sino solamente el tío Cruz gastándonos, una vez más, una de sus continuas bromas.

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