Cuando llegué a Copacabana era por la mañana y me sentía poeta. Las olas del mar bramaban y me traían a la memoria versos de Espronceda mientras “El Pirata” de Andrés me miraba de arriba a abajo. Estuve a punto de soltarle dos guantazos pero me contuve porque, al fin y al cabo, yo comprendía que él no ligaba con ninguna porque era bajito, feo, poca cosa de carnes y con un ojo tuerto. O sea, todo lo contrario de un galán con bigote a lo Errol Flyn o sin bigote como Ricardo Montalbán. Y es que “El Pirata” de Andrés, además, era barbilampiño y tartamudeaba al hablar.
– Pa… Pa… Papa…
-Escucha bien “Pirata”, ya te he dicho hasta un millón de veces que yo no soy Papa ni ninguna otra clase del estamento clerical. ¿Está claro el asunto?
– Pa… Pa…Papa…
– ¡Y vuelve el burro a la noria! ¿Es que no te entra en la mollera que yo no tengo la culpa de que ligues menos que un sacristán en el barrio del Bronx de Nueva York?
– ¿Para qué hemos venido aquí?
– Yo no sé a lo que has venido tú, pero yo he venido a descansar.
– No… No… No…
– Sí… Sí… Sí…
– ¿No sería mejor habernos ido al Kili?
– ¿Tú te crees que en el Kili se puede descansar?
– Me… Me… Meme…
– “El Meme” no tiene nada que ver con todo esto, así que mejor te callas.
– Me refiero al Kilimanjaro.
Menos mal que no se refería a lo que yo estaba pensando porque en el Kili, club nocturno del Sandy de Vallecas, habiamos tenido alguna que otra aventura pero, salvo hacer el ridículo, no las habíamos aprovechado para nada. No me interesaba recordar…
– Re… Re… Re…
– ¿Es que ahora quieres que hablemos de fútbol? ¡No fastidies, “Pirata”! Re hace ya mucho tiempo que dejó de jugar en el Elche, en el Barcelona y en el Español.
– ¿Recuerdas lo del Mundial?
– Te he dicho ya un millón de veces que no recuerdes los fracasos. Hay que ser positivos y optimistas para tener autoconfianza y personalidad de cara al futuro, “Pirata”.
“El Pirata” de Andrés parecía como que no entendiera nada de nada, así que continué…
– ¡Hay que valorarse, colega!
– Pe… Pe… Pepe…
– No te admito que me llames Pepe. No somos ni amigos ni nada parecido. Sólo dos compañeros de aventura nada más. Por desgracia.
– ¿Pero qué pasa?
– Vamos a poner las cosas claras y en su verdadero lugar. Si algo nos sucede en Copacabana no es mía la culpa…
– De… De… De acuerdo…
– Y si no nos sucede nada en Copacabana tampoco es mía la culpa…
– De… De… De acuerdo…
Durante todo el primer día en Copacabana no nos sucedió nada salvo que nos pusimos tostados de tanto tomar el sol en la playa. Yo recordaba lo de “¡Vamos a la playa calienta el sol!” de Los Payos, pero la verdadera aventura sucedió durante el segundo día o, mejor dicho, durante la segunda noche.
– Qué… Qué… Qué…
– ¿Qué qué?
– ¿Qué hacemos hoy, “Diesel”?
– Tú, como siempre, el macarra… pero yo esta noche me voy a dar una vuelta por la Avenida Atlántica ahora que estoy más bronceado que un camello de los del Sahara…
– Te… Te… Te…
– Ya sabes muy bien que yo no tomo té sino café.
– ¿Te acompaño?
– ¡Piénsatelo bien, “Pirata”!
– Pi… Pi… Pi…
– Tres catorce dieciseis. ¿Algo más?
– Pienso que es mejor ir contigo.
Al llegar la noche, en el “Salón Cubierta” me salió al paso una chavala despampanante.
– ¡Dichosos los ojos que te ven, “Diesel”!
– Perdona chavalilla pero… ¿nos conocemos de algo aunque sea de algo bueno, bonito y barato?
Noté muy nervioso al “Pirata” de Andrés.
– Es… Es… Es…
– Es lo que quiera ser pero yo no la conozco.
– ¡Es mi hermana!
– ¡Atiza! ¡Vaya sorpresa! ¡Parece que el asunto se te complica, “Pirata”!
“El Pirata” de Andrés comenzó a parpadear continuamente por culpa de su ataque de nervios.
– ¿Le ocurre algo malo a mi hermano, “Diesel”?
– Supongo.
– ¿Pero qué supones?
– Suponer sólo es una suposición, chavalilla, pero supongo que podemos suponer cualquier cosa; lo cual no quiere decir que sea verdadero o falso sino todo lo contrario. O sea, que sabiendo que nosotros estamos aquí y que tú también estás en el mismo sitio que nosotros, supongo que hay algo que suponer.
En esos momentos sonó la bossa nova “Insensatez” y sentí una mano caliente posándose en mi hombro derecho.
– ¿Bailamos?
Me di media vuelta y me encontré ante una mulata que cortaba el hipo.
– ¡Hipotenusa!
– No me llamo Hipotenusa pero me hace gracia que me llames así.
– Pues resulta que va a ser que no; porque si tú eres Hipotenusa, “El Pirata” de Andrés y yo somos dos catetos y a mí, la verdad sea dicha, los triángulos no me gustan para nada.
Observé su munifalda de colores chillones y continué…
– Yo no soy de los de Aute ni falta que me hace serlo porque soy totalmente contrario a los tríos. Me gusta ser solamente un as de corazones y soy así de sincero.
– Mi… Mi… Mi…
– Si la quieres tanto te puedes quedar con ella, “Pirata”.
– ¡Mi madre!
– ¡Atiza! ¿Es tu madre?
– Pues va a ser que sí.
– Pues va a ser necesario salir de naja.
Yo no sé qué pudo pasar con “El Pirata” de Andrés. Solamente me acuerdo que me tomé de un solo trago todo el cubalibre de ginebra y puse pies en polvorosa.