Ocre

Ocre es un gato, bonito tirando a rubio, tirando a canela suave, por sus rayas de nacimiento corretea un tigre que aparece y desaparece flexible y buen gimnasta sin botas y entusiasta, experto catador de aromas y de rastros.
Suele ponerse junto a la ventana, arriba en la alcoba, por donde el sol del otro día vuelve, y regresado asoma en sus primeros rayos recién amanecidos desde muy temprano, fue al alba, junto a la acompañada gaviota que pasaba, planeaba, flotaba, con ayuda de leyes físicas y otras fuerzas gravitatorias de atracción y rechazo en el cielo antes y ahora raso.

Con estampa de admirable y entrañable confianza, sereno y seguro avanza por el pasillo en busca de su ama, una poetisa dama, abajo, en la mesa del piso de abajo y salón; allí ella escribe poemas de diferentes texturas y temas, fragancias invisibles, sutilezas que capta.
Verso a verso escribe traza un poema sobre la mesa, poema que empieza en el fuero donde el suspiro empieza desde lo interno, con el artículo femenino la. Y singular como Ocre, el gato atigrado con cara y mirada de saber, y que viene a buscarla.
Llega el animalito, viene se acerca, con el neurológico lomo arqueado, con los ojos medio cerrados la acaricia a ella en la pantorrilla pantalonera de rodilla a tobillo, pasando con suave tacto lomo sobre mano, mano sobre lomo, miles de sensaciones se activan, corporales células se alegran en una fiesta, espontánea e inocente.

Y el verso que la joven dama estaba creando queda ahí medio creado parado en vilo, como pendiente de un hilo, pues a ella, en esos momentos no le importa que quede en vilo, pues la poesía, dice ella, empieza mucho antes de ser escrita, ni siquiera necesita palabras, piensa la escritora entusiasta con una grafía en mano, de versos hacedora a trazos compositora, suspira un soneto, Ocre espera atento también a las atenciones.
Con temple la palabra un frágil templo, la joven se levanta de su mesa en tan buen momento, con el poema a medias y Ocre contento ergo ella sube a la acomodada alcoba.

Aquí, es ésta, aquí está, la ventana que dentro de muy poco abrirá, para que el felino, gustoso gatuno comience una nueva jornada, animal sin tacha ni mal, gateando sobre cornisas boca abajo tejas boca arriba puestas, que también sirven de apoyo a la negra, a la blanca urraca del cuervo parienta lejana o cercana.
Sobre tejas dobladas, doblegadas por la fuerza forzadas, ajustadas boca abajo las tejas ultrajadas boja arriba obligadas y así las aguas superiores al caer de la lluvia se vayan en diminutas barcas convertidas gotas, llenas de, hacia abajo se vayan.

El gato saltarín de un salto sale al tejado y camina y escudriña y olfatea. Lento avance, aventura a su ritmo, imprevisible lento avizor se aleja, el amanecer compañero va con él más también con toda la humanidad, con el tiempo a su vera, el tiempo un hermano compañero en soledad.
Ocre se aleja por los presentes hacia los infinitos, con forma de forma ergo la vida transforma. Las casas son de dos o tres alturas son algunas; terrazas y patios para ir con lento cuidado, ¡sigilo!, que el gato va y viene. El gato amigo del camino, el viejo camino amigo del milenario felino.
Tomando el sol y aceptando el fresco despabilando, se aventura recorriendo calmo una pequeña parte de la población, de tejado a tejado y valga añadir que muchos de los viejos edificios están aparejados, como las rimas de versos a pergaminos plasmados y entregados.
Paredes maestras, edificios contiguos, como amantes queridos unos a otros; como seres humanos codeándose, oyen sus voces familiares en conversación, ciencias cosas de la vieja y constructora arquitectura facultad, allende sus edificios, por fuera grises, sea queden, por dentro felices. Por dentro el calor y confort del hogar mantienen, mientras por arriba un gato se pasea con sigilo y cuidado, discreto y escuchando, bigote antena.
Abajo en la mesa la poetisa, tinta y tintero de color sincero, un escrito, un hecho, el hecho de escribir, el cuál, se dice que es vivir, como un ser vivo que necesita escuchar decir.

A la vez camino y meta, el camino es la meta es el camino y el objetivo el trayecto; un paso un trazo al frente en presente, flexible y no forzudo, ha de ser lo que ha de ser.
Ella, con la mente erguida ella sentada la espalda en el respaldo apoyada el diafragma tranquilo respira. Ella, una joven que confía en Ocre, su grato gato. Ella, abajo junto a la mesa, escribiendo estrofas en versos textos diversos.
En los exteriores la hermana brisa, entra o sale entreabierta la ventana.

Una brisa la misma, o quizá otra, quizá la misma de la otra vez, una brisa ladeando briznas hierbas, de una mata nacida en los entresijos de una olvidada cañería, junto al desagüe de la cornisa, allí cerca, por donde el gato camina ahí arriba, subyugadas, sin voz ni voto, haciendo de sandalias las tejas tras ser cocidas y doblegadas ahí arriba dejadas.
Desde arriba vista la escritura es una casa, sencillo y humilde templo que empieza por el tejado empieza la escritura desde arriba y va bajando como una vieja y nueva o renovada lluvia de tinta, un argumento deslizando, un sagrado juego, hasta que llega va llegando el fin del poema, donde yace el último verso, en la última estrofa, la última palabra. Lugar sustantivo en el que el texto este acaba, la última letra llama.
Escribir sea quizá la única casa que se empieza por el tejado desde arriba, izquierda o derecha hacia abajo van bajando, tal riachuelo buscando río, buscando expandirse en el horizonte el mar. Hasta un tal fulanito punto un final, seguido de un punto y seguido. Literal como la compañía distante de este gato de flexibilidad sin igual.
El gato a rayas una estampa de tigre casero y pequeño, andará sigiloso por ahí arriba susodicho, de rituales y costumbres entiende este gato felino, investigador nato especialista en tejados tanto para él como para gatos.
Su ama y aprendiza compañera la poetisa, siempre empieza la casa escritura por arriba el tejado, sigue la ruta del camino versado, abajo, ahí sentada, ante ella la mesa, y la letra palabra de un poema que sin cesar acaba para poder continuar en el corazón hogar.
Quizá el gato, más tarde, según su tiempo animal, venga con el lomo neurológico arqueado.

Un comentario sobre “Ocre”

  1. Buena historia. Como los gatos y, por qué no, las gatas incluidas, cuando escribimos lo hacemos no desde arriba exactamente sino desde más arriba, desde ese afuera para meternos dentro cada vez que vamos escribiendo hacia abajo pero resulta que escribimos no hasta abajo sino otra vez hasta ese afuera más abajo de lo abajo. En otras palabras: buen texto, con la particularidad de que para leerlo hay que salir más afuera de arriba y bajar más afuera de abajo. Un abrazo sincero, compañero. Los gatos, y por que no también las gatas, son capaces de comprender.

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